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Un par de semanas tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo manifestó en carta escrita a un amigo su desilusión porque el movimiento obrero europeo no había evitado la catástrofe.
“El fracaso de La Internacional es tan completo como indignante”, escribió. Según ella, muchos socialistas habían preferido luchar por sus propias naciones, combatiendo incluso a otros socialistas. Luxemburgo pensaba que, una vez acabada la guerra, se podría llamar a cuentas a los “traidores”.
Además, en la misma carta le explica a su amigo que no le era posible escribir más, “porque la amenaza de prisión me acecha”. Y sus sospechas eran legítimas. Por declararse pacifista, la periodista y excelente oradora estaba en peligro. Los poderosos del imperio alemán querían silenciarla.
Algunos años antes, principalmente en congresos de la Internacional Socialista, Rosa Luxemburgo ya había alertado públicamente sobre la posibilidad de que estallase una guerra de grandes dimensiones. También había criticado el militarismo en su propio país.
A principios de 1914 se enfrentó a un proceso por calumnias, tras haber criticado el maltrato de soldados en el ejército alemán. A raíz de las denuncias, salieron a la luz cientos de quejas por parte de soldados.
A los líderes militares no les gustó nada la serie de acusaciones por parte de Luxemburgo, mientras círculos conservadores hablaban de un “ataque de la socialdemocracia a nuestro ejército”.
Por estas y otras causas, las advertencias de Rosa Luxemburgo no fueron escuchadas. Empezó la guerra y el Partido Socialdemócrata de Alemania la apoyó: los socialdemócratas aprobaron los créditos de guerra en agosto de 1914 y Rosa Luxemburgo de nuevo manifestó su consternación.
Pero no se dejó desmotivar: siguió cuestionando la estrategia del SPD y quiso iniciar la resistencia pacifista. En marzo de 1915 fue encarcelada por “traición a la patria”. En 1916, tras cinco meses en libertad, fue de nuevo ingresada en prisión.
El 8 de noviembre de 1918 abandonó la cárcel. Finalmente había llegado el momento para ajustar las cuentes con los “traidores” de 1914. Empezó luchando políticamente contra el viejo SPD y se convirtió en la presidenta del nuevo partido comunista KPD, junto con Karl Liebknecht. En enero de 1919, menos de dos meses después de su puesta en libertad, milicianos ultraderechistas la asesinaron. Cayó así en el silencio una voz que pugnaba por la paz, y por una Alemania socialista.
(Fuente: Deutsche Welle )