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Decenas de miles de personas huyeron de los combates y ataques de Estado Islámico en Kobane, Siria, hacia Turquía. Muchos siguen en campamentos para refugiados. Una red de voluntarios intenta aliviar su sufrimiento.
Como tantos otros, Ahlam, una madre de 25 años, tuvo que tomar a su bebé en los brazos y huir de los ataques de la organización terrorista Estado Islámico (EI), que intenta cercar la ciudad siria de Kobane, en la frontera con Turquía. Ahora vive en la pequeña ciudad turca de Suruc. Como ella, cerca de 180.000 habitantes de Kobane tuvieron que huir hacia las pequeñas aldeas en las inmediaciones de la frontera turco-siria.
Esperando noticias de Kobane
Ahlam consiguió un lugar en uno de los campamentos para refugiados en Suruc, que fue construido por iniciativa del partido prokurdo BDP. En tiendas de 10 metros cuadrados viven seis personas, y a veces más. En total, se refugian allí unas 2.000 personas. Día y noche esperan recibir noticias de sus familiares y amigos que aún siguen en Kobane. En esa ciudad hay en total, unos 1.500 civiles, según portavoces kurdos, pero esos datos no han podido ser comprobados. Las Naciones Unidas advirtieron a comienzos de octubre que, además de los combatientes kurdos, todavía había de 500 a 700 personas en Kobane, sobre todo personas mayores. Si la ciudad cayese en manos de EI, eso sería una catástrofe para la población civil.
“Ahlam” es un nombre kurdo, y significa “Sueños”. Y Ahlam sueña mucho en estos días, pero más que sueños, son pesadillas las que la atormentan. “Estoy segura de que saquearon nuestra casa y se robaron todo”, dice. Cada noche, Ahlam intenta llamar a sus familiares en Kobane, y no puede ocultar su alegría cuando alguien, desde el otro lado de la línea, le responde.
Donación de medicamentos
El Centro Cultural de Suruc es un edificio enorme con una inscripción kurda sobre su portón de entrada. Un grupo de hombres toma el té en el patio. En el primer piso, Hassan, de 36 años, trata de ordenar las cajas con medicamentos en un estante. También Hassan huyó de Kobane. Era dueño de una farmacia en la ciudad siria, y perdió todo en un ataque de Estado Islámico.
Ahora, trata de ayudar a otros en Kobane, junto con varios voluntarios como él. El Centro Cultural de Suruc se ha convertido en un centro médico improvisado. “Nos falta de todo”, dice Hassan, “sobre todo antibióticos y penicilina”. Los medicamentos llegan de todas partes, principalmente de otras ciudades de Turquía, y también de Alemania. Hassan y los demás voluntarios los distribuyen entre los campamentos para refugiados de la ciudad.
Voluntarios trabajan doce horas por día
Los campamentos tienen electricidad y son bastante seguros, a pesar de haber sido construidos en una situación de emergencia. Ahmet es uno de los voluntarios que se dedica a registrar a los refugiados y a proveerlos de medicamentos. Además, se ocupa de que los enfermos que deben ser tratados en un hospital puedan llegar hasta él. A la pregunta de por qué asumió la difícil tarea de ayudar a los que más lo necesitan, Ahmet responde: “Si no los ayudamos nosotros, ¿quién lo hará?” “Tuvieron que abandonar sus hogares, y ahora viven en tiendas de campaña, y eso me pone muy triste. Somos un mismo pueblo”, agrega.
En vista de los miles de refugiados de Kobane, las posibilidades de ayudarlos son cada vez más limitadas. El bebé de Ahlam está enfermo, pero no es nada grave. Otros la pasan peor. Pero Ahlam está preocupada. “De todos modos, estamos mejor aquí”, asegura. “Es mejor estar aquí que dejar que nuestros hijos caigan en manos de los islamistas”.
(Fuente: Deutsche Welle )