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DW: Señor Münkler, desde principios de 2014 los medios de comunicación están publicando datos esenciales acerca del estallido de la Primera Guerra Mundial, hace 100 años. En realidad, ¿se debe solo al aniversario que tendrá lugar en verano o, por el contrario, estamos siendo testigos de una nueva forma de elaboración de la historia?
Herfried Münkler: Una cosa no excluye a la otra. A menudo, este tipo de conmemoraciones nos ofrecen la posibilidad de volver a tratar ciertos temas con tranquilidad y en profundidad. Y es que parece que la “Gran Guerra”, como la conocen los británicos, franceses e italianos, ha sido la que marcó el devenir del siglo XX. Se puede aprender mucho de ella, especialmente acerca de lo que no se debe hacer. En este sentido, puedo entender que, tratándose de un acontecimiento de este tipo, los europeos den lugar a la reflexión y se concentre en los fracasos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX, con el fin no volver a cometer los mismos errores en el siglo XXI.
En Europa conocemos la guerra que tuvo lugar entre 1914 y 1918 como la “Primera Guerra Mundial”. ¿Por qué ha titulado usted su libro “La Gran Guerra”?
En primer lugar, el término “Gran Guerra” parece, a primera vista, algo extraño. En segundo lugar, tiene carácter simbólico, por lo menos para el oído alemán. Es la guerra que ha definido a la Europa del siglo XX. Se puede decir que, sin esa guerra, nunca habría habido una Segunda Guerra Mundial, seguramente tampoco habrían surgido ni el nacionalsocialismo, ni el estalinismo, y habría sido difícil contemplar una toma de poder bolchevique en Petrogrado. Habría sido un siglo totalmente diferente. En este sentido, utilizar el término “Gran Guerra” es acertado.
Si, en efecto, la Primera Guerra Mundial ha sido tan determinante para el devenir del siglo XX, ¿por qué ha estado tan poco presente en Alemania en el reconocimiento de los errores del pasado? Al menos, comparándola con la elaboración que hace Alemania de la Segunda Guerra Mundial.
Es necesario diferenciar. Para nuestros vecinos europeos, como Italia, Francia o Gran Bretaña, la Primera Guerra Mundial siempre ha sido considerada como la Gran Guerra. Esto también tiene que ver con el número de víctimas que esta guerra provocó, que en el caso de estos países fue superior a las sufridas en la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Alemania es diferente puesto que, primero, está relacionada con los desplazamientos, segundo, con los destrozos masivos ocasionados por las bombas y, tercero, con los crímenes y la culpa alemana. Si nos seguimos desplazando hacia el Este de Europa, vemos el papel clave que tiene la Segunda Guerra Mundial en el recuerdo colectivo. De hecho, se podría hablar de un declive oeste-este en la cultura europea de la memoria.
Un siglo después del final de la guerra se vuelve a abrir un debate acerca de los culpables, impulsado por la publicación del libro “El sonámbulo” del historiador australiano Christopher Clar. En la obra, el autor revé críticamente la tesis tradicionalmente aceptada acerca de la culpa exclusivamente alemana en lo referente al conflicto. Allí se señala que todas las grandes potencias fueron incapaces de impedir una guerra que tuvo su origen en los Balcanes. ¿Cuál es su posición en este debate acerca de la culpabilidad de la guerra? ¿Cree que conduce a algo?
Yo sostengo que el término culpable es poco útil en este contexto. Es, quizá, un término moral o jurídico. Al menos, así fue formulado en el Artículo 231 del Tratado de Versalles: “Alemania carga con toda la culpa”. Pero esta es una discusión que no tenemos por qué continuar hoy. Tiene más sentido hablar de responsabilidades que de culpa, y centrar la atención en las fallas de apreciación y en los desaciertos. Eso es lo que, cien años después, puede resultar útil para aprender de los errores de entonces.
¿Con qué responsabilidad cargó por aquel entonces el Gobierno alemán en el centro de Europa?
