Plataforma de exploración marina de Petrobras. (Foto: Wikimedia)

Plataforma de exploración marina de Petrobras. (Foto: Wikimedia)

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Se le podría llamar de todo menos “gran oferta”. La empresa brasileña de petróleo Petrobras pagó 1.180 millones de dólares por la refinería texana Pasadena, mientras en 2005, la empresa belga Astra Oil la había adquirido por 42,5 millones de dólares. Es decir, Brasil pagó 27 veces más que los belgas. Todo un escándalo financiero para los medios brasileños. Pero no solo por el precio, sino también, porque la mismísima presidenta Dilma Rousseff apoyó esta decisión. En 2007, Rousseff era jefa de la oficina presidencial y por tanto, miembro del consejo directivo del consorcio petrolífero.

Ahora, la presidenta rechaza su responsabilidad, alegando que los informes presentados para la compra no estaban completos. Pero entretanto, la oposición pide una comisión de investigación y las investigaciones policiales ya han comenzado.

En caída libre

El año electoral se pone cada vez más difícil para la presidenta. Junto al escándalo de la refinería texana, también se le responsabiliza de la crisis en la que está sumida Petrobras y la devaluación que sufrió en los últimos años. Con un valor de 170.000 millones de dólares en 2010, actualmente la empresa está valorada en 79.600 millones de dólares. Y eso pese al aumento del precio del petróleo y el descubrimiento de grandes reservas de Pré-Sal en la costa de Rio de Janeiro.

Petrobras, otrora el mayor orgullo del país, ha sido víctima de decisiones políticas, opinan muchos brasileños reflejando su desconfianza por la presidenta en las encuestas. Según un estudio del Instituto de Opinión Datafolha, hoy solo el 38% votaría por Rousseff, seis puntos menos que en la última encuesta de febrero.

“La popularidad de Dilma desaparece por varias razones. Petrobras es una de ellas. La empresa es un icono nacional y tenía una imagen positiva entre los brasileños”, dice a DW Adriano Pires, director de la empresa brasileña de asesoría de empresas CBIE (Centro Brasileiro de Infraestrutura).

Además del pueblo, también muchos expertos responsabilizan a la política de Dilma Rousseff de los malos dividendos de Petrobras. La empresa tiene que vender su producto un 20% por debajo del precio internacional para controlar la inflación en la economía del país. Además, también está obligada a adquirir parte de su equipamiento de proveedores del país para fortalecer la economía, incluso aunque la oferta brasileña sea muchas veces más cara que la de fuera. “Esta política de precios afecta a Petrobras en un momento complicado”, dice el economista Mauro Rochlin, de la Universidad Ibmec de Rio de Janeiro: ”La empresa está ante un gran reto ya que necesita grandes inversiones para explotar el nuevo yacimiento de Pré-Sal”, continúa.

Petróleo caro del extranjero

Al mismo tiempo, Petrobras no es capaz de cubrir la demanda en su propio país y tiene que importar crudo. En los últimos tres años, las importaciones aumentaron un 450% y el precio del petróleo de fuera sí cotiza al precio internacional. El consorcio genera pérdidas comprando caro fuera y vendiendo barato en el interior por disposición gubernamental. “Al final siempre salen desfavorecidos los pequeños inversores”, opina Ildo Luis Sauer, director del Instituto de Energía y Medio Ambiente de la Universidad de Sao Paulo, sobre esta política de precios.

Para el consorcio, aún no se ve el final del túnel. Oposición y Gobierno discuten por la comisión de investigación en torno al escándalo de Pasadena. Mientras van apareciendo más datos, Rousseff intenta transmitir calma: “Es normal que antes de la campaña electoral se usen todos los métodos para agotar al Gobierno”, decía la presidenta a un periódico brasileño: “Ya lo vivimos en la últimas elecciones y no podemos evitar la discusión política”.

(Fuente: Deutsche Welle )