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Austria celebra el centenario del nacimiento de su Primera República, el 12 de noviembre de 1918, y con ello se recuerda también el final del Imperio Austro-Húngaro, que para sus nostálgicos sigue siendo el idílico recuerdo de un pasado – y de un posible futuro – de grandeza.
La Casa de Habsburgo dejó de existir un día antes, el 11 de noviembre de 1918, con la renuncia al Gobierno – que no al trono – por parte del emperador Carlos I (1887-1922), lo que puso fin a casi 650 años de dominio político sobre Europa Central.
En 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial, convivían en este imperio una docena de pueblos como húngaros, italianos, checos, eslovacos, eslovenos, croatas, bosnios, montenegrinos, serbios, polacos, ucranianos y rumanos.
Juntos formaban el segundo país más grande de Europa (676.000 kilómetros cuadrados) y el tercero por población (51 millones de habitantes).
Sólo el Imperio alemán tenía más habitantes (66 millones) y el Imperio ruso era mayor (22 millones de kilómetros cuadrados) y lo triplicaba en población (160 millones).
Con la derrota en la Gran Guerra en 1918, en lugar del Imperio Austro-Húngaro surgieron tres repúblicas definidas por criterios nacionales: Austria, Hungría y Checoslovaquia (hoy República Checa y Eslovaquia).
Los restantes territorios imperiales se unieron a estados como Italia, Polonia, Rumanía y el Reino de Yugoslavia.
Un siglo tras la renuncia de Carlos I, la llamada “Alianza Negro-Amarilla” (los colores de la bandera del Imperio austríaco) continúa venerando hoy la grandeza de la monarquía de los Habsburgo.
Nicole Fara, una politóloga de 47 años de edad, es la presidenta de este grupo, con cientos de seguidores en toda Austria, que proponen el retorno a una monarquía centroeuropea, no absoluta pero constitucional, con un emperador común a la cabeza.
“Nos falta estabilidad y necesitamos una jerarquía clara, si no se produce el caos, como el que vivimos en la política actual”, asegura a Efe la jefa de la Alianza.
“De hecho, el emperador Francisco José (1830-1916) siempre decía: protejo a mi pueblo de los políticos”, recuerda Fara durante un encuentro de la Alianza en el “Café Monarquía” de Viena.
El movimiento monárquico tuvo en las primeras décadas tras el final del Imperio cientos de miles de seguidores, un número que bajó a partir de 1961, cuando Otto de Habsburgo (1912-2007), hijo de Carlos I, renunció al trono, algo que su padre nunca había hecho.
Otto era en los años 30 un ferviente enemigo del nazismo y del comunismo, y soñaba con unificar Europa ante el creciente nacionalismo en el continente.
Una “reunificación centroeuropea” dirigida por un monarca es una de las grandes reivindicaciones del movimiento monárquico, explica a Efe Alexander Schneider, miembro de la junta directiva de la Alianza.
La visión es unir seis antiguos países del Imperio: Austria, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia y Croacia.
“Europa Central es única en el mundo. En ningún otro lugar viven tantas culturas, pueblos y lenguas juntos como aquí”, recuerda este ingeniero en telecomunicaciones de 51 años.
La Alianza propone instaurar una monarquía hereditaria común y democrática para estos seis países, que juntos podrían actuar como “punta de lanza” para el proceso de unificación dentro de la Unión Europea (UE).
“No queremos salir de la UE, al contrario. Europa central podría establecerse como un contrapeso a los grandes países europeos como Alemania, Francia e Italia”, asegura Schneider, al subrayar que los monárquicos austríacos son “demócratas puros”.
Diferentes encuestas de los últimos años señalan que hasta un 20 % de la población austríaca de casi 9 millones de habitantes estaría a favor de un retorno a un sistema monárquico en el país.
“Tras un voto constitucional, sería lógico preguntar a la familia Habsburgo (si quiere volver). Podemos estar orgullosos de tener la familia real más antigua de Europa”, asegura Schneider, quien a pesar de todo no se muestra nostálgico con motivo del centenario de la desaparición de la monarquía austríaca.
“El futuro es mucho más importante que el pasado y el futuro debe ser europeo. El siglo XX fue americano, el XXI será chino. El siglo XXII podría ser europeo de nuevo, siempre y cuando sepamos aprovechar nuestro potencial cultural”, concluye.
Fuente: EFE/Jordi Kuhs
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