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Deutsche Welle habló con el historiador Hubert Wolf, conocedor del acontecer vaticano, sobre lo que la inminente canonización de dos antiguos papas significa para la Santa Sede y para la gestión de Jorge Mario Bergoglio.
Conocido en todo el mundo por denunciar las violaciones de los derechos humanos durante la guerra civil de El Salvador (1980-1992) y asesinado por un francotirador cuando oficiaba una misa el 24 de marzo de 1980, el arzobispo de San Salvador monseñor Oscar Arnulfo Romero está a la espera de su canonización desde 1994, cuando su sucesor, el arzobispo Arturo Rivera y Damas, abrió una causa de santificación ante la Santa Sede. En algunos bastiones de la Iglesia católica al sur del Río Bravo ya se le llama “San Romero de América”.
Pero aunque el propio presidente salvadoreño viajó a Roma este miércoles (23.4.2014) para verificar cómo va el proceso de canonización de Romero, es la inminente santificación de dos antiguos papas lo que tiene ocupada a la jerarquía vaticana.
El próximo 27 de abril se espera que un millón de personas asistan a la ceremonia de canonización del italiano Angelo Roncalli (Juan XXIII, 1958-1963) y del polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II, 1978-2005). El último pontífice en ser canonizado fue Giuseppe Melchiorre (Pío X, 1903-1914), en 1954.
Oficiado por el papa Francisco, el del domingo (27.4.2014) será un ritual sin precedentes; nunca antes habían sido santificados dos papas simultáneamente. ¿Qué significado tendrá este acontecimiento para el Vaticano y para la gestión del argentino Jorge Mario Bergoglio? DW habló al respecto con el historiador Hubert Wolf, director de la Facultad de Teología Católica en la Universidad de Münster, Renania del Norte-Westfalia, y conocedor del acontecer vaticano.
Deutsche Welle: La canonización de antiguos papas dice mucho sobre los santificados. ¿Qué nos dice sobre la actual orientación de la Iglesia Católica?
Hubert Wolf: Hasta mediados del siglo XIX, la canonización de los papas era una práctica muy inusual; podía pasar una centuria entera sin que un pontífice fuera canonizado. Pero a partir de ese momento, la mitad de los papas han sido declarados beatos y santos o están en vías de serlo. En ese sentido estamos ante un proceso inflacionario que yo encuentro un poco problemático. Cabe preguntarse qué predestina a un papa a ser considerado un santo, comparado con un trabajador que integra sus valores católicos a su quehacer diario.
Está claro que, cuando un papa es canonizado por otro, el pontificado se está presentando a sí mismo como una institución santa. Y al ver como estos dos papas son santificados al mismo tiempo, yo solo puedo decir: ahí sí que hicieron las cosas con habilidad. Juan XXIII y Juan Pablo II representaron dos maneras muy distintas de ejercer el pontificado. Por un lado está el discreto Juan XXIII, que convocó al concilio, que propició la reforma de la Iglesia, que abrió sus puertas para que entrara aire.
Por otra parte está el fotogénico Juan Pablo II, que le sacó mucho provecho a los medios y a sus viajes por el mundo, jugó un rol importante en la unificación política de Europa, pero llevó las riendas de la Iglesia con un talante estricto y la orientó otra vez hacia Roma. Al santificarlos a ambos simultáneamente, Francisco intenta cumplir todas las expectativas. Francisco quiere dejar claro que, a su juicio, las posiciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II se complementan.
¿Quiere usted decir que la canonización simultánea de ambos papas refleja la concepción que Francisco tiene del pontificado?
Francisco heredó esos procesos de canonización de su predecesor, Benedicto XVI. Los procesos ya estaban en marcha. Pero el hecho de que Francisco haya decidido que se consumaran al mismo tiempo es decisivo. Si Francisco hubiera santificado a uno solo de ellos -–a Juan Pablo II, digamos-–, habría dado a entender que esa era la concepción del papado que él respaldaba. En cambio, decidió elevar tanto a Juan XXIII como a Juan Pablo II. En lugar de decir: ‘Los papas tienen que ser como Juan Pablo II’, dijo: ‘los papas también pueden ser como Juan XXIII’. Recordemos que en una entrevista, Francisco admitió haber pensado en llamarse Juan XXIV.
¿Qué hay de las otras canonizaciones, las que no santifican a papas, sino a otras personas? ¿Revelan ellas también el programa del pontífice de turno?
Las comisiones de historiadores y las congregaciones para el nombramiento de beatos y santos hacen recomendaciones, pero es el pontífice en funciones el que toma la decisión final. De ahí que toda canonización –-no sólo la de un papa-– sea la expresión de la agenda del pontífice en el cargo. En el caso de Francisco, su decisión lo protege de ser objeto de críticas. Francisco satisface el deseo que muchos tienen de ver santificado a Juan Pablo II y eleva también a Juan XXIII a la categoría de modelo ejemplar para los creyentes, como proclamando la apertura del concilio hacia el mundo y la implementación de las reformas del concilio.
Esa es la tensión bajo la que se halla en este momento el pontificado. ¿Se impondrá una orientación o la otra? ¿Logrará Francisco equilibrar esas dos fuerzas? ¿Cómo reaccionarán los miembros de la Curia que lo siguen y aquellos que se le oponen? Esas son preguntas que siguen abiertas.
(Fuente: Deutsche Welle )