La mayoría de la madera que se vende en el Perú no viene de bosques manejados. (Foto: Getty Images)

La mayoría de la madera que se vende en el Perú no viene de bosques manejados. (Foto: Getty Images)

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Por: Javier Bedía (jbedia@comercio.com.pe)

Para graficar, en días de fútbol, son 61.640 estadios. Hasta el 17 de agosto, este año, el Perú ha perdido unas 45.000 hectáreas de bosques amazónicos. La cifras son del más reciente reporte del Proyecto de Monitoreo de Amazonía Andina (MAAP, por sigla en inglés). En relación a la última observación mensual, se detectaron nuevos puntos sensibles de deforestación en Madre de Dios y Ucayali.

La semana pasada, el Viceministerio de Interculturalidad cerró el camino a la consulta previa acerca de la explotación del lote 182 que reclaman nativos de cuatro cuencas de Loreto, en defensa de sus tierras y el medio ambiente. El Estado otorgará una licencia de 30 años para operaciones a la empresa que le seguirá a Frontera Energy.

Y un proyecto de ley (1718/2017 – PE) que el presidente Pedro Pablo Kuczynski anunció el 28 de julio afectaría territorios indígenas, advierte la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Su objetivo es “regular los procedimientos para la obtención de inmuebles necesarios para la ejecución de obras de infraestructura priorizadas que contribuyan con el desarrollo del país”. Resaltan los criterios de “celeridad, eficacia y transparencia”.

En este contexto de impacto, desde distintos frentes, sobre las poblaciones y recursos de la Amazonía, conversamos con Bruno Monteferri, director de Conservamos por Naturaleza.

Por citar un problema, diferencia la tala ilegal de la deforestación: la primera, indica, no es causa principal de la pérdida de vegetación amazónica. ¿Qué pasaría si en Villa El Salvador, el emporio de los muebles en Lima, solicitamos documentos de la procedencia de la madera?, se pregunta.

“La tala ilegal tiende a ser selectiva, se enfoca en especies de interés comercial. La mayoría de la madera que se vende en el Perú no viene de bosques manejados y termina en todas las construcciones y muebles que se hacen en todo el Perú. También hay madera que se exporta. Ahí hay más regulaciones para cumplir con las normas, pero también hay informes que sustentan que en el camino se blanquea parte de la madera”, refiere.

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LA SIEMBRA CON OLOR A CARBÓN

La deforestación de la Amazonía, entre 2010 y 2014 a ritmo diario del tamaño de 23 canchas donde jugaría la selección peruana, según estadísticas de la Defensoría del Pueblo y el Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), es principalmente resultado de la agricultura migratoria, basada en el roce y quema de territorios, y la ganadería. Actividades humanas que, con prácticas no sostenibles, dañan irreversiblemente las reservas de agua del país y el hogar de flora y fauna únicas en el planeta.

“Con la llegada de más personas a un lugar, se amplían las áreas para agricultura, pastizales y viviendas. Otro gran problema es la quema de bosques, lo más efectivo en términos de tiempo que uno se demora en limpiar un área para hacer agricultura, y para producir carbón. Las quemas en tiempos de sequía y en temporadas de viento pueden generar incendios forestales de gran envergadura, como los de 2016. Los impactos son muy severos. La mayor parte del carbón que consumimos en el Perú no viene de bosques manejados y tampoco hay estudios muy serios sobre el tema, carbón que se usa en su mayoría para pollerías y restaurantes, triplayeras y ladrilleras en la selva, entre otros”, agrega.

En relación a la madera, ¿cuál es el marco base de protección de nuestra selva? ¿Qué medidas se toman para incentivar un consumo final respetuoso con los bosques amazónicos y de otros ecosistemas?

El Estado promovió el Pacto por la Madera Legal, pero no ha tenido el impacto que esperamos aún. Faltan mayores incentivos para la reforestación de árboles maderables y aclarar los procesos para registrarlos. Desde hace unos años se está promoviendo que más comunidades y personas inscriban sus plantaciones en el Registro de Plantaciones Forestales, y con las nuevas regulaciones forestales también se ha simplificado la emisión de las guías de transporte forestal, que son el documento que es utilizado para transportar la madera dentro del país.

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EL RASTRO DEL ACEITE DE PALMA EN NUESTRAS MESAS

El cultivo de aceite de palma es otro factor, reciente y con huella profunda, en la eliminación de áreas verdes. Sus horizontes se ven en expansión de la mano de las grandes empresas. ¿Cómo daña a las especies y al medio ambiente? ¿Qué hacer frente a un monocultivo tan riesgoso? Otra actividad depredadora en la Amazonía, la minería ilegal, arrastra trata de personas, esclavitud sexual, explotación infantil. Las poblaciones de áreas naturales y zonas de influencia, las mujeres y menores de edad, son las más afectadas.

