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Deutsche Welle.
La península de Crimea vuelve a estar en el foco del interés político mundial.
Romanos, godos, hunos, alanos y genoveses se fueron turnando en el control de la pequeña península de 26.000 km² de superficie, similar a la de Haití, hasta que, en 1475, la península fue invadida por los turcos. Estos, ayudados por príncipes tártaros, mantuvieron su control hasta 1783, año en el que el Imperio Ruso se anexionó la península.
Menos de un siglo después se produce, sin embargo, un acontecimiento que supondría un freno para las ambiciones expansionistas del Imperio Ruso. Hacía siglos que los monjes católicos romanos y ortodoxos se disputaban el control de la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, y la Basílica de la Natividad, en Belén, razón que obligó a rusos y otomanos a firmar un acuerdo en el siglo XVIII por el que el sultán se comprometía a proteger a los ortodoxos.
A pesar de que durante el reinado de Catalina II Rusia ya había logrado acceder al Mar Negro a costa de los propios otomanos, la salida al Mediterráneo se había convertido en una obsesión para Nicolás I. Y es que el zar creía que la debilidad del maltrecho Imperio Turco le permitiría tomar el control de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos sin mucha oposición. Pero se equivocó.
En octubre de 1853, con la excusa de proteger a los creyentes de la Iglesia Ortodoxa que vivían en Palestina y que veían su seguridad amenazada, el zar Nicolás I propone al sultán turco, a través de un emisario –el príncipe Ménshikov-, un nuevo tratado mediante el cual Rusia tendría la capacidad de intervenir en Palestina si la situación lo requería.
La carga de la brigada ligera
Ante la desmedida petición, la cual amenazaba la soberanía otomana en la región, y presionado por la diplomacia británica y francesa, el Sultán Abd-ul-Mejid I rechazó el tratado. Ante esa negativa, el zar mandó invadir las regiones otomanas en el Mar Negro de Moldavia y Valaquia –actual Rumanía- , en las que Rusia actuaba como defensora de la Iglesia Ortodoxa. Este movimiento fue el detonante que hizo que los aliados europeos del Imperio Turco –Francia, Reino Unido y el Reino de Piamonte-Cerdeña-, auspiciados por la actitud imperialista rusa, tomasen parte en el conflicto al lado de los otomanos.
(Foto: Wikimedia)Tras tres años de combates en las costas turcas, el Danubio y en la propia Península de Crimea, la guerra llegó a su fin con una grave derrota rusa en la Batalla de Balaclava. Una de las escenas más recordadas de esa guerra sería más tarde llevada al cine por el director norteamericano de origen húngaro Michael Curtiz, quien juntó, por primera vez, a una de las parejas más populares del cine de Hollywood, la formada por Olivia de Havilland y Errol Flynn, en La carga de la brigada ligera (1936). El 30 de marzo de 1856 se firma en París un tratado que puso fin al conflicto y estableció la desmilitarización del Mar Negro.
República autónoma de la URSS
Después de la Revolución Rusa, y tras el acceso al poder de los comunistas en Crimea en 1921, ésta se convirtió en república autónoma –un estatus inferior al de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (RSS), pero por encima de los óblast y distritos autónomos- y quedó englobada en la URSS. Dos décadas después, en plena Segunda Guerra Mundial, las tropas de Hitler invadieron la península y, tras el famoso cerco y caída de la ciudad de Sebastopol, en julio de 1942, se hicieron con su control hasta la primavera de 1944, año en el que las tropas nazis fueron derrotadas y Crimea volvió a dominio soviético.
La vuelta al control soviético trajo graves consecuencias para los tártaros de Crimea, un pueblo de origen mongol que vivió su máximo esplendor durante la época del Kanato de Crimea, también conocido como Estado de los tártaros de Crimea (1441-1783). Acusados por Stalin de colaboracionismo con los nazis, fueron deportados en masa a Asia Central.
A finales de la década de 1980, muchos tártaros comenzaron a regresar a Crimea, donde actualmente habitan unos 250.000, en su mayoría musulmanes suníes, aunque también hay muchos cristianos ortodoxos. Se calcula que aproximadamente unos 150.000 permanecen en el exilio, principalmente en Uzbekistán.
La inestabilidad permanente
Un año después, en febrero de 1945, tuvo lugar en la costera ciudad de Crimea la Conferencia de Yalta, una reunión entre Stalin, Churchill y Roosevelt que, para muchos, supuso el inicio de la Guerra Fría.
En 1954 Crimea vio rebajada su autonomía a la categoría administrativa de óblast y fue cedida por la URSS a la RSS de Ucrania. En 1991, poco después de la disolución de la Unión Soviética, Rusia anuló la cesión y exigió la devolución de los territorios. Aprovechando la coyuntura y la independencia de Ucrania en agosto de 1991, el Parlamento de Crimea aprobó su primera Constitución y declaró la independencia de la “República de Crimea” el 5 de mayo de 1992. Sólo un día después, el propio Parlamento corregiría la Constitución a través de una sentencia en la que se reconocía que Crimea formaba parte de Ucrania.
La inestabilidad volvería poco tiempo después a la región. En mayo de 1994, el por entonces Presidente de Crimea, Yuriy Meshkov, decidió recuperar la Constitución de 1992 mientras el Parlamento se encargaba de redactar una nueva. Un movimiento que no sentó bien en el Verkhovna Rada, Parlamento de Ucrania. Pocos meses después, un dictamen del Tribunal Supremo de Ucrania de marzo de 1995 anuló la Constitución de 1992 promulgada por el Parlamento de Crimea y entregó el control del Gobierno al presidente ucraniano, Leonid Kuchma.
En octubre de 1995, el Parlamento de Crimea volvería a adoptar una nueva Constitución que no sería ratificada definitivamente por el Verkhovna Rada sino hasta abril de 1996. Aunque otorga gran autonomía al gobierno peninsular, la actual Constitución prohíbe la promulgación de todo tipo de legislación que entre en conflicto con las leyes nacionales de Ucrania.
(Fuente: Deutsche Welle )