(Foto: Agencia Brasil)

(Foto: Agencia Brasil)

Síguenos en Facebook



Hace un año que empezaron las manifestaciones masivas en Brasil contra la celebración del mundial de fútbol. El pasado viernes, un número mucho más reducido de gente se reunía enfrente del estadio Itaquerão, en Sao Paulo, para celebrar el aniversario al mismo tiempo que, dentro del estadio, Uruguay e Inglaterra luchaban por la victoria.

“El mundial no beneficia el interés de la población, sino el de organizaciones privadas como la FIFA”, dice Victor Khaled, activista del movimiento brasileño por un transporte público gratuito “Movimento Passe Livre”. Desde hace un año, este colectivo organiza manifestaciones contra la subida de precios del transporte público en Sao Paulo, y originó con ello la ola de protestas por todo Brasil.

Pero aunque en 2013 millones de personas salieron a la calle para mostrar su rechazo por los carísimos estadios y los precios del transporte público, hoy casi todas ellas tienen los ojos fijos en sus pantallas: los partidos del mundial los tienen embelesados. Cada vez son menos las personas que salen a manifestarse y la mayoría de ellas tienen miedo de la violencia y los disturbios.

“Yo mismo confieso mi temor en las manifestaciones, y me preparo concienzudamente para ellas”, dice Rafael Portella, de la sociedad en contra del Mundial “Comitê Popular da Copa”. Cada vez son más los que se distancian de este movimiento con el argumento de que, a pesar de estar a favor de las protestas, no están a favor del vandalismo, según Portella.

La calma después de la tormenta

El apoyo a las críticas contra el mundial y las protestas ha bajado muchísimo entre la población brasileña. Encuestas del instituto de estadística brasileño Datafolha de 2013 mostraban que el 81 por ciento de los ciudadanos estaban de acuerdo con las críticas. En febrero de este año, esta cifra se rebajó al 52. En este mismo período, la tasa de rechazo a este movimiento subió del 15 al 42 por ciento.

Aún cuando muchos brasileños ya ven las protestas como una mera plataforma de una minoría radical, es cierto que sus acciones han traído a la luz una situación delicada. “Las protestas han atraído la atención de los brasileños hacia la corrupción, la inflación y el mínimo crecimiento económico”, informaba recientemente el diario brasileño “Folha de São Paulo”.

Una verdad incómoda

Según este periódico, gracias a este movimiento de rechazo la sociedad ha expresado su descontento con los servicios públicos, puesto que a pesar de los altos impuestos, el Estado no cubre las necesidades básicas de los ciudadanos de sanidad, educación, seguridad, suministro de agua y transporte público.

Por ello, los seguidores de “Movimento Passe Livre” ven en las protestas un desarrollo positivo. “Los efectos se están haciendo notar”, dice el activista Victor Khaled. “En 100 ciudades brasileñas, por ejemplo, se ha dado marcha atrás a la subida de precios del transporte público, entre ellas Río de Janeiro y Sao Paulo”.

Aún así, los triunfos se han visto ensombrecidos por la violencia. La muerte del camarógrafo Santiago Andrade a causa de un explosivo lanzado por manifestantes dio un giro trágico al desarrollo de las protestas. El reportero de DW Philipp Barth también resultó herido a manos de la policía militar.

Para el experto en opinión pública Valeriano Costa, de la Universidad de Campinas, la creciente radicalización y escalada de la violencia en las protestas indica el fin del movimiento de protesta. Para él, las demandas de reformas han tomado un cariz muy generalista a causa de la heterogeneidad de los grupos que participan en las manifestaciones, “y carecen de contenido”.

(Fuente: Deutsche Welle )