Selva Almada presentó en la FIL Lima una antología de cuentos. (Foto: Selva Almada / Facebook)

Selva Almada presentó en la FIL Lima una antología de cuentos. (Foto: Selva Almada / Facebook)

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Por: Javier Bedía Prado

Una Argentina cerril en su trato a las mujeres, de infiernos más grandes que eso de los pueblos chicos, es la que disecciona Selva Almada. En la que “cada día por medio” se comete un feminicidio. La escritora de Entre Ríos que instaló la literatura de provincias en el mapa de lecturas argentinas se ha propuesto, también, visibilizar la violencia de género en su país. Que es la misma que la de toda la región.

La autora (Entre Ríos, 1973) cambió su futuro de periodista por el de literata. Mientras maduraba su escritura, fue correctora en un periódico y profesora de colegio en los extrarradios de la gran Buenos Aires. Los años que trabajó en un hospital, luego de cumplir su jornada frente a una computadora, reafirmó su vocación.

El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013), ambas novelas, le valieron reconocimiento local e internacional. Ahora más cómoda en ese género y con relatos largos, a finales de julio presentó en la Feria Internacional del Libro de Lima la antología de cuentos El desapego es una manera de querernos (Literatura Random House, 2015).

Chicas muertas (2014), historia de tres asesinatos de mujeres cometidos en los años ochenta que nunca se resolvieron, es el título que ha marcado su identidad literaria, de conciencia; una declaración de batalla contra el machismo. Activa partícipe de la campaña argentina Ni Una Menos, que el Perú replicará en una primera marcha masiva este 13 de agosto, la lectora de Silvina Ocampo y amiga del chacarero Mempo Giardinelli, a quien lo une una vida a orillas del Paraná, conversó con laprensa.pe

En tu literatura hay una tensión entre los personajes hombres y mujeres, entre el mundo masculino y femenino. ¿Tenías la intención de marcarlo así, de confrontar las diferentes miradas sobre los géneros?
En realidad creo que se tratan, me imagino, de sensibilidades diferentes, entonces indagar qué viene a ser la sensibilidad masculina y dónde depositan el amor los hombres, ese tipo de cosas me causa mucha curiosidad e intriga, y en las novelas no sé si me acercaré a esas respuestas. Uno escribe sobre aquello que le provoca algún tipo de curiosidad o pregunta.

En la sociedad provinciana, que es donde creciste y la que relatas en tus libros, ¿ha cambiado mucho la forma asumir una identidad a partir del género, han virado esas sensibilidades?
Creo que cambió como cambió en general en toda la sociedad argentina, pero todavía sigue siendo muy difícil para dos varones ser homosexuales en un pueblo, todavía hay una mirada muy despectiva o muy sentenciosa, todavía tienen que ocultarse en muchos lugares, más allá de que haya otros donde ha habido una apertura, digamos mental, hacia esos temas. En Argentina está aprobado desde hace unos años el matrimonio igualitario, todo eso creo que contribuye un poco a barrer con los prejuicios, pero de todas maneras muchas de esas cosas siguen arraigadas. Yo digo esto en otros países de Latinoamérica y causa asombro, porque me parece que la mirada que hay sobre Argentina es que es un país muy moderno o abierto, y en realidad es también un país muy machista, muy misógino. De hecho, el número de feminicidios que tenemos por año es muy alarmante, hay una violencia muy directa y muy abierta sobre las mujeres que cada día por medio termina con una mujer muerta. Todo ese tipo de prejuicios y de cuestiones que ya son culturales, son difíciles de desmontar. Creo que en los últimos años y con muchas acciones de parte del Estado por lo menos eso se pone sobre la mesa y hablar es ya un gran paso. Cuando era chica, sabíamos que el vecino golpeaba a la esposa, eran cuestiones supuestamente familiares en las que nadie podía meterse ni nadie podía opinar, hoy sabemos que el tipo golpeador no es un problema de la intimidad de una familia, sino un problema social mucho más profundo. Eso es un avance, poder hablar de eso, saber que hoy si ves que están maltratando a una mujer en la calle, aunque no la conozcas, puedes llamar y denunciar, ese tipo de cosas me parece que van encaminadas a que el panorama algún día mejore un poco.

¿Desde el terreno de tus cuentos y novelas tenías la voluntad de visibilizar esa violencia contra las mujeres, contribuir a transformar las condiciones?
Al principio quizás la intención era contar estas tres historias que había conocido por diferentes motivos, pero después cuando me senté a escribirlas se convirtió en una cosa de no solo contar estos casos, sino de hablar sobre el tema en general y dejar clara mi postura y demás. Es un libro que se lee mucho en ese sentido, se lee en escuelas para charlar de este tema con los adolescentes. Así que no es algo que haya pensado antes de escribir el libro, después sucedió y eso me pone muy contenta; que me escriba una profesora que me diga ‘quieres venir a chalar porque estamos leyendo tus libros y hay muchas preguntas’, y empiezan a contar anécdotas, casos que conocen los adolescentes. Eso me parece que es una manera de sumar para desmontar ese aparato de machismo que hay en Argentina, que los más jóvenes también empiecen a preguntarse por qué actúan de esta manera, por qué se supone que ser hombres es tal cosa y ser mujer tal otra, bueno, como empezar a limpiar la cabeza un poco de modelos nocivos.

