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Profesionales que alguna vez tuvieron una vida acomodada en Venezuela luchan por sobrevivir en Miami, una ciudad cara donde los últimos llegados empiezan de cero limpiando automóviles y casas, preparando hamburguesas o manejando taxis Uber.
“¿Qué más se puede perder si en nuestro país también estamos en cero pero encima tenemos la amenaza de la violencia?”, dice a Efe Raymond Baloa, un empresario de la construcción que este año decidió mudarse a Miami y ahora vive de manejar un Uber.
Según la ONU, desde hace meses cada día abandonan Venezuela unas 5.000 personas a causa de la profunda crisis que atraviesa ese país en todos los órdenes.
El sur de Florida y Miami en particular son uno de los destinos preferidos de los venezolanos no solo ahora, sino desde hace dos décadas, y para los últimos llegados, como Baloa, levantar cabeza no es fácil, aunque en su país aún era más difícil, según cuentan.
Francisco Fernández Galán, fundador del portal Bienvenidosvenezolanos.com, subraya que el 50 % de los venezolanos que han venido a EE.UU. son profesionales con título universitario.
“La nuestra es una inmigración culta, preparada, pero he visto médicos lavando carros, maestras limpiando casas”, señala.
Baloa, cuya esposa, que es arquitecto, trabaja en un restaurante de comida rápida, afirma que cuando uno ve que en su país “ya no hay comida ni medicinas, tiene que tomar una decisión para sobrevivir”.
“Sabe que uno va a comenzar de cero, en un país extraño”, pero es preferible a quedarse allí, dice el empresario, que tiene una hija adolescente, que se ha adaptado muy bien a la escuela en Miami.
“A nosotros nunca nos ha dado vergüenza el trabajo. Cualquier lucha es pequeña si se trata de sacar adelante a la familia”, dice.
“Darling X”, una licenciada en comercio que en su país tenía casa propia y dos autos, llegó hace seis semanas junto a su esposo, un licenciado en educación.
No tienen hijos y se vinieron sin conocer a nadie. Trajeron justo el dinero para rentar un auto unos días y movilizarse mientras buscaban trabajo.
“Si teníamos que dormir en el carro, eso no era problema. Uno viene acá a ver si consigue un bienestar, así sea momentáneo”, dijo a Efe esta mujer que no quiere ser identificada.
“Darling X” y su esposo comenzaron a trabajar a los dos días de llegar a Miami. Primero limpiando habitaciones de hoteles. Incluso por dos semanas ella aceptó trabajo como empleada doméstica, interna en una casa, de lunes a sábado.
“Comenzaba a las 7:00 AM y terminaba como a las 9:00 PM. Me tocó hacer de todo: desde la limpieza de toda la casa hasta las compras de la comida, limpiar ventanas, regar el jardín, preparar y servir los tres tiempos de comida. ¡Ah! Y la merienda de la señora a las 4:00 en punto”, relata.
Más de 70 horas por 300 dólares a la semana, cuando el salario mínimo de la Florida es 8,46 dólares la hora y después de 40 horas hay que pagar tiempo extra.
Todo esto sucede, comenta Fernández, mientras el asilo político o humanitario es aprobado: “Hay unos 170.000 venezolanos viviendo en Miami. La mayoría vino con visa de turista, en avión. Pero como no tienen permiso para trabajar, quedan en un limbo y se ven obligados a aceptar cualquier trabajo”.
Lamentablemente algunos también quedan expuestos a abusos.
“Una de las mayores sorpresas que me he llevado”, dice Baloa, “es cómo la gente puede sacar provecho de alguien en crisis”.
“Nuestra necesidad se está convirtiendo en una subeconomía: en el negocio de otros”, dice Baloa, quien recuerda con tristeza como un señor que le recomendó para un trabajo en la construcción ganaba cuatro dólares por cada hora de las que él trabajaba.
El abuso también está presente en las viviendas. Hasta hace poco por 600 dólares se rentaba un apartamento tipo estudio en Miami. Ahora, en edificios de apartamentos familiares de 2 habitaciones y 2 baños, en barrios promedio, algunos venezolanos están pagando 750 por una pequeña habitación, sin baño privado.
“En nuestro caso”, dice ‘Darling’, “la sala del apartamento en el que vivimos está dividida con una cortina, porque otra persona, por 500 dólares, renta ese espacio. Compartimos el baño con ella”.
“Darling” agrega que por unos días también alquiló un vehículo. “Lo devolví porque me pedían que pagara 570 al mes y estaba muy viejo, en mal estado y encima apestaba a marihuana. Preferimos el bus, aunque nos toma 2 horas y 3 buses cada viaje”.
Ahora, con la posibilidad de un cambio en su país de la mano de Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por una parte de la comunidad internacional, no descartan la idea de regresar, aunque dicen que habrá que “dar un tiempo para que todo comience a arrancar”.
Fuente: EFE
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