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Por: César Valero
Cuando Arthur Fleck ríe, se atormenta, se atora. Su risa duele. Es una risa que casi es llanto. Porque su risa lo embarga de pánico. No la puede controlar. Sufre una condición que lo obliga a reír y a no detenerse. Y ese es solo uno de sus tantos problemas en Joker, la nueva película de Warner Bros. sobre los personajes de DC Comics, aunque sin ningún universo extendido como parte de la ecuación.
Después de la cuestionada participación de Jared Leto como el Joker en Suicide Squad y la brillante performance de Heath Ledger como el mismo personaje en The Dark Knight, hoy es el turno de Joaquin Phoenix de adoptar los rasgos del archienemigo de Batman. Y decir que lo hace bien es quedarse muy, muy corto. Phoenix es un genio como el icónico villano de DC. Es un aluvión. Como Fleck es un tipo que puede intentar hacer feliz al mundo, por más muerto que esté por dentro. Pero también puede ser un tipo que mata sin remordimientos, que justifica sus actos con un discurso anarquista. El desequilibrio es su constante. El dolor es su emblema. El cabello verde, el maquillaje y sus gigantescos zapatos son el disfraz que accidentalmente se propaga como una plaga en la ciudad.
Dirigida por Todd Phillips, el mismo cineasta detrás de la trilogía The Hangover – sí, una comedia, pero LA COMEDIA -, Joker ha llegado a los cines como una de las películas más esperadas del segundo semestre de 2019 y de lejos supera cualquier expectativa. Las críticas salidas de los festivales de cine no mentían ni exageraban. No solo es una historia de origen. Es una historia que realmente explora la mente humana cuando es trastornada por la misma sociedad. Arthur Fleck es el victimario. Sí. Pero también es una víctima. Es víctima de Gotham City. De su ineficiente sistema sanitario. De sus calles y de su gente. De su misma familia. Hasta de su propia cabeza. La película no justifica al personaje, pero sí detalla el recorrido de un hombre que es golpeado, golpeado, y golpeado otra vez, hasta que algo se enciende – o apaga – dentro de él y comienza el vórtice que al menos a mí me ha dejado sin palabras, con la boca abierta en mi butaca de la función de prensa en Lima. La trama es espectacular, con acción y hasta horror. El ritmo, la velocidad es de Fórmula 1. Y si bien puedes quedarte con una gran pregunta al final, lo cierto es que el recorrido valió la pena. Incluso si te estrellaste. Incluso si por momentos fue demasiado. Joker es la película del año. Cualquier explicación pendiente llegará después.
Joker surgió como un serio intento de Warner de recuperarse del fiasco que significaron la mayoría de sus películas en torno a la marca de DC. Por eso la presentó como un producto independiente, como un drama en su propio derecho más allá de un filme de superhéroes y supervillanos. Y ha tenido éxito. Joker funciona. Un 10 de 10 no es descabellado. Phoenix merece todo nuestro reconocimiento. Phillips también. La música. La fotografía. La edición. Todo es perfecto. Cada pieza alimenta la conversión de un hombre sin suerte, invisible para la mayoría, en el emblema más temido de una urbe tan grande como podrida.
¿El Joker de Joaquin Phoenix es mejor que el de Ledger?
Es una pregunta que normalmente no debería hacerse. Pero sí. Es mejor. Me juego por esta caracterización. El Arthur Fleck de las casi 2 horas de Joker no es solo un payaso que viene a hacer arder el mundo. Es un conjunto de muchas cosas y allí radica la espectacularidad de Phoenix. Es un personaje más cercano a la realidad. Incluso es payaso porque ese es su trabajo. Tiene miedos. Tiene sueños. Incluso tiene un héroe que no hace más que decepcionarlo, al igual que una madre que lo tiene atrapado y una ciudad que lo hunde cada vez que puede. Ledger es bueno dentro de la propuesta de Christopher Nolan. Pero Phoenix es mejor por todo lo que ha tenido que hacer en pantalla. Y no solo estoy hablando de haber bajado dramáticamente de peso. Su mimetización no es de este mundo. Y sí, es cierto que el guion, del mismo Phillips y Scott Silver, ayuda mucho, pero el mérito es únicamente suyo.
Sin dudas no faltarán las comparaciones entre Arthur Fleck y el Travis Bickle de Taxi Driver. Tampoco faltarán los análisis sobre el perfil psicológico de Arthur ni debates sobre la violencia exhibida en la cinta. Pero más allá de los temas sociales que Phillips ha querido atacar desde su perspectiva, estamos ante una película que va por el Óscar y que va por dejar su huella dentro de un género controlado hasta ahora, y a su modo, por Marvel Studios.
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