(Foto: USI)

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El 15 de setiembre del 2007, al mediodía, los pocos habitantes que viven en el sector de Carancas, ubicado a escasos metros de la frontera con Bolivia, en el distrito puneño de Desaguadero, pasaron el peor susto de sus vidas cuando del cielo cayó un meteorito. Al impactar con la tierra, este causó un fuerte estruendo que se escuchó a unos 10 kilómetros a la redonda. El gran pedazo de roca espacial dejó un hoyo de aproximadamente trece metros de diámetro y de cinco metros de profundidad.

Según informó El Comercio sobre el hecho, los campesinos asustados señalaron que tras el choque, el meteorito se desintegró lanzando, en varias direcciones, esquirlas de color plata grisáceo. Afortunadamente, ninguna causó daño material o personal.

Pocos días después del impacto, los medios reportaron que 700 pobladores de comunidades campesinas aledañas a Carancas fueron afectados por supuestas emanaciones de gases provenientes del cráter que se produjo tras el impacto del meteorito.

Entre los afectados estaban siete policías encargados de custodiar la zona del impacto, informó el director regional de salud de Puno, Jorge López Tejada.

Los agentes presentaron dolores de cabeza, mareos, náuseas o vómitos, por lo que fueron atendidos en un centro de salud de Desaguadero y, posteriormente trasladados al Hospital de Sanidad de la Policía de Puno. Allí recibieron oxígeno y rehidratación.

Según declaró el físico nuclear Modesto Montoya por aquellos días, el malestar podría haberse generado por el temor que produjo la caída del meteorito. “Cuando un meteorito cae produce sonidos espantosos al estar en contacto con la atmósfera. Es como si una gran piedra fuera sometida a una gran lija. Esos ruidos pueden haberlos asustado”, explicó.