Síguenos en Facebook
Los desiertos parecen parajes de otro mundo: inmensas regiones secas cubiertas únicamente de arena o piedras. Son la tierra reducida a su estado geológico más básico, y a menudo se ven como una amenaza para la vida.
Durante el día, las temperaturas superan los 45 grados centígrados; durante la noche bajan a menos de cero. El frío y el calor conviven en los desiertos como en ningún otro lugar, al igual que lo hacen la vida y la muerte: estos dos conceptos contradictorios están tan cercanos en el desierto que apenas se distinguen. Algunas plantas y animales son capaces de permanecer durante semanas, meses o incluso años en un estado de muerte física, despertando aún así de nuevo a la vida con las primeras lluvias.
A pesar de ello, la mayoría de los seres vivos de la tierra huyen de los desiertos. En sus distintas formas, ya sean de arena o de piedra, los desiertos cubren ya un tercio de la superficie de la tierra. Cada año caen en ellos un promedio de 250 litros de lluvia por metro cuadrado, menos de un tercio de lo que llueve en una ciudad como, por ejemplo, Roma. A raíz de ello, los suelos son secos, el nivel de aguas subterráneas es bajo y no existe río alguno como el que fluye por medio de la capital italiana.
Supervivencia de los adaptados
Quien desea vivir en el desierto debe adaptarse a sus condiciones extremas. Esto vale por igual para seres humanos, animales y plantas. Y esta adaptación requiere tiempo, mucho tiempo. La gente ha fundado sociedades en estos parajes durante siglos con estructuras que le permita sobrevivir. Los animales y plantas se han adaptado gracias a cientos de años de evolución. Para todos los seres vivos existe la misma regla de oro: sin acceso al agua no hay vida. Aquellos que no son capaces de superar este obstáculo con eficiencia pierden este peligroso juego.
Los pequeños canales de agua naturales que se abren paso entre capas y capas de rocas subterráneas permiten la existencia de oasis naturales, o de lagos construidos por la mano del hombre. Las fuentes de agua son puntos de contacto u hogar para muchas personas, como en el caso del oasis Hanabou, en Marruecos.
Igualmente, grandes mamíferos como elefantes o rinocerontes negros saben dónde encontrar fuentes de agua. Mamíferos pequeños como la gacela órice, en Namibia, ni siquiera beben agua: el contenido de agua de su alimentación cubre sus necesidades. Y algunos escarabajos aprovechan el rocío matutino que se concentra en sus caparazones para beberlo. Y cuando no hay suficiente con ello, los seres más pequeños, como los tardígrados, pueden permanecer en algunos estados de su desarrollo completamente secos y prácticamente sin vida durante largos períodos de tiempo.
Las plantas, naturalmente, no son capaces de acudir allá donde surge el agua, pero sí nacer directamente allí. Las raíces profundas ayudan a absorber el agua directamente de las capas de tierra húmeda.
El récord de esta categoría se lo lleva el mezquite, un árbol que crece en las zonas desérticas de Norteamérica y que es capaz de absorber el agua de la tierra a 50 metros de profundidad. A las plantas incapaces de tales logros no les queda otra opción que, simplemente, esperar a la lluvia. Algunos cactus pueden recopilar en poco tiempo miles de litros de agua y después permanecer meses o años sin recibir una gota, viviendo del agua almacenada. Sus tejidos pueden contener grandes cantidades de agua y su superficie impermeable evita que esta se evapore de su interior.
Cuando llega el desierto
No obstante, son muchas las personas que también deben enfrentarse a las dificultades del desierto aún sin vivir en él. O al menos, no en su epicentro. En el último informe sobre el tema del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en 2005, se calcula que casi 2.000 millones de personas en todo el mundo viven en zonas secas. Una quinta parte de estas superficies ya se han degradado y convertido en puro desierto. Cientos de millones de personas viven en zonas conquistadas por la desertización o amenazadas por ella.
La razón principal de este proceso son las mismas personas. La explotación de terrenos por motivos agrícolas provoca ya la desaparición de plantas capaces de sobrevivir en tiempos de sequía. Sin ellas, los terrenos quedan desprotegidos, se secan, y puesto que las capas de suelo infértiles no cuentan con ningún tipo de sujeción, el viento se las acaba llevando con él. Con ello desaparecen también las semillas y su distribución. El resultado son territorios estériles donde ya nada puede cultivarse, ni siquiera la más robusta de las cosechas.
“Hace mucho tiempo se creía que la extensión de los desiertos era principalmente un problema científico”, dice Mariam Akhtar-Schuster, de DesertNet International, una red mundial de científicos que trabajan en áreas secas. La idea de que los humanos eran los principales responsables de la desertización ha hecho que los aspectos sociales del problema salten a un primer plano, añade la experta. “Por tanto, toda solución debe incluir a la población local para tener éxito”, agrega.
Las personas: raíz del problema y de la solución
Y esa solución debe aplicarse a la principal fuente de ingresos de esas poblaciones: la agricultura. Una alternativa sostenible a la explotación de los suelos, no obstante, requiere una gran labor de persuasión. Se deben cultivar diferentes plantas y se debe evitar el exceso de cosecha. Y esto solo se podrá llevar a la práctica cuando los agricultores afectados vean alternativas reales para obtener ingresos.
La expansión de los desiertos no solo se puede detener, sino que incluso se puede revertir en algunos casos. La plantación de arganias en Marruecos, o de nims en Perú aporta estabilidad a los suelos y reducen el avance de la erosión. Esto también puede funcionar en pleno desierto, como se puede comprobar en el caso de los bosques en el desierto de Egipto. Y para ello ni siquiera se necesitan grandes cantidades de agua, sino que solo las raíces de las plántulas deben ser regadas regularmente.
Desiertos y cambio climático
Este tipo de medidas ganarán importancia en el futuro, puesto que el cambio climático ya está causando un aumento de temperaturas en las zonas secas del mundo, así como períodos más largos de sequía y mayor irregularidad en las precipitaciones.
No es fácil saber con exactitud cuán grande es el papel del cambio climático en la desertificación. Lo que sí que queda claro es que, en cualquier caso, es un elemento que empeora el avance de los desiertos provocado por la mano del hombre.
Aún cuando las regiones desérticas son extremadamente duras para la supervivencia, su influencia en el resto del mundo no siempre es algo negativo. Cientos de millones de toneladas de arena del Sáhara son transportadas por el viento a la atmósfera y a través del Atlántico, donde promueve el crecimiento de organismos que almacenan CO2 en el agua. El resto de la arena llega hasta Sudamérica, donde sirve como uno de los proveedores de minerales más importantes para la Selva del Amazonas, el pulmón verde del planeta.
(Fuente: Ranty Islam/Deutsche Welle )