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Cuando los vencedores de la II Guerra Mundial se reúnan en la costa de Normandía para celebrar el aniversario del desembarco el 6 de junio, el viaje será corto. Solo tendrán que llegar desde Bruselas, desde la Cumbre del G7, y no desde Sochi.
En esta ciudad del Mar Negro se había planeado originariamente la cumbre, pero tras la controvertida anexión de Crimea, no solo cambió el lugar del encuentro (Bruselas en vez de Sochi), sino también la lista de los asistentes a la cumbre. Los jefes de Gobierno de Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, Japón, Canadá y Estados Unidos decidieron permanecer entre ellos, rechazando la participación de Rusia como acto de protesta ante la política de Moscú frente a Ucrania.
Nunca hubo un G8
Rusia pertenecía al Grupo de los Ocho desde principios de los noventa. El entonces gobernante de la Unión Soviética, Michail Gorbachov, fue invitado al grupo por su política de reformas y acercamiento a Occidente. Para Sabine Fischer, directora del grupo de investigación sobre Europa del Este y Eurasia en la Fundación Ciencia y Política de Berlín, “el grupo nunca fue exactamente un G8, sino un G7/G8. Rusia nunca participó en las negociaciones sobre financiación del grupo”.
Como en otras cumbres, el trabajo se hacía en las jerarquías que están uno o dos niveles por debajo de los jefes, entre secretarios de Estado y ministros. Cuando se reunían los responsables de Finanzas del G7, Rusia quedaba fuera.
Un pequeño contratiempo
La cancelación de la cita de Sochi debería haber afectado a Putin. La reforma emprendida en la ciudad balneario para convertirla en sede de deportes de invierno y centro internacional de congresos fue iniciativa suya. Para Sabine Fischer, el cambio de planes sobre la cumbre fue “una afrenta poco provechosa para la reputación de Rusia en el escenario internacional”.
Sin embargo, Putin parece haber encajado el golpe sin inmutarse. Fischer recuerda una aparición televisiva del jefe de Gobierno de Moscú: “Cuando se le preguntó: ¿Qué piensa de que los Gobiernos occidentales hayan rechazado su participación en la cumbre? Entonces encogió los hombros y dijo… ¿Y qué importa?”.
Patrick Rosenow, politólogo de la Universidad de Jena, apunta que Moscú no necesita estar en el G7/G8, puesto que “también hay otros grupos importante, como el Consejo General de Naciones Unidas o el G20, formado por los países industrializados y emergentes más importantes”.
Por el contrario, Putin juega otras cartas, aclara Sabine Fischer. En Moscú existe la opinión de que “ya no son necesarias esas estrechas relaciones con Occidente. Nos bastamos y dirigimos nuestros esfuerzos hacia Asia, buscando colaboración más estrecha con China”.
El futuro de Rusia en el Este
“Con su política exterior, Putin intentó en la ultima década hacer contrapeso a Occidente”, aclara Patrick Rosenow. Lo habría conseguido si se puede permitir decir: “El G7 solo es un club de estados occidentales y no queremos tener que ver con ellos”.
Además, otros dos indicios confirman este punto de partida: el acuerdo alcanzado para suministro de gas a China y, sobre todo, la creación de la zona económica de Eurasia. El intento de “asentar una unión económica con Bielorrusia y Kazajstán muestra que Putin ya no está interesado en Occidente, sino que busca otras opciones para aumentar su influencia a nivel mundial”.
Abrir más posibilidades es también lo que buscan los siete países industrializados. La exclusión de Rusia de las conversaciones es “una prueba de equilibrio entre las sanciones y los esfuerzos para no romper las relaciones”, aclara Rosenow. Al final, el paso fue “un buen compromiso para enfrentarse a ese dilema”, cree el experto.
En cualquier caso, el G7 no da pasos en falso, continúa el politólogo. El grupo es una unión bastante flexible y podría “volver a aceptar a Rusia en cualquier momento. Esa es la ventaja. Incluso podría decirse que es la solución más adecuada porque “deja opciones abiertas sin bloquear nada”.
(Fuente: Deutsche Welle )