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La proximidad del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial (I Guerra Mundial o WWI) ha llevado en Alemania a una revisión de ese momento, en que se multiplicaron los sueños utópicos pero también se sentaron las bases para catástrofes posteriores.
Un dibujo de Paul Klee, titulado “El cometa de París” y fechado en 1918, muestra a un equilibrista que camina sobre una cuerda floja con el suelo de la capital francesa por debajo de él – se reconoce la Torre Eiffel – y con dos cometas que pasan por encima de su cabeza.
“Ese dibujo me iluminó para saber qué tipo de testimonio buscaba para mi libro, buscaba testimonios de equilibristas que estaban en 1918 y en los años posteriores entre la utopía y la dura realidad”, explicó, en una reunión con la Asociación de la Prensa Extranjera, el historiador Daniel Schönpflug.
Schönpflug acaba de publicar un libro titulado “Kometenjahre” (Años de cometa) que se centra en el fin de la Primera Guerra Mundial y apunta a los desarrollos de los años siguientes a partir de testimonios de personajes de diversas índole.
Artistas, como Klee, protagonistas claves del final de la guerra como el negociador alemán Mathias Erzberg, o futuros criminales nazis como el posteriormente comandante del campo de exterminio de Auschwitz Rudolf Höß, tienen la palabra durante el libro.
Schönpflug señala que el fin de la I Guerra Mundial y los años posteriores suelen ser vistos como una especie de prólogo a lo que vendrá después, que pasa por la crisis de 1929 y desemboca en el ascenso del nazismo, en Auschwitz y en la II Guerra Mundial.
Sin embargo, tanto a él como a otros autores de libros recientes han querido ante todo resaltar que en el momento del fin de la Primera Guerra Mundial hubo ante todo un momento de visiones utópicas y de esperanza y, también, que, con la proclamación de la República de Weimar, se fundó la tradición democrática alemana.
Todo eso ha sido oscurecido por lo que ocurrió después, lo que explica, en parte, que el fin de la I Guerra Mundial no sea un tema recurrente en Alemania, a diferencia de lo que ocurre con el fin de la II Guerra Mundial.
“La lucha de los sueños”, como se titula una serie del canal francoalemán Arte sobre el fin de la Primera Guerra Mundial, fue una oposición entre proyectos utópicos de diversa índole
Schönpflug, cuyo libro fue unas de las fuentes de la serie de Arte, advierte que, cuando se habla de utopías, no se deben pensar sólo en los proyectos utópicos que desde nuestra mentalidad actual vemos como algo positivo.
“También había utopías de derechas que desembocaron en el fascismo y en el nacionalsocialismo”, dijo Schönpflug.
Otro historiador, Robert Gerwarth, habla, en su obra “Los vencidos”, de una “herencia sangrienta” de la Primera Guerra Mundial, especialmente en el centro y en suroeste de Europa donde su multiplicaron las confrontaciones violentas de diversos grupúsculos.
En 1918, como en 1989 tras la caída del Muro de Berlín, el triunfo de la democracia parecía imponerse en toda Europa. como lo ha señalado Gerwarth.
En 1918, como en 1989 tras la caída del Muro de Berlín, el triunfo de la democracia parecía imponerse en toda Europa. como lo ha señalado Gerwarth.
Schönpflug también establece comparaciones entre 1918 y 1989 y los años posteriores a las dos fechas.
“En 1989 se habló incluso del fin de la historia, después vinieron la guerra de los Balcanes, la primera guerra del Golfo, Al Qaeda, la crisis de Lehman Brothers y el Estado Islámico”, dijo Schönplug.
“Los movimientos extremos surgen otra vez en toda Europa. Hay una similitud estructural pero las circunstancias son diferentes por lo que no se debe caer en el alarmismo”, agregó.
En primer lugar, la crisis económica permanente de la época de entreguerras tuvo unas dimensiones y unas repercusiones sociales ante las que “nuestra crisis financiera parece un juego de niños”, según Schönpflug.
Por otro lado, la I Guerra Mundial había dejado una disposición psicológica a la violencia que no existe actualmente en Europa, además de que que tampoco existen las fuerzas paramilitares de entonces, actores de la “herencia sangrienta” de la que habla Gerwarht.
Fuente: EFE