(Video: Steve Romero Alvarado)

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Por: Javier Bedía / Fotos y video: Steve Romero

A Octavio Santa Cruz, el primero de los nietos, hijo del militante aprista ausente en tiempos de persecución, los tíos lo acogieron en la casa del clan en Breña como un hermano menor.

En esos años, inicios de la década del 50, Nicomedes, penúltimo de diez Santa Cruz Gamarra, aún trabajaba de forjador de rejas. El sobrino, diseñador gráfico, guitarrista, docente e investigador, nutrido por una familia inquieta de roles, en la que los menores burlaban las reglas de la mesa con un lenguaje en clave de percusión, delinea en Mi tío Nicomedes al gran artista del Perú negro.

El director de la Escuela de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos acerca la figura cálida del poeta (Lima, 1925-Madrid, 1992) y analiza la talla del decimista que rescató los ecos de sus ancestros y cantó a tradiciones olvidadas, a América Latina, a los obreros, a Talara para que “no digas yes” a las petroleras. En el Mes de la Cultura Afroperuana, la voz del escritor pregona: “Soy como ustedes, semillas, soy un grano de café”.

Usted, parte de una familia educada y en cuanto al arte cercana a sus raíces, ¿cómo veía a la comunidad afroperuana de esos años? ¿Cuál era su vínculo y cuál el panorama?

Que yo haya notado, no había un vínculo específico de carácter étnico. Notaba, sí, una cierta singularidad, desde que en el barrio (Breña) todas las personas eran mestizas, acholadas, gente blanca. Y curioso, frente a mi casa había una familia en la que todos eran negros, eran los Bravo, tiempo después me enteré que era Máximo Bravo el señor al que todos los días saludaba, un compositor de música criolla. O sea, notaba que había una familia que también era como nosotros, de raza diferente a la mayoría. Pero aparte de eso no recuerdo segregación.

¿A qué cree usted que se debía la pérdida de la tradición de la décima y otros géneros que rescata Nicomedes?

La décima pasa por un proceso de invisibilidad, porque evidentemente tuvo una época de gran presencia, sobre todo en épocas del El ciego de la Merced y del padre Chuecas (personajes de tradiciones de Ricardo Palma). Y como décima improvisada, cantada, mi abuela contaba que en su niñez ella escuchó cantarlas a personas que trabajaban en casas de gente adinerada, campesinos que habían venido a vivir a Lima y todavía conservaban sus costumbres. Parece que en Lima no había tanta costumbre de décima. Y esa décima que se refugia al parecer en campiñas de negros, en las afueras de Lima, poco a poco se va agostando y en la ciudad no prospera tanto. Sobre todo, acá empiezan a haber otras costumbres, aparecen las vitrolas, después la radio, las fiestas con discos; entonces ya son otras las diversiones.


PÉRDIDA DE PRESENCIA

A saber del autor, quien también atrapó versos en forma de décimas y ha publicado el conjunto de relatos Cuentos negros (2012), géneros como el socabón y el panalivio pierden presencia por nuevos usos antes que por el olvido oficial.

“Yo recuerdo de niño haber escuchado la retreta. En la noche, en medio de las dos pistas de la avenida Arequipa, había soldados que tocaban música. Ese tipo de cosas hace que el interés se vaya hacia otras actividades, imagino que hace perder el encanto por los contrapuntos y las justas poéticas”, comenta.

En un sistema educativo escolar que tiende a apartar manifestaciones culturales de minorías, el catedrático piensa que aún es temprano para medir resultados de la enseñanza de la obra de Nicomedes en colegios. Más allá de La escuelita, la popular composición de los cocachos y las carpetas donde se sentaban tres.

“El estímulo, la revaloración de las actividades folclóricas, danzarias, poéticas… Recién es ahora que se estimula intencionalmente en los colegios. Eso es algo inducido, vamos a ver si funciona, antes era lo natural, lo espontáneo”, precisa.


EL AIRE CAMPESINO DE LA DÉCIMA

La décima en que Nicomedes se interesó conscientemente, a través de Porfirio Vásquez (padre del fallecido cantante Pepe Vásquez), tenía un origen rural. Pero cuando empieza a grabar, a presentarse en la radio, había una nueva audiencia. ¿Qué tanto cambia su estilo, el discurso que inicialmente había pensado?

