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La carrera de Joachim Löw al frente de la selección alemana empezó con pie derecho. Como asistente de Jürgen Klinsmann gozó de aceptación y respeto. A él se le consideró “el cerebro” detrás de las grandes reformas de su jefe. Luego, como su heredero, ya al mando del equipo nacional, contó con el respaldo de un país entusiasmado con su nueva identidad futbolísitica.
De la convicción a la duda
Junto a Klinsmann, Löw logró el tercer puesto en el Mundial 2006. La meta propuesta, la de alzar la Copa del Mundo en casa, no se cumplió, pero él ganó otra cosa que a la postre terminarían siendo mucho más importante: la fe y la confianza de la afición y la crítica.
Cuando Löw asumió como seleccionador alemán todos estaban a su favor y todos creían en él. El impacto positivo de lo exhibido en el mundial alivió su trabajo. Sin ningún tipo de resistencia pudo darse el lujo de marchar por la senda de sus convicciones. El tipo de fútbol que le gustaba, el que puso a jugar a Alemania, también le agradó al público.
Por eso, pese a clasificarse como segundo de su grupo a la Eurocopa del 2008, detrás de la República Checa, y de jugar un torneo en el que Alemania lució bien, aunque siempre ganó justo, con ese “suficiente” gol de más, el país estuvo todo el tiempo de su lado. Löw alcanzó la final, lo cual ya era una mejora respecto a su antecesor y a la vez una reivindicación deportiva para los alemanes, que desde el título de 1996 no conseguían ubicarse entre los mejores cuatro equipos del continente.
Alemania terminaría segunda sin decepcionar a nadie. Por el contrario, la opinión general era que para Löw y su equipo ganar títulos era una cosa de tiempo y paciencia. “Vamos por el camino correcto”, fue el consenso de la opinión pública.
La siguiente oportunidad llegaría en el Mundial de Sudáfrica 2010, donde sirvió de poco haber deslumbrado futbolísticamente y conquistado a la afición internacional con un fútbol veloz, letal y “poco alemán”. La selección no llegó al partido de la final y repitió el tercer lugar del 2006.
Por primera vez Joachim Löw escuchó críticas. Sobre el hombre al que todo el país calificaba de “simpático” se cernía la duda. Para el seleccionador el camino ya no fue tan placentero, pero se le permitió seguir. La estación “Eurocopa 2012” estuvo a punto de ser su última al frente de Alemania. Allí los seguidores demandaron el título, pues en el equipo estaba “la mejor generación de jugadores de la historia”, pero ni siquiera recibieron el segundo lugar.
Dos años a prueba
El viento ya no sopló más a favor. A Löw le tocó acostumbrarse a escuchar veladas peticiones de renuncia cada vez que Alemania jugaba sin “convencer”. Incluso cuando ganaba, los analistas encontraban algo de que quejarse.
Las estadísticas que hablaban a su favor y lo convirtieron en el entrenador nacional con el mejor balance de la historia local (2,20 puntos por partido), pesaron poco ante los señalamientos de jugar un fútbol “suicida” que sólo pensaba en atacar y olvidaba defender, de ser “incapaz” de aprovechar los excelentes futbolistas a su disposición, y de “acobardarse” en los momentos decisivos.
Curiosamente ese fútbol “suicida” de su equipo fue el que revitalizó a punta de adrenalina a una afición en el pasado convencida de que Alemania y jugar bonito eran antónimos. Además, la “cobardía” de la que la crítica lo acusaba surgía siempre ante los mismos rivales. En el Mundial 2006, y la Eurocopa 2012, el camino al título lo truncó Italia; en la Eurocopa 2008 y el Mundial 2010, España. Ante esas selecciones, sostenían sus opositores, Löw perdía el hilo conductor y tomaba decisiones que al final derivaban en derrota.
Durante los dos años de la eliminatoria al Mundial 2014, Joachim Löw y su selección fueron sometidos a estricta observación. Pese a romper récords históricos en esa campaña, que cerraron invictos sumando 28 puntos de 30 posibles, y a un estupendo promedio de goles positivo de +2,6 por partido (36 a favor, 10 en contra en 10 juegos), Alemania viajó a Brasil sin la confianza de sus seguidores. En junio pasado solo el 23 por ciento de los alemanes creían posible que los suyos conquistarían la tan ansiada cuarta estrella.
La reividicación
En Brasil se empezó de cero. Allí todos olvidaron una década de trabajo con la selección, una reforma total de las estructuras del fútbol alemán, la completa renovación del equipo (solo 5 jugadores del Mundial 2006 estuvieron en el 2014), 70 victorias en poco más de 100 partidos, una final y tres semifinales en grandes torneos internacionales.
Joachim Löw, sin embargo, irradió una confianza ciega en sí mismo y su equipo. Ante las dudas ajenas se encargó de resaltar la convicción propia. Conforme discurrió el Mundial adaptó o ignoró ideas foráneas, usó o desechó principios ideológicos que antes defendió a capa y espada, atacó en éxtasis cuando se lo permitieron, y defendió con uñas y dientes cuando fue necesario.
Su trabajo lo premió también la buena fortuna. Italia y España, los verdugos alemanes durante la era Lów, fueron eliminados en la fase de grupos y no tendría que verles la cara. En cambio a sus rivales preferidos, a esos que ha arrollado en sus últimos encuentros, se los topó en los momentos claves: Portugal, al que doblegó en el Mundial 2006, y en las Eurocopas 2008 y 2012, en el debut; y Argentina, a la que derrotó en los Mundiales de 1990, 2006 y 2010, en la final de Brasil 2014.
Allí Joachim Löw se alzaría con la Copa del Mundo, se reivindicaría ante todos, y como gran vencedor regresó el tiempo a sus inicios. El seleccionador alemán es otra vez el hombre en el que todos confían.
(Fuente: Deutsche Welle )
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