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Chechia y su hermana gemela Amalia sobrevivieron al campo de exterminio nazi de Auschwitz y a los experimentos que el médico Josef Mengele hacía allí con gemelos porque, como si fuera un juego de escondite, no se dejaron ver juntas ni un minuto.
“Soñaba con ser un pájaro y volar de allí y traer en mi pico migas de pan para mi gemela y mi hermana mayor, pero tampoco había migas de pan en Auschwitz”, relata Chechia Reichman, llamada Tzvia Cohen desde que vive en Israel, en un vídeo grabado recientemente, antes de que empezara a flaquearle la memoria.
Su hija, Ofira Azrieli, revela a Efe la historia de su madre y la suya propia, mientras muestra una foto de las rollizas gemelas cuando aún vivían en la ciudad polaca de Pabianice.
“De pronto estalló la guerra y nos llevaron a guetos donde lo más terrible eran las separaciones”, rememora Chechia.
La anciana recuerda que tanto en el gueto de su ciudad natal como en el de Lodz, al que les enviaron más tarde, “cada mañana venían los alemanes y llamaban y quien bajaba a la calle ya no volvía con su familia”.
“Así le sucedió a su padre”, explica Ofira en el salón de su casa en la población de Even Yehuda y, bajo tres cuadros con rostros de ovejas retratadas por el pintor israelí Kadishman, dice que aquellos judíos polacos hicieron lo que se les ordenaba.
“Un día de 1944 les dijeron que debían ir a la estación de tren y llevar una maleta pequeña porque iban a un campo de trabajo. Pero cuando entraron en el tren se dieron cuenta de que no iban a trabajar”, añade.
Azrieli indica que “había cientos de personas en los vagones, de pie, apretadas, viajaron tres días y tres noches, sin comida ni bebida, sin aire, sin baño y, cuando el tren finalmente llegó a Auschwitz, un tercio de ellas ya estaban muertas”.
Cuando la puerta del tren se abrió, agrega, “mi abuela, Sara, escuchó a uno de los oficiales nazis gritar a los otros “¡Zwillings!”, que quiere decir “gemelos” en alemán, y se dio cuenta del peligro.
Con la intuición que caracteriza a las madres, separó a las hermanas y les ordenó no estar nunca juntas en aquel horrible lugar, rememora Ofira.
La abuela de Azrieli no sabía de Mengele ni de sus horribles experimentos.
“A los tres días se la llevaron a las cámaras de gas, pero, gracias a sus instrucciones, las niñas estuvieron separadas y por eso Mengele no las capturó, si bien buscaba obsesivamente gemelos, especialmente idénticos. Mi madre y su gemela ‘jugaron al escondite’ con Mengele en Auschwitz. Y ganaron”, sonríe una Ofira melancólica.
“No tuve infancia, pero me alegra haber sobrevivido y haber tenido una vida medio normal”, declara Chechia, entre risas, en el vídeo que muestra su hija.
¿Y cómo fue la infancia de la segunda generación de supervivientes?
“Vivir con dos padres que pasaron hambre durante seis años es raro porque mi padre también es superviviente. Mi casa parecía un supermercado. Compraban kilos de comida, todos los armarios estaban llenos, la nevera, el congelador… Y yo también tengo esa obsesión por acumular alimento”, confiesa Azrieli.
Como muchos otros supervivientes del nazismo sus padres también guardaron silencio sobre su pasado y Ofira y su hermano tuvieron que reconstruir las piezas, hasta que en la última década Chechia comenzó a relatar retazos de aquella vida.
“Cuando los nazis ya no tenían qué hacer con nosotros, nos llevaron a pie, unos 15 kilómetros cada día, en la nieve, por los bosques, y durante el camino muchísimos cayeron”, señala Chechia, al recordar las Marchas de la Muerte, en las que los nazis, asediados por los aliados y los soviéticos, trataron de ocultar los campos y sus atrocidades y llevarse a los prisioneros al interior del país.
“No teníamos fuerzas ni para ponernos de pie y por las noches, cuando nos ponían a dormir en algún pueblo, con los animales, nos comíamos las patatas de las vacas, y nos despertamos por la mañana con fuerzas renovadas. Había nieve en el camino, comíamos la nieve, estaba muy rica”, rememora la anciana.
Ofira, por su parte, lamenta: “Cuando era niña ansiaba ir al campamento de verano en el bosque, pero mis padres no me dejaban ir porque para ellos la palabra bosque era muerte. Yo era la única niña del colegio que nunca fue a un campamento en el bosque”.
Hoy, en el Día Internacional del Holocausto, en el que se recuerda a los alrededor de seis millones de judíos, 200.000 gitanos, 250.000 personas con problemas mentales y 9.000 homosexuales exterminados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Ofira relata lo que le sucedió a su madre porque teme que la historia se repita.
“Los judíos tuvimos a Hitler, pero en la actualidad hay otros no menos malos que él”, alerta.
(Fuente: EFE / Maya Siminovich)
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