(Video: Deutsche Welle)

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La Dra. Anne Huffschmid, investigadora de la Universidad Libre de Berlín, habla con DW acerca de los orígenes de la violencia en Guerrero, México, donde policías colaboran con grupos dedicados al crimen organizado.

DW: El discurso oficial habla de México como un país que se recupera de la violencia. Sin embargo, episodios como el de Iguala y otros (la ejecución extrajudicial de presuntos criminales en Tlatlaya, a manos de militares) contradicen este discurso. ¿Cuáles son las causas de la violencia que persiste en México?

Anne Huffschmid: Me temo que México está muy lejos de recuperarse de la hiperviolencia que viene inundando el país desde hace más de un sexenio. La masacre de Iguala, de la cual no sabemos siquiera su extensión exacta, es un terrible síntoma de cómo parte del cuerpo policiaco colabora, ya abiertamente, con los grupos y subgrupos del crimen organizado.

Debemos recordar que fueron uniformados, ‘falsos’ o no, los que se llevaron a los estudiantes de Iguala, que en este caso son además activistas. Todo parece indicar que ahí se sobreponen intereses de control con la represión política. Las causas son variadas, entre ellas, la pobreza y la exclusión estructural en las zonas más marginadas del pais, así como la tradición arraigada de un cacicazgo represivo en estas mismas zonas. Pero hay elementos nuevos a tomar en cuenta, como es la expansión territorial, la creciente fragmentación y la cada vez más sangrienta competencia entre los carteles de las economías criminales en territorio mexicano. Éstos no se limitan ya al narcotráfico o al comercio de las sustancias ilegales, sino a otros crímenes igual o hasta más lucrativos, como es la trata de personas, o la extorsión.

La militarización puesta en marcha por el expresidente Felipe Calderón llevó a la paramilitarización en las zonas de conflicto. Ésta ya es dificil de parar o controlar, cualquiera que sea el partido en el gobierno.

Ahora se habla del estado de Guerrero como centro de la violencia. ¿Es un fenómeno reciente en esa zona de México?

Ahora el foco mediático está en Guerrero, como antes lo ha estado en Michoacán —que hace un par de años vio nacer a un nuevo tipo de cartel que introdujo una política del terror, con fines claramente ‘comunicativos’— o también en la zona norte, donde la narcoviolencia ya opera desde los noventa.

Guerrero es sin duda una de las zonas con más tradición de violencia política: ahí emergieron, producto del cacicazgo y explotación en los años sesenta, los primeros grupos guerilleros. Ahí el Estado empleó una estrategia —ciertamente selectiva— de brutal contrainsurgencia, que se asemeja bastante a los terrorismos de Estado en el Cono Sur. El hecho que ninguno de los crímenes del pasado haya sido juzgado y castigado legalmente, promovió una cultura de la impunidad que —a opinión de muchisimos expertos y observadores— continúa hasta la actualidad, y genera un clima propicio para el florecimiento de las nuevas violencias de uniformados y no uniformados.

A diferencia de lo que sucede en Michoacán, las llamadas autodefensas en Guerrero operan —como policias comunitarias— desde mediados de los años noventa. Por más legitimadas que pueden parecer, es un indicio fatal de que los cuidadanos —ante la desprotección por el Estado— se defienden ‘por su cuenta’. Pero este no es un asunto local de Guerrero, sino que ya abarca gran parte del país. En México impera la ausencia de un estado de derecho y el principio de legalidad. La convicción arraigada en muchos mexicanos de que “no hay justicia” se combina con el acostumbramiento a esta violencia extrema. Esta “normalización” es lo peor que le puede pasar a una sociedad. Ojalá que la masacre de Iguala sirva como alerta de frenar esta normalización y exponer la situación como lo que sigue siendo: una emergencia nacional.

Guerrero es gobernado por el PRD (oposición de izquierda). ¿Quiere decir esto que el problema de la violencia en México rebasa el ámbito de los partidos o proyectos políticos?

Claramente, la violencia desde hace tiempo rebasa la lógica partidaria y los signos de partido. De por sí, y sobre todo en zonas marginadas como Guerrero o Chiapas, el peso de los signos de partidos políticos —que en el centro puede indicar proyectos divergentes, como el más reciente regreso del priisimo— era bastante relativo. Importaba siempre más la pertenencia a la clase política local, que la distinción entre uno y otro partido. El deplorable desempeño del PRD en el gobierno local guerrense, y también en Chiapas, es un ejemplo.

También a nivel nacional, el PRD nunca se ha distinguido por tener una estrategia para enfrentar la impunidad, la hiperviolencia y la enorme inseguridad, pese a que siempre ha sido un tema espinoso, pero no por ello menos urgente, para las izquierdas. Habría que ver con mucha atención las propuestas de un movimiento como Morena, una escisión del PRD que posiblemente encarna más frescura y creatividad política, pero sobre todo los actores, movimientos y grupos de la sociedad civil, como las organizaciónes de víctimas, familiares y otros que no están dispuestos a acostumbrarse a este nuevo estado de las cosas.

Un ejemplo fabuloso son los creadores mexicanos, entre ellos algunas de las más renombradas celebridades, que se distinguen por su entrega y compromiso activo con promover una “paz con justicia y dignidiad”. Es el lema del movimiento encabezado por el poeta Javier Sicilia. Todos ellos son, creo, la última y única esperanza para impulsar nuevas políticas de Estado, capaces de bajar los niveles de violencia y contrarrestar las terrible brutalización. Cualquier gobierno serio, que perciba a la violencia como un asunto de fondo, y no solo de forma o de imagen, debería buscar cooperar a la brevedad y en serio con estos actores. Y sobre todo, no debería de cooptarlos.

(Fuente: Deutsche Welle )