La bandera rusa sobre el Kremlin. (Foto: Yevgueni Jaldéi)

La bandera rusa sobre el Kremlin. (Foto: Yevgueni Jaldéi)

Síguenos en Facebook



El ruso Alexandr Bessarab fue uno de los oficiales del Ejército Rojo que comandó el asalto del Reichstag, episodio que precipitó la capitulación del régimen nazi hace 70 años, pero no siente odio hacia los alemanes, sino todo lo contrario.

“Los alemanes son buenos. Los respeto profundamente por su honestidad y por su deseo de ser los mejores en cualquier aspecto de la vida”, aseguró a Efe Bessarab en vísperas del 70 aniversario de la victoria sobre Alemania nazi que los rusos celebran el 9 de mayo.

Bessarab, coronel retirado, pero también escritor y miembro de la Unión de Periodistas de Rusia, recibió a finales de abril de 1945 la ardua misión de dirigir el tercer y último asalto contra ese simbólico edificio que albergaba el Parlamento alemán, el Reichstag.

===>>> Sigue a La Prensa en Facebook

Las tropas soviéticas llegaron al corazón de Berlín el 23 de abril, pero el río Spree impedía el avance de su artillería, lo que amenazaba los planes de Stalin de tomar la ciudad antes que las tropas de Estados Unidos y el Reino Unido.

“A mediados de abril nuestro ánimo era victorioso, pero la batalla por Berlín fue brutal. Primero tuvimos que cruzar 30 kilómetros de canales, ríos y ciénagas para llegar a la ciudad”, resalta.

Una vez allí, las calles estrechas del casco antiguo de Berlín y los edificios de cuatro-cinco plantas dificultaban la ofensiva soviética y facilitaban la resistencia nazi.

“Comprendimos que los alemanes no estaban dispuestos a rendirse. La resistencia era feroz. Las defensas alemanas estaban muy bien armadas. Tenían morteros y artillería pesada, además de numerosos francotiradores. Hubo grandes pérdidas en ambos bandos”, apuntó.

Fue entonces cuando el mariscal Gueorgui Zhúkov envió a un emisario para que aclarara por qué dos divisiones no eran capaces de acabar con los últimos focos de resistencia nazi en el mismísimo corazón del III Reich.

“El enviado de Zhúkov preguntó: ‘¿Bessarab está presente?’. Yo contesté que sí y me dijo: ‘Tú dirigirás personalmente el asalto al Reichstag’. ‘Trágame tierra. Otra vez me tocó lo mas difícil’, pensé”, aseguró.

Bessarab, quien se presentó voluntario en diciembre de 1941, seis meses después de la invasión alemana en la URSS, tras la muerte de su hermano, recuerda que Stalin ordenó tomar el Reichstag, “pero sin destruirlo”.

Aunque existía un problema. Para cruzar el río sólo había un puente en pie, el Moltke, que se encontraba a escasos 600 metros del edificio, pero que era bombardeado por la aviación norteamericana y británica.

“Como los occidentales no podían llegar a Berlín, querían evitar que fuéramos nosotros los que lo hiciéramos primero. Entonces, Zhúkov le dijo a (el presidente de EEUU Dwight) Eisenhower en persona que si no dejaban de bombardear el puente, el Ejército Rojo atacaría a las tropas norteamericanas. ‘Necesito ese puente’, le dijo”, rememora.

En el tercer y último asalto, que comenzó durante la madrugada del 30 de abril, Bessarab comandaba un batallón de unos 500 soldados curtidos en todos los frentes, desde Leningrado al Báltico, desde Stalingrado a Bielorrusia.

“Como el puente estaba medio derruido, tuvimos que llevar los cañones y las piezas de artillería con nuestras propias manos”, asegura.

Cuando salió el sol, los soldados soviéticos ya habían tomado posiciones frente al Reichstag, defendido por unos cinco mil hombres. Fue entonces, agrega, cuando “ordené que abrieran fuego”.

“No sé cómo resistieron los que defendían el edificio. Imagino que murieron casi todos. Ahora, el camino estaba libre y nuestros soldados pudieron cruzar el puente y entrar en los sótanos del Reichstag. Nosotros iniciamos el asalto”, relata.

Unas horas después, “la bandera soviética ya ondeaba sobre la cúpula del Reichstag”, dice.

“Cuando llegué al edificio, estaba todo en llamas. No quise seguir. De todas formas, Hitler ya hacía mucho que no estaba allí, sino en un búnker. Sólo después supimos que se había suicidado”, apunta.

Aún hubo algunos combates cuerpo a cuerpo y se tardaron varias horas en limpiar la ciudad de francotiradores y diferentes destacamentos de la SS “leales a Hitler hasta la muerte”.

“Sólo entendimos que habíamos ganado la guerra cuando una larga columna de prisioneros alemanes encabezada por oficiales comenzó a marchar por la ciudad a las diez de la mañana del 2 de mayo. Marcharon durante tres horas”, recuerda con nostalgia.

Sólo entonces, apunta, “respiramos tranquilos, comenzamos a disparar ráfagas al aire, bebimos, cantamos, bailamos y mis compañeros me mantearon”.

“Unos pocos días después abandoné Berlín”, señala ufano Bessarab, que nació en Ucrania en 1918, publicó varios libros sobre la Segunda Guerra Mundial y ahora reside con su hija en Moscú, donde no deja de escribir.

El veterano de guerra, que luce un gran número de medallas en su pechera, habla alemán, lo que, sumado a las varias ordenes al valor como la Estrella Roja, le valió una condecoración de las nuevas autoridades germanas.

“No he cambiado desde entonces. Allí no estuvo Bessarab, sino un oficial soviético. Sigo siendo un comunista convencido”, sentencia el coronel, quien tiene previsto celebrar el Día de la Victoria como hace 70 años, es decir, junto a otros veteranos.

(Fuente: EFE)