Alemania no se había percatado de su significado como centro geopolítico. Aunque no es posible descartar la idea de que ésta u otra guerra hubiesen tenido lugar de todos modos durante el siglo XX, pero el factor clave fue su localización. Lo que hicieron los alemanes es dirigir y controlar distintos focos de conflicto al mismo tiempo, como eran el manifiesto conflicto de los Balcanes y el en latente, pero no urgente conflicto de la Alsacia y Lorena o, por otro lado, el relacionado con el control del Mar del Norte. Esto fue, a fin de cuentas, una estupidez política.
¿Por qué la diplomacia no fue capaz de hacer nada? En 1914 ya estaba funcionando un sistema de alianzas entre las distintas casas reales. ¿Por qué no fueron capaces de parar la guerra?
Como usted sabe, el fracaso de la diplomacia tuvo algo que ver. Lo que parecía claro es que no seríamos capaces de llevar a cabo una gran guerra en Europa, ya que todo el continente quedaría destrozado. Debido a esta concepción, fueron acciones menores y puntuales las que, junto a las rápidas decisiones militares tomadas por los estados mayores, delimitaron e hicieron factible la guerra. Lo fatal para Alemania fue el condicionante que representaba enfrentarse una guerra con dos frentes abiertos –al oeste con Francia, y al este contra Rusia-. El paso a través de Bélgica al inicio de la guerra con Francia puso de manifiesto la necesidad de actuar antes y mejor organizado que el enemigo. Todo eso es parte del intento de prevenir táctica y técnicamente una gran catástrofe, que, como sucede a menudo, conduce precisamente hacia esa catástrofe.
¿Qué conclusiones podemos sacar hoy en día acerca de cómo se actuó en 1914?
Lo determinante es evitar, por medio de normativas institucionales, una escalada de desconfianza mutua. Y esto es lo que los europeos han conseguido con organismos como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la UE o la OTAN. Asimismo, siempre es necesario prestar atención a las chispas que pueden saltar desde la periferia. Y es que la guerra tuvo su origen en los Balcanes. Lo que podemos aprender es que ni debemos perder de vista ni debemos subestimar lo que ocurre a nuestro alrededor. Es necesario conocer el papel que desempeñan las fuerzas de seguridad, los ejércitos europeos y los incentivos económicos para los Balcanes. Pero no sólo los Balcanes nos atañen, sino también el Cáucaso y todas las crisis que tiene lugar entre Oriente Próximo y el Magreb.
En su libro cita también a Asia como una potencial región conflictiva, y compara a la actual China con el Imperio Alemán de aquel entonces.
Lo destacable es que a pesar de que China es tan grande y tan poderosa, sobre todo económicamente, no se siente reconocida políticamente. Esta es una situación que coincide en muchos aspectos con la del Imperio Alemán de 1914. Se podría decir que algunas cosas que pasaban en la Europa de 1914 podrían pasar allí también hoy en día. Por tanto, son los hombres de Estado y los políticos chinos quienes deberían echar la vista atrás y tomar en cuenta la Primera Guerra mundial y la Crisis de Julio, con el objetivo de no volver a cometer los mismos errores.
En la actualidad se está discutiendo mucho acerca de si Alemania debería participar en el refuerzo de ciertas apuestas militares a nivel europeo. ¿Estamos viendo esto con el telón de fondo de nuestro propio pasado? ¿Le corresponde a Alemania dar la cara y, por tanto, participar en ello… o no?
O quizá le podemos invertir la pregunta: ¿Le corresponde a Alemania, en vista de su pasado, mantenerse al margen de todo tipo de conflicto y dar ante sus vecinos europeos una imagen de desidia, o acaso de aprovechador de la situación? Es como si los otros empujaran el carro y los alemanes se sentaran y se dejaran llevar mientras se benefician de esa situación. Creo que ese papel, que desempeñaron las antiguas RFA y RDA, finalizó definitivamente con la caída del Muro de Berlín, y que ahora, entre otras cosas, somos un pueblo, un país unificado. Aunque no tenemos por qué sentirnos excesivamente importantes, tampoco debemos rehuir nuestra responsabilidad.
Herfried Münkler es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Humboldt de Berlín.
(Fuente: Deutsche Welle)