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Evacuados de Namie, en Fukushima, se encargan del seguimiento de su propio estado de salud. El índice de cáncer es cuatro veces más que la media mundial de afectados de la misma edad.
Desde la evacuación de la ciudad de Namie, a nueve kilómetros al norte del accidentado reactor de Fukushima Daiichi, Minako Fujiwara no ha tenido, hasta el momento, graves problemas de salud, aparte de alta tensión arterial. El médico de Namie, Shunji Sekine, por su parte, teme que los efectos de la radiación estén afectando a las personas.
Al lado de su consulta, en la ciudad de Nihonmatsu, el médico atiende a 230 familias procedentes de Namie que, desde hace meses, viven en contenedores. Desde el día del accidente, Sekine examina casi diariamente las glándulas tiroideas de los habitantes de Namie. Los más afectados por el yodo radioactivo son, sobre todo, los niños y jóvenes, asegura el galeno de 71 años.
Relación entre el accidente nuclear y el cáncer
“Aunque hasta ahora faltan muchos estudios, yo sí que *veo una relación entre el accidente nuclear y el cáncer*”, asegura el médico, el cual, antes de jubilarse, ejerció como especialista en cáncer de mama y tiroides en la Clínica Universitaria de Fukushima.
“Bajo mi punto de vista hay, simplemente, muchos casos”. Según las cifras oficiales publicadas a principios de febrero, entre los 250.000 niños y jóvenes examinados se encontraron 33 enfermos de cáncer o, lo que es lo mismo, 13 casos por cada 100.000 habitantes, cuatro veces más que la media mundial de afectados de la misma edad.
Por esta razón el gobierno de la prefectura de Fukushima lleva tiempo evitando hacer públicos detalles relevantes acerca de los casos de enfermos de cáncer. En palabras del encargado de salud del gobierno de Fukushima, y uno de los mayores expertos de tiroides de Japón, Shunichi Yamashita, “aún no ha pasado suficiente tiempo para sacar conclusiones. Para eso hay que esperar a hacer nuevas investigaciones”.
Las autoridades guardan silencio
En la ciudad de Namie, sin embargo, no quieren esperar a recibir el apoyo del Gobierno. Y es que ellos ya fueron víctimas del oscurecimiento de la ciudad. Tuvieron que pasar cuatro días después de la explosión del reactor del 15 de marzo de 2011 para que llegase la orden de evacuación de la ciudad de Tsushima, al noroeste de la planta. Durante el proceso, los refugiados sufrieron las radiaciones y se vieron expuestos a la nube tóxica. Si, por el contrario, no hubiesen salido de sus casas, la exposición y la posibilidad de sufrir radiaciones habria sido menor. Aunque ese riesgo ya lo habían previsto los ordenadores de los funcionarios de Tokio, éstos, presa del pánico, guardaron silencio.
Por esta razón, las autoridades de Namie llevan recogiendo los máximos datos posibles relativos a las radiaciones desde hace tiempo. Han adquirido, incluso, un escáner de cuerpo completo sin contar con el apoyo financiero de las autoridades japonesas. Este aparato permite que todos los evacuados menores de 40 años sean examinados, al menos una vez por año, en busca de restos de Cesio 134 y 137.
El Estado, por su parte, sólo ofrece este examen cada dos años. Según el jefe de salud de la ciudad, Norio Konno, “los habitantes de Namie se sienten como los Hibakusha –afectados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial-. Sus genes contaminados serán heredados por las futuras generaciones”.
(Fuente: Deutsche Welle )
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