Tu país sostiene una cruzada para denunciar la violencia contra las mujeres. ¿Participas en las movilizaciones, eres activa desde la prensa o en redes sociales?
La campaña Ni Una Menos empezó en 2015, he participado, la primera acción que se hizo fue una lectura a raíz de un feminicidio horrible de una chica de 14 años, que además estaba embarazada, el chico era adolescente, la familia lo ayudó a ocultar el cuerpo en el patio, fue como una cosa muy tremenda. Lo primero que se hizo fue una lectura en el Museo de la Lengua. Unos meses después surgió la idea de convocar a una marcha en la plaza del Congreso para empezar a visibilizar, fue increíble porque fue mucha gente, la marcha se replicó en otros lugares de país, fue masivo. Este año se volvió a hacer otra, también con mucha convocatoria, yo participo en esas marchas, colaboro con la página que tienen en Facebook y también desde mi Facebook activo bastante el tema.

¿Conoces otras realidades de la violencia contra las mujeres en Latinoamérica, te has involucrado en alguno de tus viajes?
No que me haya involucrado, pero cuando estuve en México, cuando voy a otros lugares por lo menos pregunto cómo es el tema, qué pasa. En México el tema es también tremendo, desde hace mucho tiempo lo están denunciando, por ahí que en Argentina es más nuevo lo de la denuncia. En Lima estuve en un programa de radio, le decían a la conductora la ‘doctora garrote’, ahí supe que el tema acá es muy fuerte. Igual que pasa en varios países, incluso en Uruguay, que piensas que en Latinoamérica es distinto, muy tolerante, muy abierto. En España es fortísimo, y el año pasado en Lyon también me dijeron que era terrible, y yo pensé: ¡Francia, el país donde nació el feminismo! Y justamente es peor por eso, porque es el país donde nació Simone de Beauvoir y todo esto, a la mujer la da más vergüenza denunciarlo.

Pasando a otro tema, en El viento que arrasa la fe es un elemento central. ¿Tenías en mente alguna idea preestablecida, tal vez fija, para hablar de la religión?
No, eso salió bastante espontáneamente, en realidad tenía como el personaje, la novela iba a ser un cuento, yo había escrito antes otro relato largo que transcurría en la ruta, digamos, en un viaje, y entonces pensé en una serie de relatos que hicieran siempre la misma ruta, cosas que pasaran en esa misma carretera. Para el segundo relato, había pensado en un personaje podía ser un pastor porque en esa zona hay muchas iglesias. Un pastor que viaja con su hija, que iba a dar un sermón y se le rompe el auto. En un principio todo iba a pasar más que nada entre la hija y el pastor, luego aparecieron el mecánico y su hijo, ahí surgió la idea de que el pastor viera en este chico, no contaminado por el mundo moderno, un chico que vive ahí en medio de la nada, que tiene muy poco contacto con la realidad; que el pastor viera como una especie de reencarnación de Cristo. Ahí surgió más la idea de la religión, de la fe, de creer en dios o no, y en seguida el mecánico apareció como contrapunto de eso. Son personajes espejados, los dos son fervientemente creyentes, solo que uno cree en dios y otro en la naturaleza. Ese diálogo nació cuando escribía la novela, cuando apareció vi que había algo ahí y que estaba bueno seguir tirando de ese hilo y ver qué seguía.

La oralidad, que tratas de rescatar y resaltar en tu literatura, ¿cómo la trabajas aparte de lo que tienes en tus recuerdos? ¿Haces algún trabajo específico de releer unas obras, recorrer lugares?
En general trabajo con lo que tengo en la memoria, y eso siempre supone también una intervención, porque por ejemplo en Ladrilleros, donde se trabajó un poco más exhaustivo, no es que la gente en esa región habla exactamente de esa manera, siempre es un trabajo de construcción e invención, un poco también, de ficción. Sí tomo muchas frases y giros, tengo facilidad para recordar las frases hechas, o determinadas palabras, o ciertos modismos regionales. A la hora de escribir, como apelo un poco a eso, busco en la memoria y empiezan a aparecer, y una vez que aparece es ir transformando eso en literatura, porque no es esto que te digo, no es que la gente hable así, es tomar algunas cosas y transformarlas en un lenguaje nuevo, un híbrido que sea solo de esos personajes. En el caso Ladrilleros hay mucho tomado de esa región, que es el norte del litoral de Argentina; después hay mucho del propio lugar donde crecí en los 80, muchas palabras que hoy ya no se usan, también hay bastante del conurbano bonaerense, que rodea la capital federal, de los 90, que es un lenguaje muy particular, porque empezaron a aparecer las villas, los pibes chorros, hay toda una literatura y una música, un montón de cosas que surgieron a partir de este fenómeno económico y social que desplazó a gran parte de las clases medias bajas y las convirtió directamente en pobres, en pobres y en algunos casos en delincuentes.

