Bertrand Tavernier fue homenajeado en Festival de Venecia. (Foto: EFE)

Bertrand Tavernier fue homenajeado en Festival de Venecia. (Foto: EFE)

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Es uno de los grandes maestros del cine y a sus 73 años Bertrand Tavernier tiene poco que demostrar y menos que lamentar.

“No sabía que iba a tener esta vida, que ha sido extraordinaria. He hecho siempre lo que he querido”, dijo poco antes de recibir el León de Oro de Venecia a su carrera.

“Estoy extremadamente orgulloso de mis películas, las reivindico, nunca he hecho compromisos para hacerlas, las he hecho siempre libremente”, afirmó Tavernier, premiado en la Mostra por ser un “autor incondicionalmente ecléctico e instintivamente inconformista”, cercano a la Nouvelle Vague y con una gran atención “a bases narrativas sólidas”.



Un León de Oro que es la primera gran recompensa para un realizador de culto, que ha ganado cuatro César del cine francés, el premio Louis Delluc – considerado el Goncourt del cine – o el Gran Premio del Cine Europeo.

Tavernier quiso destacar que este León de Oro “viene de un país con una vida cinematográfica extraordinaria.

“Estoy extraordinariamente emocionado de recibir un premio del país de Federico Fellini, de Roberto Rossellini, de Dino Risi, de mi gran amigo Mario Monicelli, de Ettore Scola, un país que ha contribuido a mi amor por el cine. Me gustaría llegar a igualar títulos como ‘Alemania, año cero’ o ‘Europa 51’, dos filmes extraordinarios de Rossellini”, afirmó.



Tavernier señaló que a una de las personas que dedicará este premio es a Philippe Noiret, uno de los actores con los que más ha trabajado y que protagonizó su primer largometraje, “L’horloger de Saint-Paul” (“El relojero de Saint Paul”, 1974).

“Noiret recibió a un hombre de 29 años que tenía 30 páginas de un guion y decidió hacer la película incluso contra la opinión de su agente” y esperó casi tres años a que Tavernier consiguiera la financiación.

Cuando Bertrand Tavernier le preguntó por qué había esperado tanto, Noiret respondió simplemente: “Había dado mi palabra”. “Era una señor, un caballero, alguien con quien me divertí mucho trabajando, un trabajador excepcional que tenía una educación exquisita y una delicadeza increíble (…) Era mi hermano mayor”.



Un primer trabajo tras decidir desde siempre que quería ser cineasta, incluso en contra de la opinión de sus padres.

Y con un amor por el cine que nació en Lyon, su ciudad, siempre muy presente en sus películas. “Soy provinciano, no me siento parisino, he heredado el gusto por las sombras y los secretos de Lyon” y ha querido reflejar en sus trabajos sus interiores oscuros, su arquitectura de techos altos y ventanas enormes o los paseos al borde del Ródano.

Escenarios para películas sobre “personas, emociones, situaciones humanas”, porque Tavernier no piensa en temas.



Explicó que por ejemplo para él la postguerra no es un tema. “Pero una mujer que va a buscar a su marido desaparecido, eso para mí sí es un punto de partida para una película”.

Personas que le han llevado a construir al final historias políticas y sociales, como “Que la fête commence…” (“Que empiece la fiesta”, 1975), “Le juge et l’assassin” (“El juez y el asesino”, 1976), “Un dimanche à la campagne” (“Un domingo en el campo”, 1984) o “Quai d’Orsay” (“Crónicas diplomáticas”, 2013).

Y otras como “La vie et rien d’autre” (“La vida y nada más”, 1989), “L.627” (“Ley 627”, 1992) o “Capitain Conan” (“Capitán Conan”, 1996), han sido reconocidas por historiadores y expertos como propuestas adelantadas a su tiempo, afirmó Tavernier sin un atisbo de humildad.



“En muchos casos, tras hacer una película, he terminado sabiendo más que el ministro del ramo sobre el tema”.

Y desde ese conocimiento, no tiene problema en opinar sobre política y asegura que con el Gobierno francés actual, hay una impresión de que Francia está acabada.

“Eso es cierto a nivel de Gobierno y de las elites, pero no a nivel de la gente normal”, afirma, y es esa gente – continúa – la que conforma “la Francia de las asociaciones, la que en un pequeño pueblo de Borgoña crea un centro de acogida de refugiados. Hay una Francia así, pero también hay una especie de clima terrible entre las elites”, explicó.

En su opinión, “son las personas que nos gobiernan las que necesitan educación civil, pero no solo en Francia, sino en muchos otros países de la Unión Europea y en el interior de la Comisión Europea”.

(Fuente: EFE)