(Foto: Festival de Cine de Guadalajara)

(Foto: Festival de Cine de Guadalajara)

Síguenos en Facebook



La impronta del colombiano Gabriel García Márquez en el pueblo y la cultura de Cuba lo convierte desde su primera visita a la isla en un ídolo inolvidable, un símbolo internacional que los cubanos sienten como propio.

El título no es una confusión, es un hermoso equívoco que los escritores y lectores cubanos repiten con orgullo. Una anécdota, de la que existen muchas versiones (el colombiano Luis Fayad, por ejemplo, contó la suya en un homenaje que recientemente hiciera la embajada de Colombia en Alemania a García Márquez), refiere que, en un paseo por La Habana Vieja, “el Gabo” (así le llaman en la isla incluso quienes sólo han leído sus libros) decidió entrar a una imponente librería en los bajos del Palacio del Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro.

Uno de los custodios, quien había visto muchas veces por la televisión al colombiano, al verlo entrar lo saluda con admiración: “Nos honra su visita, señor García Márquez”, a lo cual responde el recién llegado: “Llámeme Gabriel, hombre, eso de señor no va conmigo”. Cuando lo ve alejarse, otro custodio, casi un adolescente, le pregunta a su compañero quién era “ese viejito tan agradable”. La respuesta es contundente: “Es un gran escritor cubano que vive en Colombia”.

Se impone primero resaltar que García Márquez en muchas oportunidades comentó que si bien era cierto que en México se sentía como en casa; que en Colombia, pese a su larga estancia en el exilio, lo envolvía ese hálito de quien va por caminos que le pertenecen, cada una de sus estancias o visitas a Cuba adquirían la connotación especial, única, de lo entrañable.

Allí, otro de los cuestionamientos que más lo persiguieron en vida, estaba su gran amigo Fidel Castro, pero también estaban sus amigos cubanos, escritores como él, sus colegas fundadores de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y algunos de los periodistas latinoamericanos con quienes, en la década del sesenta, trabajó en los tiempos fundacionales de la agencia cubano/latinoamericana Prensa Latina.

La cubanía adquirida

En un encuentro en México a inicios de los años noventa, cuando le pregunté por qué cedía siempre sin pensarlo los derechos de sus libros para distribución exclusiva en Cuba, García Márquez respondió: “Ustedes los cubanos, además de leer mucho, saben leer bien”, y comenzó a recordar anécdotas de lectores de sus libros: un campesino de Cienfuegos, al centro del país, que le escribió para decirle que él tenía una abuela igual a la Úrsula Iguarán de Cien años de soledad; un obrero de la fábrica de nickel de Nicaro, en el oriente de la isla, que se le acercó en un evento en La Habana para comentarle que la historia de su madre y su padre tenía muchas cosas en común con la de Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera; una estudiante de séptimo grado que le escribió para contarle que la profesora de historia exigía a los alumnos leerse El general en su laberinto y que, gracias a ese libro, ella había visto a un Bolívar de carne y hueso más asequible que el Bolívar de mármol o cobre de las estatuas que normalmente enseñaban en otras escuelas; o un periodista opositor que, durante una recepción en la embajada de España, se atrevió a preguntarle si era cierto que el modelo de dictador para El otoño del patriarca había sido Fidel Castro, a lo que García Márquez respondió: “¿Y tú qué crees?”, “pues que sí”, contestó el periodista, “ahí tienes tu respuesta”, dijo entonces el colombiano.

Lo indudable es que los cubanos tuvieron el privilegio de que cada uno de los libros del nobel colombiano circularan en Cuba en el mismo momento en que se presentaban en otros sitios del mundo, con la exclusividad de que las tiradas eran de decenas de miles de ejemplares, a un costo bajísimo en pesos cubanos, propiciando así que esas novelas ingresaran a todas las bibliotecas personales de millones de cubanos.

Indudable también, por cotidiana, resultó la presencia del Gabo en la mayoría de las inauguraciones del más importante evento cultural en la isla: el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La Habana. Y quienes ya se habían acostumbrado a su presencia en los eventos literarios internacionales convocados desde Casa de las Américas en las décadas del 60 y el 70, lo vieron asistir no sólo a eventos literarios o culturales, sino también a hitos históricos como la celebración de fechas nacionales encabezadas por su amigo Fidel Castro o como la trascendental visita a Cuba del papa Juan Pablo II en 1998.

A las enseñanzas que ofreció como profesor en los talleres de guión cinematográfico a los que asistimos escritores cubanos de distintas generaciones, y al empuje que internacionalmente le dio a varios de los más destacados narradores que conoció en la isla, empezando décadas atrás por el ensayista y novelista Manuel Pereira y terminando con la novelista y actriz Wendy Guerra, a quien consideraba casi una hija, se suma la ayuda que concedió a opositores y expresos políticos o escritores disidentes para que pudieran salir del país, siendo el caso más notable el del novelista Norberto Fuentes.

Lector apasionado de lo mejor de las letras cubanas, al conocernos y saber que me había criado en Santiago de Cuba, me preguntó: “¿Has leído El pan dormido, de Soler?”, refiriéndose a una imprescindible novela del fallecido escritor santiaguero José Soler Puig, uno de los grandes novelistas cubanos. “Es una de las más originales novelas que se han escrito en América Latina”, agregó.

(Fuente: Amir Valle/Deutsche Welle )