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Por: Juan Mauricio Muñoz

El poeta Miguel Ángel Morelli (Buenos Aires, 1955) publica su antología Razón de intemperie (Tiempo Sur Ediciones, 2016), un repaso por sus últimos cinco libros con algunos textos inéditos. Conversamos con él sobre su nuevo libro, la relación con algunos escritores como Jorge Luis Borges y Roberto Juarroz, entre otros temas.

Tu primer libro, Piedra blanca sobre piedra negra, hace alusión a uno de los títulos de Poemas humanos, de César Vallejo. ¿Alguien criticó la elección de este nombre?
Debo comenzar haciendo una salvedad: hoy no le pondría ese título. Pero bueno, tenía 25 años y bastante inconsciencia. En cuanto a si fui criticado por la elección del título, no, no lo fui. Aunque a decir verdad, tampoco había motivo para ello: era más que evidente que había quedado deslumbrado por la lectura de Poemas humanos y que ponerle ese título a mi poemario no era otra cosa que un homenaje. Pero, a decir verdad, tampoco nadie reparó en un detalle que para mí, en aquel momento, resultaba esencial para esa primera aventura literaria. Y es el siguiente: el poema de Vallejo, como todos sabemos, se titula Piedra negra sobre una piedra blanca. Mi libro, lo contrario: Piedra blanca sobre piedra negra. Bien mirado, era un homenaje, sí, pero a la vez implicaba también una confesión: el aceptar ya desde el principio que renunciaba a las grandes búsquedas, a la gran poesía, para centrarme en algo mucho menos pretencioso y acaso más íntimo. Por lo demás, es sabido que cuando se es joven uno tiene la aspiración de alcanzar cierta trascendencia, cierta fama, incluso hasta cierta gloria. Le pasa a casi todo el mundo. Ahora bien, por alguna razón sobre la que nunca me he puesto a pensar, yo jamás he sentido de este modo. Ni siquiera de adolescente. Siempre supe que con la poesía tenía que hacer lo que debía y nada más, sin importarme otra cosa, sin desviarme en absoluto de mi objetivo. Quiero decir, mi destino fue desde un primer momento el de machacar sobre algunas obsesiones que me han perseguido a lo largo de toda la vida, plantearme de mil maneras distintas preguntas, enfocarme en lo introspectivo y no salirme de ahí. Acaso por eso tampoco me preocuparon las corrientes estéticas en boga, las modas, averiguar en qué andaban mis colegas. Jamás participé de grupo literario alguno y tuve escasa relación con otros poetas, te diría que casi ninguna. En fin, nunca sentí la necesidad de romper una palabra solo para ver qué tenía adentro. Me bastaba con saber que tenía esa palabra al alcance de la mano tal cual era y para usarla de la mejor manera posible. Después, si lo logré o no, ya es una cuestión de talento… o de su falta.

Creo que en Piedra blanca sobre piedra negra homenajeas a Vallejo totalmente, ¿me equivoco? Por ejemplo, el poema 6 (“acaso matar a dios se parezca a inventarlo/acaso no alcance con cifrar el mundo/y sea necesario deshabitar la nada/acaso la venganza consista en apagar el alba”) me recuerda el primer verso de Espergesia (“Yo nací un día/que Dios estuvo enfermo”). ¿Hasta qué punto se puede decir que tu primer poemario es un homenaje a Vallejo?
Extrañamente, Vallejo no fue uno de los primeros poetas que leí, pero sí de los que más me impresionaron cuando por fin lo hice. Como suele ocurrir durante la adolescencia, busqué poetas con los cuales poder identificarme en mi aversión por el mundo. En ese sentido, mis primeras lecturas fueron las ya sabidas: Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, algo de Mallarmé, Alejandra Pizarnik, en fin, los poetas malditos, los simbolistas. Haber llegado más tarde a Huidobro, Miguel Hernández, Machado, el propio Neruda y finalmente César Vallejo, me dio otra perspectiva, me ensanchó la mirada. Comprendí que la poesía podía ser también una experiencia social sin perder por eso intimidad. Por lo demás, en América Latina pensar en términos poéticos de ninguna manera implicaba renunciar a pensar en todas las otras grandes cuestiones propias del continente. Por el contrario, la construcción de un hombre nuevo (estoy hablando de los albores de los 70) necesariamente debía incluir a la poesía. Un auténtico revolucionario tenía que ser poeta casi por definición.

