(Foto: Freddy The Boy)

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Por Fernando Carbajal / @Fercarbajal

Sofía Rodríguez, admirable correctora de textos, me preguntaba qué hubiera sido de mi vida si no fuera corrector, y yo le respondía que habría sido millonario. Y le añadía que un buen corrector puede tener más competencias de las que un millonario posee.

Más allá del hecho de que sea cierta mi aseveración (¡no se resienta, amigo millonario!), esta apuntaba a destacar las aptitudes de un corrector de élite, aquel que desdeña trabajos de ‘coordinación editorial’, porque solo le interesa zambullirse en el mar inconmensurable de las cadenas de letras y de sus vaivenes de concordancia y gramaticalidad. Es que este humano (‘Homo sapientísmo’) se siente en su elemento encontrando erratas, gerundios mal puestos, pasivas reflejas que no transparentan nada, anacolutos y otras perlas del discurso.

Discute con otros correctores si luego de una frase en letra negrita, el punto aparte que le sigue debería ir también con ese estilo o no (un corrector salta y dice “debiste escribir ‘punto y aparte’”, pero otro corrector, uno progresista, aboga raudo por el uso mayoritario. Y otra vez la eterna discusión: que la norma, que el uso; que no porque todos lo hablen y escriban significa que está bien; pero la lengua es un ente vivo, crece y cambia. Y así, por el estilo…

El corrector invisible
Invisible no es sinónimo de inexistencia, como lo cree (¡¿sabrá Dios por qué esta actitud?!) firmemente la Real Academia Española al organizar su VI Congreso de la Lengua Española, bajo el lema El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur y no invitar a ningún corrector ni del Atlántico, ni del medio ni del sur ni de Lima o la Cochinchina.

Como bien lo dicen varias asociaciones de correctores en este manifiesto:
“Nuestro trabajo ha sido siempre silencioso y hasta calificado de invisible: trabajamos de tal forma que nuestra mejor huella es, finalmente, no dejar ninguna. Lamentablemente, en el aspecto laboral, se han terminado confundiendo los planos, y de la labor invisible, se pasa a la persona invisible. Y de la invisibilidad de la persona se pasa, a su vez, a la negación de esta y de sus derechos”.

No me pasa por la cabeza que este ninguneo obedezca a razones de índole intelectual, porque de ser así, tendrían una respuesta contundente y aleccionadora; pero como no existe y, como puede apreciarse, por más que quieran parecerse a Roberto Carlos mientras canta “Yo quiero tener un millón de amigos”, su histórica idiosincrasia — con mucho de China Tudela— aparece, impulsiva y opresiva.

Pero, el motivo de todo esto era decir ¡Feliz día!
Pues, sí, estimado lector, es que doy muchos rodeos para decir lo que debo y lo peor, a veces olvido para qué fue el rodeo. Permítaseme, recordar esto.

Disculpen si suena a vanidad que mencione que gracias a este artículo escrito por mí en octubre del 2006, en el que era el blog de la crítica y punzante Silvia Senz, muchos correctores y medios de prensa de Latinoamérica se enteraron de la existencia de esta efeméride. Han pasado siete años y la fecha es más conocida, aunque la Fundación Litterae haya borrado toda referencia a la propuesta que hiciera y a Erasmo de Rotterdam en su página web. Tal vez hicieron esto porque luego de proponer la fecha se dieron cuenta de que no se ha probado fehacientemente que Rotterdam haya sido corrector, como tampoco que haya nacido el 27 de octubre (sino el 28), que escribió su obra en latín y no en español, y que otras personalidades tengan quizás más ‘derecho’, como por ejemplo, Alonso de Proaza.

Pero todo esto pasa a segundo plano (no tan segundo, diría algún otro por ahí, pues qué paradoja sería que el Día del Corrector se funde en un error) cuando se trata de reconocer, saludar y confraternizar con los eximios correctores, los que día a día limpian, pulen y dan esplendor a un texto (¿alguien más había dicho antes algo parecido? ¡Bah, quién será y qué importa ahora!).

Y otra vez: “Despacito y buena letra que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas” (Machado dixit).

¡Feliz Día, corrector, en donde estés!