Joven nepalí sobre restos derruidos de su casa. (Foto: EFE)

Joven nepalí sobre restos derruidos de su casa. (Foto: EFE)

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Mientras el mundo se enteraba del horror del terremoto en Nepal por los ojos de Katmandú, en las faldas del Himalaya el dolor se extendía como un epidemia bajo toneladas de barro y piedra desmoronadas que acabaron con la tercera parte de los vidas que este viernes se cuentan como muertos en el país.

El terremoto que hace una semana llevó la tragedia a Nepal se ensañó con el distrito de Shindupalchok, un pequeño valle en las faldas del Himalaya al que este viernes empezaba a llegar la ayuda en forma de sacos de arroz, un alimento que a algunos les ha saciado el desconsuelo y la sensación de abandono.

Lejos de la carretera principal de la comarca, a su paso por lo que hoy queda de la localidad de Harre y bajando por una colina abrupta y dentada, está la casa de Kumar Tamang, un albañil de 26 años que el sábado se encontraba en Katmandú cuando ocurrió el terremoto.

Su padre le llamó el domingo para que volviera porque su hija de nueve años y su hijo de cinco habían quedado sepultados bajo la casa. Logró regresar dos días después, a tiempo para ver cómo el abuelo era capaz de recuperar los cuerpos de los pequeños y despedirse de ellos cumpliendo el rito hindú con una pira funeraria que apagó ayer.

“Su madre está en Kuwait, no lo sabe. Se lo diré pronto”, dijo a Efe Kumar.

Como él, cientos de nepalíes han ido recuperando los cuerpos de sus seres queridos arrancándoselos a los escombros, a veces con ayuda de algún equipo de rescate chino o alemán; en la mayor parte de los casos solos.

El valle de Shindupalchok es un rico microclima agrícola donde brotaban radiantes los campos de trigo frente a casas hoy molidas como galletas pisoteadas o convertidas en casas de muñecas a escala natural que muestran el dormitorio, la cocina y la salita al mirar a una fachada que ya no existe.

En Chautara, la capital del distrito, el vuelo de los helicópteros zumba en el campo abierto frente al hospital general, que contempla un precario campo de refugiados donde hoy empezó a llegar la cooperación internacional.

“Somos 26 médicos y técnicos y vamos a abrir un hospital con servicio completo de cirugía”, indicó a Efe Olaf Rosset, coordinador de un equipo de la Cruz Roja noruega mirando a las montañas circundantes, donde nadie duda de que solo esperan cientos de muertos y heridos.

El mayor Deepak del Ejército de Nepal, encargado del distrito, indicó a Efe que en allí han muerto 2.194 personas y tienen registro de 700 heridos de gravedad.

Al preguntarle qué estima el Ejército que puedan encontrar en las casas dispersas y minúsculos poblados a los que no llegan las carreteras y solo se puede arribar tras horas de caminata a pie, en caballo o en yak, responde: “puede haber más de 2.000 muertos”.

A pocos metros de allí, Madhav Karki, de 24 años, observa los pisos convertidos en acordeón de la casa de un amigo al que vino a ayudar hoy desde Katmandú.

“Yo he tardado dos horas en llegar en moto, ¿por qué esta gente ha tardado una semana?”, dijo a Efe.

La vivienda de su amigo es una más de las imposibles estampas arquitectónicas de destrucción de Chautara.

Baños en un tercer piso convertidos en atalaya y almena, viviendas de madera inclinadas como en Pisa y sandwiches de placas de hormigón apiladas después de que los tabiques de varias plantas cedieran al peso del cemento complementan el macabro catálogo.

En la ladera de una montaña de escombros junto a los hierros de una silla tragada por el adobe se sienta Bhakta Bahadur Sapkata, un granjero de 48 años ha decidido quedarse en el lugar.

Dice que ayer pasó por allí y sintió el olor fétido de un cuerpo en descomposición por lo que cree que alguien quedó atrapado debajo, y espera a que llegue la ayuda.

Al preguntarle por qué no avisa al Ejército, responde que ya lo hizo ayer y aguarda a que lleguen en cualquier momento.

(Fuente: EFE)