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Noyelles-sur-Mer es un pueblo insignificante en la costa norte de Francia. Un par de casas típicas francesas alrededor de una iglesia y un pequeño hotel con vistas al Canal de la Mancha. Un pueblo con pocas cosas que ofrecer. Salvo su cementerio. Con 838 tumbas, es el cementerio chino más grande de la Primera Guerra Mundial en Europa.
Prácticamente, China se quedó al margen de la contienda en los ataques militares de esta guerra. El imperio tenía que acallar revueltas internas tras la caída de la monarquía y la aclamación de la república de China. Como nuevo país, buscaba el reconocimiento de las grandes naciones europeas, aclara el historiador de Hong-Kong Xu Guogi.
En 1917, China declaró la guerra a las Potencias Centrales, pero ningún soldado chino disparó un solo tiro. Con la entrada formal en la guerra, China buscaba la complicidad de europeos y estadounidenses para proteger su territorio contra Japón, que tras tomar la colonia Kiauchau en 1914, amenazaba con tomar otros territorios chinos.
Apoyo tras la línea de fuego
En Europa, pronto se vio que el conflicto militar iba a ser una guerra de posiciones dura y con muchas pérdidas. Sobre todo en el norte de Francia, donde los soldados estaban en las trincheras frente a frente aunque pasasen meses sin que hubiese movimientos.
Como apoyo logístico para suministrar a los soldados se utilizaron trabajadores extranjeros. Sobre todo en Flandes y el norte de Francia. Al final de la guerra, había unos 700.000 efectivos de este tipo activos en el frente. La mayoría procedentes de antiguas colonias de Gran Bretaña o Francia, pero también 140.000 voluntarios procedentes de China.
En mayo de 1916, ambos países europeos habían firmado un acuerdo con la República de China. “La mayoría de los voluntarios eran campesinos hambrientos que no sabían leer ni escribir”, aclara el historiador Xu: “Vinieron sobre todo de la provincia de Shandong y estaban acostumbrados a las difíciles condiciones de vida en China. Eran jóvenes -–entre 20 y 40 años-– y lo único que conocían era el trabajo corporal”. En busca de mejores condiciones y sueldos más altos, se apuntaban en las oficinas de la antigua colonia de Weihaiwei. “Otros seguramente lo hicieron por espíritu aventurero o simplemente por conocer la civilización occidental, pero la mayoría vino para salir de la pobreza”, continúa Xu.
Del campo al infierno de la guerra
Aunque los europeos prometían un trato justo, lo que encontraron en Francia fue un auténtico infierno: “Los destinaron a la guerra más sangrienta de la historia. Muchos tuvieron que cavar trincheras o trabajan directamente tras la línea de fuego, mientras las bombas explotaban a su alrededor”. Otros ayudaban en la industria del armamento, en los astilleros y en las fábricas de aviones. Trabajaban en el mantenimiento de carreteras y líneas de ferrocarril, o en las minas de carbón, contribuyendo enormemente a la economía de guerra en Francia entre 1916 y 1918.
“Los cerca de 40.000 efectivos chinos que trabajaban para los franceses fueron relativamente bien tratados”, aclara Xu. “Pero los reclutados por los ingleses terminaron como prisioneros en campos de trabajo”. Cavaban diez horas diarias durante seis días a la semana por un sueldo diario miserable de entre uno y tres francos. A pesar de ser civiles, estaban sometidos a las leyes de los tribunales militares británicos.
El racismo y las diferencias interculturales estaban a la orden del día, en parte porque había pocos traductores en el campo. “Los comandantes gritaban todas las mañanas y eso sonaba a los oídos de los trabajadores chinos como perros ladrando. Se sentían maltratados y había frecuentes revueltas”. Casi al final de la guerra, en el norte de Francia había 17 campos británicos en lo que vivían cerca de 96.000 trabajadores chinos.
Sin vida después de la guerra
Después del final de la contienda, se tardó en disolver los campamentos. En marzo de 1919, todavía vivían en Francia y Bélgica casi 80.000 chinos. Ayudaban en la reconstrucción de los daños de guerra o enterraban soldados caídos en el frente durante la batalla. Muchos fueron destinados a limpiar los campos de minas. Entre 1916 y 1919, se calcula que murieron unos 3.000 chinos.
“Tristemente, la mayoría fallecía una vez terminada la guerra”, dice Xu, “muchos porque nadie les explicó como actuar ante bombas sin explotar”. Otros fallecieron víctimas de la gripe española y los que sobrevivieron, consiguieron volver a China. En 1921, quedaban unos 3.000 chinos en Francia, sobre todo en los suburbios de París donde posteriormente se fundó el primer barrio chino de Europa.
“En la Primera Guerra Mundial, los trabajadores chinos contribuyeron a cubrir las espaldas de soldados británicos y franceses”, resume el experto de Hong-Kong. “Pero también fueron importantes para la joven república china, puesto que debido a su intervención, fue reconocida por Francia y Gran Bretaña”. Una vez en China, muchos de ellos cayeron rápidamente en el olvido. “El Gobierno chino nunca reconoció la intervención de estos hombres. En Europa tampoco son más que una nota al margen de la guerra”. Y actualmente, pocos son los testigos de su destino. Salvo cementerios como el de Noyelles-Su-mer.
(Fuente: Deutsche Welle )