“Hay temas que reciben más cobertura en las noticias, pero que en términos de cantidad de hectáreas deforestadas son mucho menores, que son los bosques deforestados por la minería ilegal y la palma aceitera. La minería ilegal, no es solo un problema ambiental sino social, ligado a corrupción, trata de personas, esclavitud, prostitución, problemas de salud asociados por el uso de mercurio y las condiciones en las que se desarrolla la actividad”.

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UN DESFASADO MODERNO PARADIGMA DE CONSUMO

¿Por dónde empezar a tomar conciencia acerca de nuestra relación, desde la ciudad, con el uso de los bosques y sobre la procedencia de productos extraídos de la selva?

Mientras en las ciudades se siga comprando el oro que es usado en 60% para hacer joyerías, y el precio del oro siga por las nubes, es difícil que esta situación cambie. La única alternativa es mejorar las prácticas y hacer que otros usos del bosque, que sean más respetuosos con los ecosistemas y nuestra salud, generen mejores beneficios. Tener una chacra sostenible en la Amazonía, con un buen sistema de educación y de salud que permita llegar a cada poblado, es uno de los principales retos y uno de los más complejos que enfrenta el país”.

Como consumidores, el primer paso es exigir que se informe del impacto que un alimento o producto hasta llegar a nuestras manos. El abogado ambientalista observa que no todos estarán dispuestos a pagar más a pesar de que generen un impacto positivo.

“Por años gran parte de las empresas han invisibilizado el impacto que se genera en la producción de lo que consumimos, porque tendía a ser negativo. Cientos de productos que consumimos, por ejemplo, la Nutella, se basan en el uso de palma aceitera, que en las últimas décadas ha generado gran deforestación en la selva de Indonesia y Malasia. La industria recién en la última década creó más regulaciones y la Mesa para la Palma Aceitera Sostenible. Desde el Estado, hay casos en los que la promoción de la inversión privada ha significado flexibilización de las regulaciones ambientales. Y cuando se discuten normas, el lobby industrial a veces pesa más que el lobby ciudadano que defiende el interés público”, agrega.

El de la contaminación e impacto en la naturaleza, en forma de mar o selva, es un ciclo en el que intervienen la pobreza, la informalidad, intereses económicos, insuficiencia de recursos públicos, desinterés del Estado, desconocimiento, falta de información. ¿Hay, sobre el papel o a la vista, emprendimientos que integren los factores? Desde las organizaciones, ¿qué consideran necesario cambiar del paradigma de producción y consumo en estos ámbitos?

“Hasta ahora, dos grandes paradigmas que definieron nuestras conductas en Occidente, fueron riqueza y comodidad, a todo costo. Los nuevos paradigmas de quienes vivimos hoy y que por primera vez somos conscientes de los impactos que la humanidad está dejando en el mundo, y que frente a la crisis queremos dejar una huella positiva a nuestro paso son: lo local, lo resiliente y la regeneración. Si queremos tomar una acción concreta frente al calentamiento global, tenemos que cambiar nuestra matriz energética y dejar de quemar combustibles fósiles. Asimismo, se han multiplicado los pueblos en transición, que buscan depender en la menor medida de los combustibles fósiles y crear mejores prácticas de vida colectiva (…) En cuanto al mundo de la conservación, hemos construido sistemas de áreas protegidas que al menos en el papel protegen cerca del 15% de los ecosistemas terrestres en el mundo y hay un movimiento de conservación voluntaria que sigue creciendo. Razones para tener esperanza existen, pero tenemos que pasar de personas que luchan contra la corriente, a cambiar las corrientes en si mismas. Hay que cambiar las narrativas y mitos sobre los que se sostiene nuestras sociedades, para que podamos gestionar la convivencia de 7 mil millones de personas de una manera que nuestra presencia en el planeta no sea destructiva, sino regenerativa”.

PALABRAS CLAVES

“Hay que empezar por conocer de donde proviene lo que consumimos y tener en cuenta que cada decisión de consumo que tomamos es una acción concreta que promueve modos de producción más sostenibles o prácticas más destructivas. Las palabras claves son trazabilidad y consumo responsable. El fin es que migremos hacia modos de producción y modelos de empresa enfocados en la regeneración”.