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Esta pregunta ha protagonizado una agria polémica entre el mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, y la oposición cuando faltan cinco días para las elecciones generales del próximo domingo.
El líder de la oposición turca, Kemal Kiliçdaroglu, dirigente del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP), habló en un mitin de la existencia de retretes de oro para denunciar el lujo del que se rodean el presidente y otros altos cargos, y éste recogió el guante.
“¡Ven a ver todos los inodoros! Si encuentras uno solo de oro, dimitiré”, prometió Erdogan durante un discurso el lunes.
“Y ¿cuándo te has enterado que son de oro? ¿Será que los estabas limpiando?”, añadió el presidente.
Horas más tarde, la presidencia turca envió una invitación formal a Kiliçdaroglu para visitar el palacio, pero éste la rechazó y recordó que el complejo presidencial fue construido de forma ilegal, según han confirmado los tribunales turcos, por lo que, afirmó, no piensa pisarlo.
El líder opositor aclaró que la acusación de usar inodoros de oro se refería a un gobernador provincial por un caso que la prensa destapó en mayo y, además, expresó su profundo respeto a los trabajadores que limpian retretes.
Aun así, el abogado de Erdogan ha denunciado hoy a Kiliçdaroglu ante los tribunales por calumnias y ha pedido una indemnización de 100.000 liras (unos 35.000 euros).
El rifirrafe ha mostrado hasta qué punto la campaña electoral se ha convertido en un duelo entre la oposición y Erdogan, pese a que el presidente debería mantenerse al margen de los comicios generales y no puede favorecer a un partido sobre otro, según la Carta Magna.
Pero la realidad es distinta, como demuestra la intensa actividad de Erdogan, quien recorre a diario diversas provincias para dirigirse a la población desde las plazas públicas en actos que en su agenda oficial se definen como “encuentros con los ciudadanos”.
En estos discursos, el líder islamista suele lanzar duras acusaciones contra todos los partidos menos el de Justicia y Desarrollo (AKP), que él mismo fundó en 2001 y dirigió hasta verano pasado, cuando tuvo que darse de baja para asumir la presidencia.
Sigue hablando de “nosotros” en referencia al AKP y el sábado acompañó en Estambul al primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, a la celebración del aniversario de la conquista de Constantinopla, un acto teóricamente apolítico.
Esta imbricación entre la presidencia y el AKP hace que la oposición lance prácticamente todas sus flechas contra Erdogan, sin apenas ocuparse de Davutoglu o su partido.
“La única persona que no tiene sitio aquí es Erdogan”, es una de las proclamas en los mítines del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), nacido del movimiento marxista kurdo y que se ha convertido en la formación preferida por gran parte de la izquierda turca.
Alimenta este duelo el estilo autoritario de Erdogan, que llega incluso a desafiar abiertamente las leyes – como cuando descartó acatar una sentencia que paralizaba las obras de su palacio – y su gusto por todo lo grandilocuente, como la instauración de una guardia de honor con trajes inspirados en los antiguos reinos túrquicos.
También están en el punto de mira el caro reloj que utilizaba uno de los ministros involucrados en un escándalo de corrupción investigado en 2013 o el Mercedes de lujo asignado como coche oficial a Mehmet Görmez, jefe de la autoridad estatal islámica, comparable con un Ministerio de Asuntos Religiosos.
Aunque Görmez devolvió el vehículo, Erdogan insistió en que el teólogo no sólo debería tener un coche de la mejor marca, sino incluso desplazarse en avión oficial, “como hace el Vaticano”.
El derechista Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), segundo de la oposición, pidió incluso la dimisión de Görmez “para salvarse de ser explotado políticamente” por Erdogan.
La exhibición de una vida lujosa es para muchos turcos devotos incompatible con los mandamientos islámicos de modestia y trabajo a favor de la comunidad, cuya bandera enarbolaba el AKP cuando llegó al poder en 2002.
Incluso uno de los fundadores del AKP, el viceprimer ministro Bülent Arinç, ha reconocido que lo único que su partido no ha logrado en trece años de gobierno es poner fin al despilfarro.
“Si pudiéramos frenar el despilfarro, no haría falta cobrar impuestos. Pero en este examen hemos fallado”, admitió.
(Fuente: EFE)