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Por Rudy Jordán (@jordanrudy en Twitter)
Acomodar la sombrilla. Colocarse bronceador. Echarse en la arena. Calentar el cuerpo bajo el sol. Darse un chapuzón. Jugar paleta. Leer un libro. Tomarse un helado. Este sería un típico domingo de playa en Puerto Bonito si es que los bañistas no hicieran todo lo anterior tan desnudos como Adán y Eva.
El lugar del que hablamos no se encuentra a miles de kilómetros de distancia, en algún lugar de Europa, sino que está más cerca de lo que usted cree, en nuestra Panamericana Sur, apenas a 72 km de nuestra puritana capital, tomando un desvío en la entrada a la playa Puerto Viejo.
Escondida tras un cerro color arcilla se asoma una ensenada conocida por algunos como Puerto Bonito y, por otros, como Barrancadero. En este lugar, y desde hace 10 años, decenas de bañistas – limeños, provincianos, extranjeros, solitarios, emparejados – se desvisten de prejuicios y profesan sin tapujos una filosofía llamada Naturismo.
“Para quien le gusta el estar desnudo, como a mí, uno se siente aquí totalmente tranquilo y cómodo. Con eso no quiero decir que me desnude en cualquier sitio”, afirma Augusto, un nudista cusqueño de 75 años que ha paseado sus carnes por playas de todo el mundo. Desterrado tras la Reforma Agraria del presidente Velasco, este ex hacendado inició una vida de trotamundos en la década del 70.
Hoy, tras años en contacto con nudistas de todos los idiomas y colores, señala que la clave de esta corriente con cientos de adeptos en nuestro país y federada en 36 países en el mundo es no molestar al resto e incita a sus detractores a dejar los prejuicios porque “playas nudistas hay desde hace décadas en todos lados”, asegura.
CON LA INTIMIDAD AL AIRE
Que si me queda bien el bikini, que si tengo muchos rollos, que si se ven feos mis vellos. Los típicos argumentos sobre la imperfección del cuerpo con los que esquivamos la playa y el sol se derriten ante la inapelable y absoluta desnudez.
“Si vas a escribir sobre esto, tienes que desvestirte”, me sugiere un nudista. Luego de unos segundos de quedar tan helado como el mar peruano ante la propuesta, me sobrepuse y, animado por el ejemplo del grupo y la descampada playa que genera la sensación de encontrarse en una lejana tribu, accedí al reto.
Lo primero que desaparece cuando uno se quita todo son las inquisidoras miradas a las que nuestra anatomía está expuesta en las playas tradicionales. Luego, lentamente, caen también los prejuicios. Y si bien al comienzo resulta extraño andar con la intimidad al aire, un debutante en estas ligas – como yo – llega a acostumbrarse y hasta contentarse de andar con tanto desparpajo.
Y es que el “naturismo es la comodidad, la libertad y la creencia de que no somos vergonzosos, sucios o desagradables”, afirma Daniel, presidente de la Asociación Nudista Naturista del Perú.