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En cada célula queda grabado un registro de lo que nos ha sucedido. Todo lo que hemos vivido está necesariamente escrito en el cuerpo. Lo que hemos comido, lo que hemos sufrido. La del cuerpo es una memoria compleja que incluye un registro físico y al mismo tiempo emocional, pero también histórico y contextual que funciona como un cuaderno de bitácora para científicos, analistas y artistas.

Pero existe también un cuerpo colectivo. Aquel del que los individuos somos células. En éste queda un registro equivalente pero sin presencia física.

Para Platón el alma despierta una idea de algo que vamos a reconocer almacenada en una memoria etérea. Noam Chomsky convierte el “problema de Platón” en un dilema contemporáneo, preguntándose cómo podemos tener en muestra memoria tanta información a la que no hemos accedido de modo directo.

El Perú es un paciente perpetuo. Las huellas de la conquista, el trauma de hace 500 años, siguen siendo visibles y lo serán por mucho más tiempo. Acontecimientos mucho más próximos como la guerra interna acaecida de 1980 al 2000, son cicatrices aun más grandes y visibles, incluso en aquellos que nacieron cuando ésta ya había acabado.

Tres mujeres originarias de tres lugares distintos del Perú revisan estos temas a través de sus propuestas:

María Fernanda Laso: Para esta propuesta se ha tomado la tradición de las guaguas elaboradas en Arequipa, en donde también se representan personajes extraídos de la vida cotidiana como policías, bomberos o presidiarios. En este proyecto las guaguas son de cemento y presentan personajes infantilizados y acaso manipulables. Al producir las guaguas en cemento aparece una relación con el adoquín; esto permite contextualizar una tradición cultural en un contexto de una nueva situación política. El adoquín en la ciudad de Arequipa tiene un significado especial por el uso que tiene en cada revuelta, utilizada como arma ocasional, conocida ahora como ‘’el arma del pueblo’’.

Dunia Felices: plantea un recorrido vital a través de arterias, caminos y el Maguey, madera utilizada en las famosas tablas de Sarhua, tradicionalmente utilizadas para la construcción de casas y en las que se contaban historias a través de escenas pintadas en ellas. En esta propuesta han sido tomadas como referencia pero se han transformado para demostrar la adaptación, tanto de las piezas en sí como del cuerpo que se construye como ser humano o individuo.

Andrea Valencia: por su lado, revisa la relación entre memoria, violencia y alimento en su pieza “vinculo tácito”. La comida como elemento de identidad y por tanto de comunidad se cuestiona cuando se plantea el hecho de que este espacio social haya sido vulnerado por situaciones de coerción y violencia sobre un determinado grupo humano. Durante el conflicto armado interno hubo muchas acusaciones de pertenecer a bandos enemigos, las cuales surgieron por estos supuestos vínculos generados por la comida. Los tenedores representan cómo la comida se convierte en un arma cuando la vida está en juego. Las citas grabadas en los tenedores dan voz a individuos que vivieron y dieron testimonio en los pueblos de Chungui, Oreja de Perro y Oronqoy, en la región de Ayacucho. En ellas se puede comprender el rol de la comida durante la guerra.

La curaduría de la muestra está a cargo de Santiago Roose.