Perú celebra pues ya está entre los cuatro mejores equipos del mundo. (Foto: FIVB)

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Por Rudy Jordán Espejo / @jordanrudy

Antes de empezar el quinto y decisivo set, la cámara se quedó unos segundos con dos larguiruchas serbias. Ellas, al igual que el resto de sus compañeras, bailoteaban y ‘canchereaban’ guiadas por la adrenalina de haberse embolsado el cuarto set. Serbia tenía la actitud triunfalista por la que usualmente, en los momentos claves, terminan perdiendo las selecciones peruanas.

Parece que las europeas no habían escuchado (o entendido) el sabio proverbio con el que, tan didácticamente, Natalia Málaga aleccionó al DT esloveno luego de que sus chicas aplastaran a las de él con un inapelable 3-0: ‘‘Uno no se limpia el culo antes de cagar’‘.

La cámara tiene ahora primeros planos de Magui Laura Frías, Shiamara Almeyda y el resto de hiperfocalizadas jovencitas peruanas. Sus miradas no eran triunfalistas, ni pesimistas; sus ojos no deslizaban alegría ni tristeza. Emociones congeladas. Experiencia, le dicen. Estas chiquillas sin DNI eran purita concentración y estaban listas para matar por cada punto, para arrasar a quien se le pusiera enfrente.

Fuerza natural
Comenzó el quinto set con un mate valiente de Rosa. Los puntos peruanos se sucedieron como una ráfaga, una avalancha, una fuerza natural. Las risas de las serbias se fueron transformando en errores no forzados, en reclamos y gestos de estupor. Al final Perú aplastó a su rival por 15-8 y sacó una amplia ventaja en el momento de la verdad, en el set importante, en el tramo del partido donde no se podía aflojar.

Siempre que escucho generalizaciones pesimistas del tipo: “el deportista peruano es conformista”, “el deportista peruano no sabe ganar”, “el peruano es gitano”, me pregunto si estas son realmente condiciones congénitas del deportista, heridas que heredamos de nuestra historia o simplemente un mal hábito adquirido por la falta de competencia, de apoyo dirigencial y de derrotas que permitan crecer.

Estas chicas vienen jugando juntas hace un buen tiempo. Hace un año ganaron un Sudamericano ante Brasil, pero también han perdido sin atenuantes. Ellas saben lo que es reír y saben lo que es llorar, saben que en el deporte se puede ganar o perder y acaso por eso se haya dado su acelerada madurez, la cual les permite reponerse ante la adversidad y mantener un resultado.

Y así cada mañana, celebrando nosotros en la soledad de nuestros cuartos y ellas en los coliseos tailandeses, nos confirman que la desdicha o el fracaso no son males hereditarios que los peruanos llevamos en la sangre. Con un proceso, con roce y con una maestra como Natalia es posible rebelarse a la historia, cambiar el chip, olvidar el pasado y ganar. Y hacernos llorar de felicidad.