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La contaminación atmosférica está de actualidad y preocupa porque afecta a la salud humana pero no solo: cada vez hay más estudios que demuestran que daña los ecosistemas, reduce la diversidad o merma la capacidad reproductiva de las aves.
Expertos consultados por Efe consideran que para avanzar y conseguir ciudades más limpias hay que “cambiar el chip”.
La contaminación atmosférica es un problema de alcance local, regional e internacional con un variado origen y composición.
Hay diversas fuentes, tanto naturales como de origen humano: consumo de combustibles fósiles para generar energía o transporte; procesos industriales; agricultura; tratamientos de residuos; erupciones volcánicas o polvo arrastrado por el viento.
Dependiendo del origen, generan unos u otros contaminantes; en las ciudades aparecen principalmente cuatro: partículas en suspensión (PM10 y PM2.5), óxido de nitrógeno, ozono e hidrocarburos aromáticos policíclicos, explica a Efe Xavier Querol, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (CSIC).
Y cada uno de estos contaminantes es más predominante en una época u otra del año.
Por ejemplo, ahora lo que contamina principalmente la atmósfera son las partículas en suspensión, de las más peligrosas para la salud humana (la Agencia Europea del Medio Ambiente atribuye a PM2.5 unas 400.000 muertes prematuras al año en los 28 países de la UE).
El 35% del origen de estas partículas está en los autos, 20% en la industria y 15% en la construcción.
En España y otros países se está uniendo ahora la falta de lluvia con la falta de viento y la inversión térmica – cuando en un determinado tramo de la troposfera la temperatura no disminuye con la altura -, provocando una especie de “tapadera de olla” que impide la limpieza del medio ambiente.
No se trata de una situación extraordinaria, según Querol: habría que esperar a realizar comparaciones más a largo plazo.
“La contaminación no depende solo de las emisiones, sino también de la meteorología”, resume este científico, quien también apunta que si se incrementan los episodios de sequía provocados por el cambio climático u olas de calor, previsiblemente el ozono aumente.
Y aunque en los últimos años se ha avanzado en la reducción de contaminación, ya no es suficiente disminuir las emisiones de los coches.
Todo esto, insiste, afecta no solo a la salud humana, sino también al medio ambiente.
Por ejemplo, altas concentraciones de ozono dañan los cultivos de trigo, perdiéndose cien millones de euros anuales en Europa.
Pero no solo, la fauna también se ve afectada. Según Beatriz Sánchez, de SEO/BirdLife, las aves son especialmente vulnerables a la contaminación atmosférica porque, entre otras cosas, tienen una frecuencia respiratoria más alta y están más expuestas al aire libre.
Los diferentes contaminantes producen daño directo en sus pulmones o estrés oxidativo en su organismo, indica a Efe esta experta, quien agrega que, por ejemplo, los hidrocarburos aromáticos policíclicos – del tráfico – pueden reducir la producción y eclosión de huevos o provocar un menor crecimiento de las aves.
Pero además, los efectos de la contaminación en las aves se notan antes que en los humanos, por lo que “son especies centinela”, recalca Sánchez, quien resume: “lo que es bueno para las aves es bueno para los humanos”.
En cuanto a los árboles, Mariano Sánchez, del Real Jardín Botánico de Madrid, relata que los depósitos de contaminación podrían terminar por obstruir los estomas, debilitándolos.
Sin embargo, son más importantes los beneficios que nos dan: secuestran CO2 y aportan oxígeno, subraya este experto, quien detalla que los mejores son los de hoja perenne y rugosa.
Son en sus hojas en las que se depositan las partículas contaminantes, por eso hay que diseñar ciudades con árboles de este tipo y sin que hagan efecto túnel para que el viento pueda llevarse la contaminación, pero no se hace, lamenta: la calidad es mejor que la cantidad.
“No hacen falta muchos troncos, sino muchas ramas y hojas y ejemplares que no necesiten podas”, concluye.
Fuente: EFE
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