(Foto: Max Zander)

(Foto: Max Zander)

Síguenos en Facebook



La capital alemana ofrece multitud de actividades y posibilidades para pasar un buen día, y para ello no es necesario vaciar la cartera. Hoy damos una vuelta por Berlín a través de los ojos del autor Max Zander.

Mi día empieza en la parada de autobús del zoológico de Berlín, “Banhof Zoologische Garten”. Allí tomo la línea número 100 junto con un grupo de excursionistas y jubilados. El conductor me cobra 2,60 euros por el viaje de media hora hasta el pleno corazón de la capital, Alexanderplatz.

Subo las escaleras del autobús hasta el segundo piso y me repantigo en un asiento trasero (los asientos frontales, con plena vista al panorama que se extiende más allá del parabrisas, ya están ocupados) y disfruto del paisaje: el Tiergarten, la Columna de la Victoria, el Castillo Bellevue… Por el camino observo y hablo con la gente: una clase de estudiantes franceses, dos turistas chinos acompañados de una guía alemana, un grupo de libaneses que habla en árabe. Un poquito más allá de la catedral de Berlín, me bajo en la última parada con toda la comitiva multicultural en Alexanderplatz.

De Berlín a los fiordos

Tras un paseo por los alrededores (isla de los Museos, Puerta de Brandeburgo, Unter den Linden, Postdamer Platz), comienzo a notar que es la hora de comer. Y puesto que hoy es un día especial, no me apetece conformarme con un aperitivo rápido: hoy me voy a dar un homenaje y voy a probar un restaurante especial. Pero eso sí, por poco dinero.

Munch’s Hus, o la Casa de Munch, es el primer y hasta el momento único restaurante noruego de Berlín: un local que por las noches puede resultar caro, pero sus menús de mediodía son de lo más razonables. Situado en la Bülowstraße, en el distrito de Schöneberg, el restaurante cuenta con mesas de madera con hermosos manteles, así como pinturas del pintor noruego Munch colgando de sus paredes. Como especialidad de la casa tiene pastel de marisco y asado de alce, aunque también hay platos más comunes. Para mi primer curso elijo entre filete de bacalao (Skrei) o rollitos de ternera (Rinderroulade), y como segundo disfruto de un buen filete de pescado blanco con curry con verduras y arroz. Por 7,50 euros, no está nada mal.

Un espectáculo de cuatro ruedas

Con una comida de lujo, no me apetece bajar el listón para el resto de la tarde. Como amante de los autos que soy, tengo el plan perfecto: una visita al centro de coches clásicos antiguos Remise, en el tranquilo distrito industrial de Moabit. Todo un espectáculo para los aficionados al motor, con más de 300 piezas de exposición que van rotando, pulidos y brillantes como el más fino cristal.

Una buena parte de los autos están a la venta, el resto se encuentran en proceso de restauración. Un auténtico placer para mis sentidos, y lo mejor de todo: con entrada gratuita. Siempre y cuando no caiga en la tentación de comprarme una de esas preciosidades, claro. No puedo evitar echarle una ojeada a una de las piezas de exposición: un Mercedes SL plateado de los años 70. Una maravilla… Por la friolera de 30.000 euros. Decido seguir mi excursión a pie.

Un final con ritmo

Para acabar con mi día, decido relajarme en un local con buena música en directo. Para ello, nada mejor que el A-Trane: un club de jazz en el que cada sábado noche se organiza una Jam-Session a partir de la medianoche… ¡Y sin precio de entrada! En esta ocasión, el cuarteto de Oliver Lutz da la bienvenida a la variopinta audiencia, que cubre un amplio abanico de edades: desde estudiantes hasta jubilados. Me tomo una cerveza y me hago sitio para disfrutar de una buena noche. Tras tres canciones, el cuarteto declara la Jam-Session abierta y deja paso para que otros músicos den rienda suelta a la improvisación.

Todavía siguen acudiendo noctámbulos al A-Trane cuando yo ya salgo en dirección a mi hotel. Todavía con el ritmo de buen jazz en mi cabeza, acabo mi día satisfecho y con mi cartera un poquito más ligera. Pero solamente un poquito.

(Fuente: Max Zander/Lydia Aranda Barandiain/Deutsche Welle )