¿El autismo es una condición médica o un rasgo de personalidad?

(Foto: Wikimedia)

John es un niño de doce años al que no le gusta salir a la calle cuando hace sol, porque le molesta el exceso de luz y se siente terriblemente incómodo cuando alguien que no conoce se sube al autobús con el que va a la escuela. No habla, no escribe y no es capaz de entender muchas cosas. Rainer Döhle es un adulto superdotado capaz de recitar listas kilométricas de reyes o ciudades de memoria, pero con dificultades para establecer relaciones con otras personas.

Tanto John como Döhle son autistas, el primero diagnosticado con un autismo de la infancia, y el segundo con síndrome de Asperger. Pertenecen a un grupo de gente muy diversa, pero con ciertos patrones de comportamiento comunes y con problemas para integrarse en sociedad. Aunque hace algunos años se pensaba que las diferentes formas de autismo tenían raíces diferentes, ahora se han publicado varios estudios que demuestran que, en realidad, las diferencias surgen más adelante.

“El autismo de infancia no es radicalmente diferente del síndrome de Asperger”, explica Sven Bölte, director del Centro de de Problemas de Desarrollo Neuronal en el Instituto Kalonlinska, en Estocolmo.

“Ambas formas de autismo se diferencian solo en el grado de gravedad de los síntomas”. Hoy día, los investigadores de esta condición hablan de un espectro de problemas causados por el autismo, lo que les ha llevado a cambiar el rumbo de sus investigaciones. Aún así, todavía no está claro qué es exactamente lo que difiere en el desarrollo del cerebro y el sistema nervioso entre una persona autista y otra que no lo es.

Pequeñas diferencias

Gracias a escáneres cerebrales, sabemos que las personas autistas registran menos actividad en las regiones del cerebro responsables de los sentimientos, el idioma o la memoria facial. En contraste, se da gran actividad en la zona responsable de reconocer objetos y detalles de un sistema. El investigador de autismo británico Simon Baron-Cohen afirma que los autistas poseen una variante extrema de una mente masculina. En un estudio en el que midió los niveles de testosterona prenatal en el líquido amniótico de varias mujeres embarazadas, demostró la influencia de este factor en el desarrollo del cerebro: “Tras el nacimiento de los niños, descubrimos que cuanto mayor era el nivel de testosterona prenatal, más a menudo mostraban los niños síntomas de autismo”.

Otra diferencia entre cerebros corrientes y cerebros de personas con autismo es una distribución diferente de las bases de los neurotransmisores dopamina y serotonina, que juegan un importante papel en el control de la ansiedad y la motivación, entre otras cosas.

Algunos estudios de la Universidad de Friburgo demuestran que se dan problemas en comunicación entre neuronas en los cerebros de autistas, y también se descubrieron genes diferentes en personas con esta condición, pero que podrían explicar solo algunos de sus síntomas, como los problemas de dicción.

“En un estudio realizado en Dinamarca se investigó la relación entre autismo e infecciones virales durante el embarazo”, añade Sven Bölte. “Se descubrió entonces que el riesgo de que el niño nazca con autismo aumenta del uno al dos por ciento si la madre sufrió una de estas infecciones durante el período de gestación”.

También algunos medicamentos, sustancias tóxicas en el aire o complicaciones durante el parto pueden aumentar este porcentaje, aunque como recuerda Bölte, no se puede generalizar: “cada caso de autismo es individual y complejo”.

¿Una forma de ser?

Por todo ello, el diagnóstico de autismo sigue siendo, a día de hoy, algo subjetivo. Algunos expertos, como Inge Kamp-Becker, directora del departamento de psiquiatría infantil de la Universidad de Margburg, incluso critican que con el término de autismo se abarca muchos casos diferentes, y la frontera entre autismo y normalidad es muy difusa.

Asimismo, hay quien no ve el autismo como una condición médica, sino simplemente como un rasgo de personalidad. “Cada persona tiene unas capacidades de socialización diferentes y cuando estas son muy bajas, entonces se entra en el ámbito del autismo”, dice Bölte.

“En el otro lado de la balanza están las personas más sociales y comunicativas, pero no sería inconcebible que una persona más reservada llegara a este nivel por sus propios medios. No obstante, muchos investigadores, entre los cuales me cuento yo mismo, todavía no tenemos claro si esto es posible, si el desarrollo del autismo realmente se diferencia de otras condiciones psíquicas o desarrollos neuronales. Yo personalmente he cambiado de opinión unas 20 o 30 veces, porque no es una cuestión nada simple”, concluye.

(Fuente: Deutsche Welle )

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