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Como todos los años, el rey Momo resucita este sábado en el colorido carnaval de Cajamarca, una de la fiestas más emblemáticas de los Andes del Perú, para alborotar durante cinco días a esa ciudad con bailes, música y desorden, al término de los cuales volverá a morir a causa de sus frenéticos excesos.
Con gran algarabía, Cajamarca, región de la sierra norte de Perú, espera que el también llamado “Ño Carnavalón” o “rey de la alegría”, instaure una tregua en las labores habituales para rendirse a los placeres del festejo.
Por las calles de la ciudad, histórica por ser el lugar donde se encontraron por primera vez el inca Atahualpa con el conquistador Francisco Pizarro, en el siglo XVI, es usual escuchar a ancianos, adultos y niños entonar animados en coro canciones que dan la bienvenida al carnaval.
“Carnaval, carnaval para bailar y gozar, para pintarte la cara y acompañar al Ño Carnavalón por aquí y por allá”, dice una de las melodías que las comparsas entonan.
“La presencia del rey, un ser vinculado al diablo, genera tal caos y desorden, que es una oportunidad para liberar las tensiones y hundirse en el festejo del buen comer y beber”, explicó a Efe la responsable de la Dirección de Cultura de Cajamarca, Carla Díaz.
Momo, personificado como un muñeco de cabeza grande con el rostro pintado de carmesí, bebe chicha y come junto a las comparsas eufóricas que le siguen.
Pese a saber que el miércoles de ceniza morirá, y que su cuerpo será quemado ante la mirada afligida de los carnavaleros y el llanto descontrolado de sus “viudas”, en realidad hombres disfrazados con vestidos negros y pelucas, la fiesta y la alegría continúa.
Los “clones”, personajes con túnicas anchas de colores intensos, sombreros enormes en forma de cucuruchos que doblan su tamaño y mascarillas que cubren sus rostros, se encargan de ordenar el alegre recorrido.
El costumbrista cajamarquino Juan Jave contó a Efe que otro personaje presente en la comparsa es “El virrey”, “una especie de remedo del traje de un gobernador español”, al igual que “El viejo y la vieja”, así como “El marica”, “un hombre pintado de mujer”.
Las coplas pícaras, cargadas de doble sentido, son otro ingrediente indispensable en el carnaval de Cajamarca y al igual que la festividad, llegaron junto a los españoles, durante el inicio de la Colonia, explicó Jave.
Carla Díaz agregó que las coplas también permiten realizar el característico contrapunto, en el que “entre hombres y mujeres se dicen frases amorosas y picarescas en una especie de competencia”.
Sin embargo, ambos expertos reconocen que con el paso de los años la tradición carnavalera cajamarquina ha ido cambiando.
“En el pasado el carnaval se vivía mucho más en el seno de la familia; los amigos o las familias iban a visitarse mientras cantaban por las calles acompañados con guitarras y violines”, indicó Díaz.
El puchero, una sopa emblemática del carnaval, preparada a base de col, res, tocino y papas, también ha dejado ser consumido con regularidad debido a que las nuevas generaciones no saben cómo cocinarlo.
Pese a los continuos cambios, esta tradición se impone con cada visita que el rey Momo, el rey de la fiesta, hace a Cajamarca.
Y cuando pasen los cinco días, las cenizas del Ño Carnavalón, que fue quemado y echado a las aguas termales del distrito de Baños del Inca, simbolizarán no un adiós, sino la promesa de una próxima parranda.
Fuente: EFE
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