El drama de los deportados. (Video: AFP)

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VIDEO. Suena el timbre en la garita San Ysidro de Tijuana. Un agente de la Patrulla Fronteriza estadounidense avisa que trae 12 mexicanos, que ven como su sueño americano se desvanece en unas deportaciones que Donald Trump promete multiplicar si llega a la Casa Blanca.

La mayoría llegan cabizbajos, con sus pocas pertenencias en una bolsa de papel o de rejilla. Muchos ni siquiera tienen identificación.

- ¿De dónde eres?

- ¿Qué queda cerca de ese pueblo?

- ¿Traes pisto?

Un agente mexicano abre el candado de la puerta y, desde la línea fronteriza, verifica con varias preguntas si los deportados son realmente mexicanos.

Para ello, puede hacerles alusiones trampa al “pisto” o los “patojos” que en Centroamérica significan dinero o hijos.

Los doce son mexicanos, así que cruzan una sencilla puerta de madera y entran al centro de repatriación El Chaparral. “Bienvenido a casa”, anuncia un cartel. “Goodbye America”, dice mirando hacia atrás uno de los deportados.

“Mejor que Trump ayude”

En 2015, unos 30.000 mexicanos fueron expulsados de Estados Unidos por esta moderna garita de Tijuana, vecina a San Diego (California), que es una de las que más deportados recibió del total de 207.398, según cifras oficiales mexicanas.

A El Chaparral llegan desde niños, adolescentes no acompañados y embarazadas hasta ancianos. Migrantes indocumentados que apenas estaban brincando el cerro, que trataron de pasar con documentos de otros la garita, que salieron de prisión o que llegan desorientados porque llevaban años viviendo en Estados Unidos.

Cuando se les pregunta por las deportaciones masivas y el gigantesco muro prometidos por Donald Trump, que la próxima semana será coronado formalmente como candidato republicano, muchos lo ven aún lejano o ni lo conocen.

Pero Juan Carlos, un jornalero de 35 años de Sinaloa (norte), es pragmático: “Mejor que ese señor ayude para que nos paguen mejor acá y no tengamos que ir para allá”.

Con su camiseta aún empolvada de esconderse en el cerro, Juan Carlos come el sándwich que le dio el gobierno y aguarda en la sala de espera de El Chaparral a que le entreguen su constancia de repatriación junto a otra docena de deportados.

Javil Cortez, un campesino que quería “ser alguien en la vida” y mejorar las condiciones de sus cuatro hijos en el empobrecido Michoacán (oeste), quiere regresar a casa pero Juan Carlos no se da por vencido.

“Me amenazaron con que me iban a dar cárcel si volvía, pero no voy a cumplirles lo que les prometí. Yo voy a regresar”, asegura.

‘Dreamers’ que no recuerdan México

Aunque la expulsión masiva de extranjeros de Estados Unidos tiene antecedentes en la Gran Depresión o en la “Operación Espalda Mojada” de 1954, la fuerte ola migratoria de los últimos 30 años se tradujo también en millones de deportaciones.

No ha sido distinto durante el gobierno de Barack Obama que, sin embargo, trató de impulsar una ambiciosa reforma para dar una vía a la regularización a millones de indocumentados que acabó sepultada en el Congreso en 2013.

Pero la política migratoria estadounidense podría dar un vuelco si Trump ganara la presidencia y cumpliera su promesa de deportar a los 11 millones de indocumentados en Estados Unidos, la mayoría mexicanos.

“Desde que yo recuerdo, siempre ha habido esto antimexicano, la xenofobia. Es un problema de gran ignorancia sobre por qué la gente migra”, dice Nancy Landa que a los 9 años llegó con su familia a Los Angeles y, 20 años más tarde, fue deportada por El Chaparral porque no tenía sus documentos en regla.

Nancy se graduó con honores en administración de empresas en California y formaba parte de los casi dos millones de ‘Dreamers’ indocumentados que llegaron de niños a Estados Unidos que no han podido regularizar su situación.

Como los al menos 200.000 ‘Dreamers’ mexicanos deportados desde 2009, Nancy llegó a un país que no conocía, del que no tenía documentos y que solo le puso trabas.

“Es complicado, la gente notaba por mi español que no era de ahí. Sentí como que hay un estigma en contra de una persona que pasó por una deportación porque piensan que tienes un antecedente criminal”, dice Nancy que empezó trabajando en un ‘call center’ para el cual estaba sobrecalificada pero donde se valoraba su inglés.

Muchas familias han quedado separadas por las deportaciones y ciudades fronterizas como Tijuana acaban convirtiéndose en refugio para los expulsados, que quieren estar más cerca de los suyos.

Es el caso de Yolanda Varona, que en 2010 tuvo que dejar a sus dos hijos en Estados Unidos después de que las autoridades detectaran que había vivido 17 años en California con una visa expirada de turista.

Como cada jueves, esta mujer de 49 años y fundadora de Dreamers’ Moms reúne en un pequeño salón a padres y madres deportados, cuyos hijos – muchos estadounidenses – se quedaron del otro lado. La idea es hablar, canalizar el dolor y luchar para revertir su situación.

Nadie aquí quiere oír hablar de Trump

“Yo creo que este señor está enfermo. No todos los mexicanos somos ni ladrones ni violadores. Yo creo que nosotros hemos ayudado a que Estados Unidos sea una nación tan poderosa como lo es”, reclama Yolanda.

Lo cierto es que alrededor de la mitad de los extranjeros deportados de Estados Unidos son criminales, según cifras de Homeland Security.

Mauricio Hernández-Mata cumplió condena por posesión de armas y drogas y fue deportado en 2010. Pero este mexicano de 34 años criado en San Diego tiene una particularidad: luchó con el ejército estadounidense en Afganistán en 2004 y 2005.

“Yo todo lo que hice, lo hice de corazón. Mis hechos y mis acciones deben ser tomados en consideración”, pide Hernández, que ahora tiene prohibido entrar al país por el que estaba dispuesto a morir.

Fuente: AFP