En el prólogo de Razón de intemperie mencionas que hiciste algunas correcciones a Piedra blanca sobre piedra negra. Sin embargo, al segundo poemario, Los signos de fuego, preferiste dejarlo tal como estaba, en cierta forma porque Roberto Juarroz (a quien llamas “mi maestro”), corrigió el manuscrito. ¿Cómo fue su relación con Juarroz?
Mi primer libro apareció en 1980, en plena dictadura militar en Argentina, y no fue sino hasta muchos años después que alguien (el profesor Luis Alberto Vittor) me hizo notar que allí se hablaba elípticamente de muchas de las cosas terribles que nos estaban pasando. Yo siempre creí haber escrito un libro íntimo, personal, alejado de cualquier intención política, pero cuando descubrí por ejemplo que allí había hablado de “tumbas sin nombres”, entendí que la realidad se había filtrado de todos modos, que ahí estaban diciendo presente mis compañeros desparecidos… Por eso ahora dudé en incluirlo en esta antología, pero fue el propio Vittor quien me convenció de su valor, si no poético, al menos testimonial. Digamos que lo que he hecho es adecentarlo un poco, quitarle ciertas rispideces, pero no mucho más. El segundo de mis libros, que apareció nueve años más tarde, fue corregido, efectivamente, por Roberto Juarroz, una de las voces más altas de la poesía argentina de la segunda mitad del siglo veinte. Aunque a lo mejor no convenga decir que fue corregido (el propio Juarroz no estaría para nada de acuerdo con esta expresión), sino más bien que fueron sus generosas sugerencias las que contribuyeron de alguna manera a mejorarlo.

¿Cómo así le pediste a Juarroz sus sugerencias para Los signos de fuego?
Un buen día me presenté en su casa, toqué timbre y le dejé a quien me atendió una carpeta a su nombre, con una copia de los originales. Al cabo de un par de semanas Juarroz me citó. Fui dispuesto a escucharle decir que no insistiera, que me dedicase a otra cosa, pero para mi sorpresa sacó de un cajón de su escritorio la carpeta con mis poemas: habían sido minuciosamente subrayados, tenían anotaciones al margen, sugerencias. Y Juarroz comenzó a leerlos en voz alta. ‘Este adjetivo es un poco áspero, ¿no le parece? Yo buscaría uno que se deslice con mayor fluidez’, me decía. Ahí me di cuenta que me tomaba en serio, que ante sus ojos no era uno más de los tantos aspirantes a poetas que le acercaban sus garabatos.

En Humanos casi humanos rompiste un silencio de once años sin publicar, y también se puede decir que es, tal vez, el más existencial de todos tus libros. ¿Por qué tanto tiempo en silencio? ¿Qué te llamó a volver a publicar?
Jamás he tenido el menor apuro por publicar. Nunca me ha obsesionado que lo que estoy escribiendo hoy, mañana acabe en libro. Si eso pasa, mejor. Y si no pasa, bueno, paciencia. Once años entre un libro y otro me parece un lapso razonable. Dentro del proceso creativo, lo menos importante es la publicación. Por lo demás, no fueron once años en silencio, sino once años de seguir escribiendo sin hacer ruido, que no es lo mismo. En cuanto a que acaso sea el más existencialista de mis libros, es una muy buena observación. Porque sí, lo es. Y constituye un ajuste de cuentas con mi padre, con mi padre y su muerte, mi padre y su traición (que al fin y al cabo toda muerte lo es). Por supuesto, eso había ocurrido muchísimos años antes, porque mi padre murió incluso antes de la aparición de mi primer libro. Pero en fin, como suele pasar en estos casos, debieron transcurrir algo más de dos décadas para que finalmente clausurase esa etapa de mi vida, al menos desde lo poético.

Con Razón de intemperie, ¿cierras un ciclo en la poesía o habrá más poemarios, considerando que no has vuelto a publicar desde 2009, con Despojos?
Razón de intemperie es una antología, un repaso por los cinco libros anteriores, más algunos textos inéditos, pero no me animaría a decir que sea el cierre de un ciclo. No puedo estar seguro, claro, pero no tengo esa sensación. El poeta Néstor Tellechea, que desde hace mucho es mi primer lector (y en cuyo juicio confío plenamente) me ha dicho que lo que más le llamó la atención de Razón de intemperie fue su coherencia. Y probablemente tenga razón, porque mis temas, mis obsesiones, han sido cuatro o cinco y nada más. Siempre mi poesía ha orbitado alrededor de estos temas. No tengo otros. Bien mirado, para mí la expresión poética no ha sido más que una herramienta para exponer las preguntas que me han dejado ciertas lecturas a las cuales he sido muy aficionado. Puntualmente, lecturas del orden de la filosofía y la psicología. Reconozco que tengo muchas más influencias de Emile Cioran, Nietzsche, Heidegger o Lacan (leídos siempre desde el amateurismo más absoluto y sin ninguna rigor metodológico) que de los poetas propiamente dichos.

