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Cerca de medio siglo después, los supervivientes de la matanza de My Lai, en la que soldados de EEUU asesinaron a 504 vietnamitas inocentes, 173 de ellos niños, siguen recordando a diario la tragedia sin conseguir perdonar a los verdugos.

El lugar de la masacre es hoy un museo del horror en el que se conservan el canal al que fueron arrojados los cuerpos y los cimientos de algunas de las casas arrasadas aquel 16 de marzo de 1968 en esta aldea de la provincia de Quang Nai, en el centro de Vietnam .

Dentro del edificio, una enorme placa recuerda los nombres y las edades de los 504 inocentes asesinados.

En la lista figuran la madre y cuatro hermanos de Pham Thanh Cong, que en 1968 era un niño de 11 años y hoy es, a su pesar, director del modesto museo desde su apertura en 2003.

“Cuando me nombraron director del museo me sentí triste. Siempre había tratado de dejar atrás del fantasma de aquella masacre, pero quizá este sea mi destino, ya que soy uno de los pocos testigos de todo lo que ocurrió aquella mañana”, asegura.

Todos los días, al acudir a su trabajo, a Cong le vienen a la memoria los rostros de los soldados norteamericanos que bajaron de sus helicópteros y acorralaron a su familia en el refugio en el que se ocultaron.

Los militares les ordenaron salir, les volvieron a empujar hacia adentro, lanzaron una granada y abrieron fuego con sus M-16.

Cong, dado por muerto con tres heridas (en el cráneo, en el pecho y en la pierna), fue el único de su familia que salió vivo del ataque. Su padre, soldado del Viet Cong, no estaba en casa aquel día, pero pereció en combate dos años después.

Cong sigue sin entender que el teniente John Calley, con una pena de cadena perpetua e indultado a los cuatro meses, fuera el único oficial condenado por aquel sangriento episodio, que multiplicó el rechazo a la guerra en EEUU.

Desde que se hizo cargo del centro, Cong ha recibido la visita de numerosos veteranos de guerra norteamericanos e incluso se entrevistó con uno de los participantes en la masacre, a quien recriminó que no asumiera su responsabilidad de manera clara.

“Muchos veteranos han venido y se han mostrado enfadados por lo que hicieron sus compatriotas. No sé lo que pensaban los hombres que vinieron a My Lai. Perdieron la conciencia. Deberían estar avergonzados. No son humanos”, afirma.

Aunque le cuesta perdonar y dice que nunca olvidará lo ocurrido, el director del museo está dispuesto a dejar sus sentimientos de lado y mirar hacia delante “para construir un mundo mejor sin guerras”.

Phan Thi Tuan, una anciana de 77 años que tenía entonces 30 años, también quiere dejar atrás aquel fantasma, pero sigue traumatizada.

De aquellas cuatro horas de horror, Tuan recuerda todos los días el humo, el estruendo de los disparos, el pavor que sintió todo el pueblo a la hora del desayuno.

“Al principio creíamos que eran soldados del ejército del Sur de Vietnam que venían a matar nuestros pollos y patos para asustarnos y amenazarnos. Pero eran soldados norteamericanos y dispararon a todo el mundo”, rememora.

Aunque lo ha contado decenas de veces, no puede reprimir las lágrimas cuando relata cómo logró salvar su vida y la de sus hijos de tres y cinco años haciéndose pasar por muerta.

“Me quedé quieta en el canal al que nos empujaron para dispararnos y apreté a los niños contra mí. Mi padre estaba cerca, quería avisarle de que no se moviera, pero nos hubieran matado a todos. A él le dispararon en la cabeza y el estómago”, dice con la voz entrecortada.

Además de su padre, en aquella tragedia fueron asesinados su madre, dos de sus hermanas y tres sobrinos de corta edad.

“Está en mi mente todo el tiempo. Todavía siento rabia contra los norteamericanos, pero ahora la política del Gobierno es que seamos amigos así que no lo muestro. No quiero perdonar a quienes cometieron aquellos crímenes, aunque en el fondo siento que lo tengo que hacer”, afirma.

Una mujer vietnamita que visita el museo junto a su nieto de 9 años escucha compungida la historia de la anciana.

El niño, que pidió a su abuela que lo llevara al museo tras aprender en el colegio lo ocurrido, escucha con atención a la anciana, que se dirige a él al terminar su relato: “Nunca vayas a la guerra. Nunca causes dolor”.

(Fuente: EFE)


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