Él conoció esa décima, pese a que en casa escuchó cantar a mi abuela posiblemente cumananas. Mi abuela había escuchado a sus padres, su mamá era piurana, es posible que de ahí lo haya traído. (Cambia) Al notar que hay algunas actividades que están desapareciendo por el proceso migratorio que se está viviendo en la Lima de los años 50, 60. Ya no es una Lima criolla, es una Lima mestiza, un poco provinciana. Nicomedes ve que cosas como la marinera ya no están tan vigentes, la cantan los viejos, a los jóvenes hay que enseñarles. Usa la décima para una función didáctica, crea estampas vivas, escenificadas, y el público ve algo teatralizado; de esas estampas al teatro había un solo paso. Y ese paso se completó cuando Victoria empieza a colaborar con Nicomedes. Las décimas que hace al vals, a la marinera, enseñando, son un nuevo producto, que no era el inicialmente pensado. Es una décima más culta y con mayores proyecciones comunicativas.

Cuando Nicomedes, el artesano, abrió su propio taller, faltaban dos años para que un nuevo estilo arquitectónico lo retire de su oficio. En esas noches, de vuelta a casa ágil y animado, el sobrino lo escuchaba conversar de cine y música con las hermanas. Una de ellas la inmensa Victoria, a la que compartía versos y composiciones. Con 30 años y ya de poeta a tiempo completo, inicia una producción imparable: recopilaciones de décimas, temas propios, grabaciones, artículos periodísticos, investigaciones. Escenifica bailes, pregones, escribe también teatro, completa canciones antiguas en su rescate. El genio de Victoria fue cómplice del suyo.

“Lo que ya tenía adentro lo desarrolla con una fuerza tremenda. En el tiempo que comenzó a actuar, ha hecho muchas cosas: viajó, investigó, escribió, sus artículos (en Expreso) son bien tempranos. Rápidamente entró a producir, a preguntarse, a cuestionarse, hacer lo que faltaba hacer: investigar. Para hacer todo eso se necesita un tiempo de preparación previa, porque él ha sido autodidacta. Debe haber sido un caldo de cultivo que estuvo presente”.

¿Cuál es el trabajo que más satisfacción generó a Nicomedes en esa etapa?

El vals Callejón de un solo caño, compuesto por Nicomedes y musicalizado por Victoria. Lo cantó Juanita Núñez, con segunda voz de Victoria. Fue la única vez que se cantó de esa manera. Inmediatamente la aprendió Fiesta Criolla, con una ligera variación de la que solo nos damos cuenta los músicos. Y esa es la que quedó.

LAS CUMANANAS DE LUCHA

Las reivindicaciones, la sensibilidad social y su ironía ante los rezagos de la oligarquía señalan el pensamiento del cantor que dedicó una cumanana a José Carlos Mariátegui.

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“No tuvo una actividad política duradera. Su búsqueda, su inquietud, eran más bien amplias en todos los aspectos. Le interesaba la creatividad, la libertad, los problemas humanos. Si en algún momento tuvo actividad en algún grupo político, no fue porque haya sido su decisión, sino porque coyunturalmente las personas con las que trataba le dijeron que podía ser una solución. Estuvo afiliado a un partido de izquierda por muy poco tiempo. No fue determinante, pero sí, era un hombre con una emoción social tremenda y, de hecho, de izquierda. Más que por la cosa política, por el hecho de que estamos mal y podríamos estar mejor”, afirma.

Con el mandato de Francisco Morales Bermúdez, en 1975, le cierran las puertas de diarios por considerarlo simpatizante del socialismo del antecesor Juan Velasco Alvarado. A inicios de los años 80 partió a España, país de su esposa, donde condujo un programa de música latinoamericana en Radio Nacional. Volvió poco: para presentar un libro, a la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (Sicla) de 1986. Los últimos encuentros con el sobrino Octavio fueron breves.


¿Cuál considera el mayor legado de Nicomedes? De su obra artística y sus influencias en la sociedad.

En Nicomedes, ahora, viéndolo hacia atrás, lo que veo es la fuerza, la perseverancia que tuvo para trabajar en todas las líneas, ese potencial de no dejar para después. Veo eso como un ejemplo. Es lo que me toca a mí. Creo que su presencia en la poesía, su ejemplo de divulgar. Las influencias siempre sobrepasan las ideas, las metas de los creadores; la sociedad tiende a magnificar, a idealizar. Creo que lo que hacía lo hacía porque sentía la necesidad. En última instancia, las reivindicaciones que él tan claramente defendía, están lejos, sobre todo en nuestro país. Si hay un problema racial que resolver, no se va a hacer, nuestra Lima es muy pacata, inasible, escurridiza, ni ofende directamente ni halaga. Le daba impotencia, sí, pero se lo tomaba con sorna.


DATO

El título se vende en las librerías Sur y El Virrey del Centro de Lima.