(Foto: Wikimedia)

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Arabia Saudita enfrentará tiempos tormentosos bajo el mandato del nuevo rey Salman. Reformas políticas internas frenadas y fracasos a nivel internacional amenazan el futuro de la monarquía wahhabí, opina Loay Mudhoon.

La sucesión del fallecido rey Abdullah pudo aclararse con rapidez. La familia gobernante saudita enfrentó la larga enfermedad del monarca y tuvo suficiente tiempo para prepararse para el cambio de mando. Sin embargo, la transferencia de poder no pudo ocultar que el liderazgo del nuevo rey Salman deberá enfrentarse con una serie de desafíos tanto a nivel de política interna como externa.

El nuevo rey, que según distintos reportes podría padecer de demencia senil, es conocido como relativamente liberal y reformista (para los estándares sauditas). Pero con sus 79 años es, con la mejor de las voluntades, solamente un rey de transición. Un verdadero cambio generacional en la casa real saudita sigue en veremos.

Nuevo rey, viejos dilemas

En términos de política interior, el nuevo monarca tendrá los mismos dilemas que todos los gobernantes de la casa Al Saud desde la fundación de la monarquía: contrarrestar la influencia de los ultraconservadores y puritanos wahabitas para llevar a cabo las reformas necesarias en la sociedad y el Estado.

Pero su campo de acción es limitado, debido al rol central que juegan los fundamentalistas wahabitas en el aparato del poder. Además, el wahabismo no es solo el más importante factor legitimador de la familia gobernante; en términos reales, encarna una especie de ideología estatal. Por eso Arabia Saudita promueve la presencia de misioneros wahabitas en varios países, y por lo tanto contribuye de forma decisiva a la expansión del salafismo a nivel mundial.

Epicentro de la contrarrevolución

Los levantamientos populares a raíz de la Primavera Árabe pusieron al reinado saudita ante enormes desafíos. Finalmente, se temió que la dinámica revolucionaria alcanzara también a su propia juventud, afín a internet y cada vez más descontenta. Por eso, la monarquía se puso al frente de la contrarrevolución y financió el golpe militar contra Mohamed Mursi, el primer presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto. Incluso antes Arabia Saudita había intervenido militarmente en Bahréin y ayudó a sofocar con las armas el movimiento ciudadano pacífico de protesta.

Sin embargo, la política de estabilidad regional a cualquier precio se enfrenta con crecientes fracasos. El surgimiento del “Estado Islámico” en Siria e Irak muestra de forma impresionante cuán limitadas son las posibilidades de influir de los liderazgos sunitas a nivel internacional. Los yihadistas del EI suponen para Arabia Saudita un peligro existencial. En la lucha contra ellos, el país depende de la ayuda de sus aliados occidentales.

La necesidad de nuevos enfoques

También es grave el fracaso de la política de Arabia en Siria. El apoyo a la oposición siria no alcanzó los resultados esperados. El régimen asesino de Assad sigue firme en su lugar. Luego, el terror de Riad de un avance iraní-chiita en la región no ha disminuido. Sobre todo, porque la relación de la casa real con Turquía, la mayor potencia regional sunita, es mala.

Debido a la acumulación de reformas sin aprobar, el poder de acción de la mayor economía del mundo árabe se ha visto muy afectado y la insatisfacción de su muy joven población crece debido a las escasas posibilidades de participación y derechos civiles limitados. Esto hace que reformas sustanciales se tornen de suma importancia. Si las elites y el nuevo rey Salman no llevan adelante dichas reformas, aun contra la voluntad del poder wahhabista, y a nivel internacional no se forman más y mejores alianzas con los poderes regionales, Arabia Saudita podría convertirse en un foco de inestabilidad en el futuro.

(Fuente: Loay Mudhoon/Deutsche Welle )