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La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, dijo una vez que, si se abría un juicio con miras a su destitución, sería “una carta fuera de la baraja”. Desde hoy, en la mesa de póker del garito de la política brasileña, se juega con una reina menos.
Rousseff quedó fuera del juego tras la decisión del Senado de iniciar un juicio político con miras a su destitución, lo que según la Constitución brasileña obliga a que se separe del poder al menos durante los 180 días que puede durar el proceso.
No obstante, si fuera absuelta en el juicio político retomaría el poder y mandaría otra vez a la vicepresidencia a Michel Temer, con quien ha ido del amor al odio y la reemplazará en los próximos seis meses o completará su mandato si fuera definitivamente destituida.
¿QUIÉN ES DILMA ROUSSEFF?
Hasta hace unos pocos años, Dilma Vana Rousseff Linhares era una tecnócrata con fama de antipática, sin aspiraciones políticas y una perfecta desconocida para la mayoría de los brasileños.
Pero aupada por Luiz Inácio Lula da Silva llegó a la Presidencia de Brasil y ganó dos veces, la segunda con 54 millones de votos que hoy no tendría, al menos según encuestas que le atribuyen apenas un 10 % de popularidad.
Esa caída en picado de su apoyo, carcomido con la voracidad de un “pacman” por una combinación de severas crisis económica, política y de corruptelas, fue determinante para apearla de un poder que, hasta 2010, no estaba en sus planes.
Rousseff nunca había postulado a un cargo electivo y hasta era resistida por el Partido de los Trabajadores (PT), al que sólo se afilió en 1990, pero Lula la impuso como candidata presidencial, le hizo la campaña y la convirtió en la primera mujer elegida para un cargo que, hasta entonces, sólo habían ocupado 35 hombres.
Hija de un comunista búlgaro que emigró a Brasil y se casó en este país, sólo tuvo alguna proyección nacional cuando en enero de 2003 asumió como ministra de Energía en el primer Gobierno de Lula.
Pasó luego a ejercer el cargo de ministra de la Presidencia, se ganó fama de “Dama de Hierro” por su rigor y, gracias al influyente “dedo” de Lula, se convirtió en sucesora del líder más carismático de la historia reciente del país.
EN LA PRESIDENCIA
Cuando asumió el poder por primera vez, el 1 de enero de 2011, su condición de economista animó a los mercados, pero, en contra de lo que se esperaba, el Brasil de Rousseff perdió el impulso que había convertido al país en la “niña mimada” del mundo de los negocios.
En su primer mandato, el crecimiento económico cayó al 2,7 % en 2011, al 1,0 % en 2012 y se recuperó ligeramente, para llegar al 2,5 % en 2013, pero en el segundo se precipitó por un barranco, hasta entrar en la recesión más grave de las últimas tres décadas.
En su primer período fue dura con la corrupción y castigó toda sospecha, al punto de que en sus primeros doce meses no le tembló el pulso para destituir a siete ministros salpicados por denuncias.
En junio de 2013 la sorprendieron unas de las mayores protestas de la historia del país, cuando millones de personas tomaron las calles para protestar por los pésimos servicios públicos, justo un año antes de que Brasil acogiera el Mundial de fútbol.
Desde entonces, Brasil entró en ebullición y Rousseff comenzó a derrumbarse, aunque logró ser reelegida en 2014 por una diferencia de escasos tres puntos, que ya hablaban de la fractura política de la sociedad.
Su segundo mandato nació herido por un agravamiento de la crisis económica y por las corruptelas en Petrobras, que enlodaron a casi todos los partidos oficialistas y desbarataron su base política.
EL MITO DE DILMA ROUSSEFF
En el último año, el torbellino político la acorraló y la puso al borde de un juicio político por unas maniobras fiscales irregulares que ella niega.
Desde que comenzó el trámite que hoy la separa del poder se ha dicho víctima de un “golpe de Estado” y afirmado que lo afrontará “hasta el último minuto”, igual que hizo contra la dictadura que gobernó el país entre 1964 y 1985.
Alude así a su juventud, cuando por supuestos vínculos con grupos guerrilleros alzados contra la dictadura pasó casi tres años en prisión y sufrió la tortura en su propia carne.
Un capítulo poco ventilado de su historia oficial cuenta que, una vez que salió de la cárcel, su primer empleo lo tuvo en la Fundación de Economía y Estadística de Río Grande do Sul, organismo estatal controlado por la propia dictadura que la persiguió.
Quien la conoce afirma que fue en las mazmorras del régimen que forjó su recio carácter, que a veces dicen que pasa todo límite.
En Brasilia hay quien sostiene que alguna vez hasta le lanzó un florero por la cabeza, sin puntería, a un ministro en medio de una tensa discusión.
Pese a esa imagen, Rousseff puede ser la abuela más dulce cuando está con alguno de sus dos nietos, a los que les podrá dedicar más tiempo ahora.
También, pese a sus 69 años, podrá cumplir su sueño de comprar una Lambretta, un sueño desde hace unos pocos años cuando salió de paseo por Brasilia con un ministro en una poderosa Harley-Davidson.
(Fuente: Eduardo Davis / EFE)
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