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En el mirador no cabe ni un alfiler, está repleto de visitantes con el rostro mojado y los ojos fijos en la pantalla del móvil. Lo que antes había sido rumor, ahora es ya estruendo, el de la furia del agua al estrellarse con violencia sobre el lecho del río. Y congeladas tras la cámara del celular, las Cataratas del Iguazú.

El halo del rocío impregna el ambiente, mientras la espuma hipnotiza al intrépido que se ha atrevido a contemplar el espectáculo que la naturaleza le regala: doscientas setenta y cinco cascadas y la unión de dos gigantes latinoamericanos, Brasil y Argentina.

Con un millón y medio de litros desplomándose cada segundo en el río Iguazú, las cataratas disputan entre naciones el primer puesto por la fama, con un 20 % de saltos en territorio brasileño y un 80 % en suelo argentino, que también cuenta con la joya del parque: el conjunto de 80 metros de la Garganta del Diablo.

“En Brasil se tiene una imagen más panorámica y se pueden hacer mejores instantáneas”, defienden unos, “pero en Argentina la experiencia es más impactante y parece que uno esté dentro de las cascadas”, sostienen otros.

Eternos argumentos que los gestores de los dos parques nacionales tratan de resolver animando a los turistas a quedarse al menos dos días para conocer así los dos lados.

El “Agua Grande” de Sudamérica, como se bautizaron las cataratas en tupí-guaraní, atrae cada mes a miles de visitantes – más de 360.000 el pasado enero – que buscan conocer el espectáculo que hace cinco siglos hipnotizó al conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca cuando buscaba un camino hacia Asunción.

Desde entonces, la región se convirtió en un escenario de misiones jesuitas y de conflictos coloniales, hasta que la visita del ingeniero y padre de la aviación brasileña Alberto Santos Dumont a principios del siglo XX dio un giro a la historia.

Tras visitar el lado argentino de los saltos, que ya contaba con estructura para recibir turistas, Dumont fue el primer personaje que interfirió para que el Brasil desapropiase las tierras que daban acceso a su parte, que pertenecían al uruguayo Jesús Val.

Pero no fue hasta la década de los años treinta cuando se crearon los parques nacionales para preservar las cataratas que en 1986 se convertirían en Patrimonio Natural de la Humanidad y en 2011 en una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo.

Dos reconocimientos que han beneficiado a los municipios que las acogen, pues desde hace unos años han visto incrementar el número de turistas que ya conocen las cataratas y optan por gozar de la experiencia de “la triple frontera”.

La paraguaya Ciudad del Este al norte, la argentina Puerto Iguazú al sur y la brasileña Foz do Iguaçú entre ambas se han transformado en una región de difusas líneas divisorias.

“Son tres ciudades, pero como si fuera una sola”, es la frase más repetida entre los lugareños, quienes insisten en que la frontera aquí es “permeable” y que los vecinos pueden trabajar en Brasil, cenar en Argentina y comprar en Paraguay.

Sea para disfrutar de la zona o para admirar una naturaleza sumergida en agua, las Cataratas del Iguazú hechizan a los visitantes y les ofrece un brindis de bienvenida a un encanto natural con apellido brasileño y argentino.

(Fuente: EFE)