Has mencionado que no quieres que tu literatura sea documentalista, que optas por reconstruir una realidad poética. ¿Estaba presente ese compromiso estético y de contenido en tus cuentos?
Releyendo los cuentos, editados en 2007 la gran mayoría, otros entre 2004 y 2014, noté algo. Cuando hice una revisión y una selección – hacía mucho que no los leía -, ahí me di cuenta que ya aparecía de una manera inconsciente esto de la oralidad, como algo que después me lo planteé como un trabajo concreto de intervención en los libros, a partir de las novelas. Como buena parte de esos relatos tienen que ver con episodios autobiográficos, supongo que también tiene que ver con eso, a la hora de reconstruir ciertos recuerdos aparecían, por eso es que tienen esos giros y esas palabras de lugares muy propios donde crecí y viví. Con el tiempo ya fue una búsqueda consciente y deliberada, de decir quiero construir una literatura que tome este tipo de cosas y, entre comillas, las eleve a un plano literario. No es nada novedoso, ya lo habían hecho varios autores, pero quizás no estaba sucediendo demasiado en la literatura argentina sacar a la luz esas voces. Buena parte de la literatura argentina se escribe en Buenos Aires, o se escribía hasta hace unos años, entonces estaba tomada por la literatura urbana, por ahí no había tanta presencia de una literatura más provinciana, o de las literaturas regionales, y yo con otros autores me parece que lo que hicimos fue traer esas literaturas y hacerlas circular en Buenos Aires.

Has publicado más novelas que relatos breves, en un país con una gran tradición de cuentistas. ¿Qué te da ese género que no encuentras en los relatos cortos?
Cuando empecé a escribir pensé que siempre iba a escribir cuentos, me parecía que la novela era un proyecto demasiado largo, que exigía demasiado tiempo, pensé que nunca iba a poder llevarlo a cabo. Fue accidental. Hace bastante que no escribo cuentos, extraño volver a un género muy corto, igual creo que serían relatos más largos, pensar en una historia en cinco páginas se me hace imposible, como que necesito un poco más de paño para desarrollar las cosas, el cuento es el género que me encanta, busco libros de cuentos como lectora. La novela te permite tomarte el tiempo para mostrar un personaje, para indagarlo, para armar situaciones. Igualmente me pasa que con las novelas que escribí: estoy segura que le sacaría páginas, son cortas pero sé que podían ser más cortas.

¿Piensas en cine, en determinadas películas al momento de escribir? Se dice de tus historias que son visuales.
Para escribir necesito como ver las escenas, por eso a veces esto que dicen que son muy visuales. Sí, siempre pienso en películas cuando escribo. Con Ladrilleros pensaba mucho en una película de Claire Denis llamada Bella tarea, porque hay una exaltación del erotismo masculino, quería que el libro se contagiara, que tuviera ese espíritu, que tuviera esa belleza y fuerza del erotismo, de los cuerpos, por eso en la escena de la pelea entre Marciano y el Pájaro, cuando la escribía, pensaba mucho en esta película, me resultó muy iluminadora. Para la parte más fantasmagórica, que son las apariciones del padre muerto, una película que me encanta y un director que me encanta que es Leonardo Favio, Nazareno Cruz y el lobo, creo que la novela tiene una estética muy Leonardo Favio. A veces sí, por momentos aparecen películas que vienen a iluminar una zona de la escritura.

Sostienes que, salvo raras excepciones, te aburren los libros protagonizados por escritores o académicos. ¿Cuál es tu relación con el círculo intelectual de Argentina?
Excepto la última novela de Luciano Lamberti, La maestra rural, esa sí me gustó mucho, aunque la protagonista es una poeta medio secreta. En general me aburren bastante, porque conozco el mundo de los escritores, me parece más interesante otra gente, otros mundos, no se me ocurría nada interesante para decir del mundo que conozco. No vengo de la academia y no soy muy amante de la academia, sí tengo otra relación con otros escritores, pero con el mundo intelectual como más engolado, no lo conozco mucho, no estudié en Buenos Aires, vine de grande. Tampoco tengo un vínculo con la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires, que es el epicentro de ese círculo; de hecho los amigos que tengo que salieron de la facultad, tampoco tienen relación con lo académico.

¿Cuál es tu vínculo con Buenos Aires? Llevas años instalada allí, ¿fue brusco el encuentro con la ciudad?
Vivir en Buenos Aires era como una fantasía de chica, me gustó, estoy super cómoda, siempre llevé una vida bastante provinciana en ese sentido, incluso cuando trabajaba en otras cosas que no estaban vinculadas a la literatura, no eran trabajos vinculados al centro, al lío de Buenos Aires, eran más sosegados, tuve la suerte de haber podido vivir en barrios tranquilos, alejados, no me pasa eso que a personas que vienen del interior que se asfixian. Creo que es porque me gustan las ciudades grandes, a pesar de que escribo del campo.

DATO
La próxima novela que alista Selva Almada relatará la historia de tres chicos en una isla. Su regreso al mundo masculino vendrá con aires fantásticos.