(Video: Deutsche Welle)

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OPINIÓN. Una chica pastún se convierte en modelo de reconciliación y diálogo, también para todos los musulmanes del mundo atormentados por el extremismo islámico, opina el experto Florian Weigand.

“No odio al talibán que me disparó. Incluso si estuviera frente a mí con una pistola en la mano, no le dispararía. Esa es la compasión que me han enseñado Mahoma —el profeta de la misericordia—, Jesucristo y Buda”. Poderosas palabras de reconciliación y diálogo, pronunciadas por una joven ante la ONU en 2013. Aunque en ese entonces ya había sido nominada, Malala Yousafzai tuvo que esperar todavía un año para recibir el Premio Nobel de la Paz.

El Comité de Oslo tomó hoy una buena decisión. Da igual si la propia Malala escogió esas palabras o si se las escribió un hábil asesor de relaciones públicas, porque esta joven de 17 años vive lo que predica.

Incluso cuando fue gravemente herida por una bala y requirió un largo tratamiento para recuperarse, no se dejó amedrentar. Tampoco alimentó deseos de venganza. Ella es una ideal embajadora de la paz, como la habría imaginado seguramente Alfred Nobel. El Comité restauró ahora su reputación, tras las polémicas decisiones de años anteriores en que honró primero a Barack Obama con laureles desde el punto de vista de hoy inmerecidos, y luego a organizaciones abstractas e impersonales como la Unión Europea o la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ).

Pero la decisión también es una señal importante y positiva en otro aspecto. Malala es una chica pastún y proviene del valle paquistaní de Swat, zona de operaciones del movimiento talibán. En la mente de la opinión pública mundial se ha grabado profundamente la imagen de los barbados extremistas de su patria. Malala es el contrapunto conocido en el mundo entero. Además presta un importante servicio a su fe. La joven musulmana pone en primer plano el mensaje de paz del islam y tiende la mano a otras religiones. De este modo podría convertirse en modelo para los musulmanes atormentados por las brutalidades de los extremistas.

Oslo también envía una señal importante a los gobiernos de la región. Mientras India y Pakistán se trenzan una vez más en escaramuzas en la línea de demarcación de la disputada Cachemira, además de la chica pakistaní, el jurado distinguió también a un indio, Kailash Satyarthi. Se trata de un activista de 60 años que lucha contra la explotación de niños y se inscribe en la tradición de Gandhi. El Comité del Premio Nobel dio a entender así, con claridad meridiana, que la permanente hostilidad entre Nueva Delhi e Islamabad debe terminar y que hay importantes problemas que ambos deben acometer juntos y en forma pacífica, por ejemplo en el campo de la educación y la protección infantil.

El premio Nobel de la Paz será un hito en la vida de Malala. No es una carga liviana para una jovencita. Las expectativas cifradas en ella han aumentado, al igual que el peligro real que corre su vida, emanado de círculos extremistas. Ante este trasfondo, difícilmente podrá llevar una vida normal. Esperemos que eso no la quiebre.

(Fuente: Florian Weigand/Deutsche Welle )