¿Es posible que este poemario llegue a Perú?
Editar hoy en mi país, tal como están las cosas, es toda una aventura. Una manera de perder dinero, digamos. No sé de cuántos ejemplares consistirá la tirada, pero me temo que no habrán de ser muchos. Pero eso sí, al menos me comprometo a hacerte llegar a vos varios ejemplares para que los distribuyas entre los amigos que consideres que los leerán con indulgencia.

¿Fuiste gran amigo de Borges? Porque lo entrevistaste varias veces y frecuentemente lo visitabas en su casa. Se tejen varias historias sobre su viuda María Kodama, ¿tuviste problemas con ella?
De ninguna manera fui amigo de Borges. No podía serlo. Fui, sí, un adolescente que iba semanalmente a su departamento a importunarlo, a hablarle de temas que a Borges no siempre le interesaban, a entrevistarlo para después ir con ese reportaje a algún medio y ganarme así algunos pesos. ¡Ya me hubiera gustado ser su amigo! Ocurría que Borges era tan generoso que la puerta de su departamento siempre estaba abierta. Pero no solamente para mí: me ha tocado ser testigo de gente que estaba de paso por Buenos Aires y no quería irse sin antes ir a saludarlo, a darle un abrazo. Era una especie de mojón, de referente turístico: ‘Este es el Obelisco, este el Teatro Colón, la Bombonera, acá está Borges, allá la calle Caminito’. En cuanto a María Kodama, la he tratado bastante, y siempre me ha parecido una mujer de bien, alguien que le ha dado su vida a una tarea no menor, que ha sido reguardar la obra borgeana. En fin, tengo para mí que Borges supo que María iba a defender con uñas y dientes su obra, tal como lo ha hecho. Por algo la eligió como su heredera.

Como librero, ¿se escuchan a autores peruanos en Argentina? ¿Quiénes son?
Perú ha dado al mundo autores maravillosos. Desde el propio Vallejo y hasta Arguedas, desde Salazar Bondy al enorme Scorza, desde Ciro Alegría a Mario Vargas Llosa (con quien estoy muy en desacuerdo en lo político, pero que sin duda ha sido un novelista excepcional). Últimamente, después de Bryce Echenique, solo Jaime Bayly y Santiago Roncagliolo han alcanzado alguna notoriedad en Argentina. Por cierto, en el caso de Bayly más por su declaraciones a la prensa que por su obra en sí. En lo personal, he leído con interés a Rodolfo Hinostroza, pero de ninguna manera podría decir que conozco su obra.

Antes de ser librero, fuiste periodista. ¿Cómo ves el periodismo de ahora?
Estoy absolutamente decepcionado con el periodismo de mi país. En especial con la forma en la que se ha venido degradando la profesión durante la última década. Creo que no nos queda otra alternativa que resignarnos a pensar que el periodismo que uno mamó, el que lo forjó, ya no volverá a ser el mismo. Hoy no se hace periodismo, se hacen operaciones de prensa. Y son muy pocos los profesionales que logran mantener en alto las banderas de la verdadera libertad de expresión. Como todo hoy en día, el periodista también es descartable, de modo que me da una profunda tristeza ver cómo muchos de ellos (algunos de gran renombre) se prestan para la infamia a cambio de permanecer en pantalla o firmando artículos en los diarios del establishment. La enorme concentración de medios ha volcado definitivamente la balanza y hoy casi como que no tiene sentido hablar, según lo veo yo, de libertad de prensa. Hoy existe la libertad de empresa y nada más.

SOBRE EL AUTOR

Miguel Ángel Morelli (Buenos Aires, 1955): Poeta, periodista y librero. Se graduó como licenciado en Ciencias de la Información en la Universidad Nacional de Plata (UNLP). Colaboró en los diarios Clarín, El Cronista Comercial y La Nueva Provincia, y en la revista Vosotras.

LIBROS PUBLICADOS
Piedra blanca sobre piedra negra (Editorial Galerna, 1980)
Los signos de fuego (Editorial Galerna, 1989)
Fragmentos de un cielo impenetrable (Editorial Tiempo Sur, 1998). Faja de Honor e la Sociedad Argentina e Escritores.
Humanos, casi humanos (Dakota, 2008, con traducción de John Morrow)
Despojos (Editorial Tiempo Sur, 2009)
Una sombra maldita (Editorial Salim, 2014). Este es un libro para niños.

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Libros