En 118 de las 136 estaciones que recorren 26 comunas a lo largo de 140 km de la capital chilena, hay marcas de odio. (Video: AFP)

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Santiago se pavonea de moderna y próspera de “Plaza Italia para arriba”, dicen los locales que dan por entendido que para “abajo” están los barrios sin verde de habitantes asfixiados. Pero pasajeros de uno u otro lado de una urbe segregada se cruzan en un Metro herido de rabia.

En 118 de las 136 estaciones que recorren 26 comunas a lo largo de 140 km de la capital chilena, hay marcas de odio.

La noche del 18 de octubre una furia en masa y descontrolada redujo a latones chamuscados siete estaciones del metro, otras 25 con partes incendiadas y una gran cantidad deshechas por un vandalismo que arrancó del piso máquinas de venta de boletos, tumbó torniquetes y hasta descuadró escaleras mecánicas.

“El hecho de que hayan incendiado el metro nos afecta mucho, anda muy poca gente”, lamenta Irma Monsalve, vendedora de diarios y dulces desde hace 30 años en la entrada de la Estación Laguna Sur, en la comuna de Pudahuel, mayoritariamente clase obrera. Allí las llamas arrasaron con la boletería, los ascensores y por la magnitud de los daños podrá estar operativa a fines de 2020.

Monsalve reconoce a sus 70 años que les “cambió la vida de la noche a la mañana”, pero apoya el movimiento que desde hace cinco semanas pide un pedazo de esa prosperidad que ha experimentado Chile desde el retorno de la democracia en 1990.

“Espero un mañana mejor, que nos suban un poco las pensiones, el sueldo, la salud, y la educación”, dice Monsalve tras describir que como paciente de cáncer ha tenido que someterse a esperas muy largas en el sistema de salud pública.

Los daños en el Metro de Santiago impactaron en una ciudad de 7 millones de habitantes, de los que 2,9 millones viajan a diario en esta red inaugurada en 1975, hoy una de las más modernas de América Latina.

“Es un ícono del desarrollo que nosotros comenzamos a tener en la década del ’70, y sin duda comenzó a unir a este gran Santiago”, opina Graciela García, una relacionadora pública de 52 años, en una estación de la comuna de Las Condes, una de las más ricas del país.

- Cruce sobre la fractura –

Pese a las virtudes que aporta en movilidad, algunos urbanistas sostienen que es una red más alabada o donde ven más integración social aquellos pasajeros ocasionales que no tienen que cumplir horario tradicional.

Aquellos que se trasladan a sus trabajos por más de una hora desde las estaciones al aire libre en esta ciudad de climas extremos, acusan hacinamiento, lentitud del servicio para llegar a esos sectores donde todo funciona mejor.

Entre los usuarios frecuentes del metro “surge otra pregunta ¿por qué tengo que desplazarme de Maipú **a **Las Condes **para encontrar trabajo?”, explica Francisco Vergara, urbanista director del **Centro Producción del Espacio de la Universidad de Las Américas.

La estación Plaza Maipú, a la que se refiere Vergara, queda en la segunda comuna más poblada del país, hoy destrozada por el estallido.

“De alguna manera también el metro, a través de la velocidad, perpetúa la posibilidad de que el centro de Santiago se siga ubicando cerca del barrio alto y no exista el desarrollo del subcentro”, apunta Vergara.

El llamado “barrio alto” lo conforman Providencia, Las Condes y Vitacura, tres comunas que concentran buena parte del producto interno bruto del país, con más y mejores trabajos, colegios y viviendas caras.

“Es como una especie de servicio de facilitación del acceso a los servicios para la élite (…), es una forma de verlo para algunos”, señala.

- Ciudad herida –

“Me da lástima ver el daño que se hizo a algo como el metro que a todos nos sirve”, lamenta Ruth Ramírez, empleada de limpieza de 52 años, apurada por llegar a una entrevista laboral en el Golf, una estación en el rico sector financiero de Las Condes.

El viaje de 40 minutos desde La Florida, otra comuna clase media, se convirtió para Ruth en un periplo de dos horas tras la destrucción de las estaciones cerca de su casa.

Felipe Bravo, gerente de la división de proyectos de Metro, admitió que fue demoledor ver el metro como blanco de la rabia.

“Francamente rompe todos los parámetros (..) Para nosotros el metro es un sistema de transporte que es muy querido por las personas, presta un servicio que es muy necesario para la ciudad y la verdad es que jamás nos imaginamos que seríamos víctima de todo este proceso”, dijo Bravo al cifrar los daños en las estaciones más dañadas en 176 millones de dólares.

Chile se definen como uno de los países más clasistas de América Latina. En Santiago preguntar el apellido, el colegio o una dirección revela de qué lado de esa frontera demográfica que es Plaza Italia se ubica una persona.

El metro pareciera integrar, aunque una gran mayoría solo sube a los vagones que llevan históricamente a la misma dirección: “Línea 1-Los Dominicos”, el llamado sector oriente de una ciudad fracturada. Desde las zonas altas pocos “bajan”.