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Por: César Valero
RESEÑA. Dunkirk (Dunkerque) es un relato de supervivencia. Es un relato de la supervivencia como máxime del soldado en la guerra, sin importar cómo, sin importar a costa de qué. ¿Su humanidad? En suspensión. Cuando las bombas caen, cuando has sido derrotado y confinado a una franja costera, no puedes hacer más que correr o tirarte al piso y esperar un milagro. Esperar que las playas del norte de Francia no se conviertan en tu tumba. Esperar que los nazis no avancen. Esperar que muera el de al lado porque mejor él que tú. Esperar que la guerra termine, aunque no lo hará. Apenas es mayo de 1940. Todavía quedan muchos cadáveres por contar. Todavía hay un reich dispuesto a desangrar al mundo y las playas de Dunkirk son apenas una parada. Sin embargo, también se convierten en una oportunidad. En Dunkirk, para sorpresa de todos, sobrevivir se convierte en una victoria y eso basta en este punto de la Segunda Guerra Mundial para los británicos.
Dunkirk es una película perfecta. Es una película donde nada sobra, donde nada falta, donde nada estorba. Es una película de guerra sin mucha sangre. Hay cadáveres, pero no hay muñones expuestos o tripas al fresco. Apenas hay rojo sobre algunas vendas y sobre unas tostadas. También es una película sin muchos diálogos. No hay discursos grandilocuentes ni el sarcasmo de la muerte que se acerca por aire, mar y tierra. El héroe apenas habla. Ni siquiera se mueve. Habla con los ojos y con la música, que a veces es un soldado más tragando arena o escupiendo sal, que a veces es el villano sin rostro – en Dunkirk no hay nazis al frente de la pantalla, no hay esvásticas, apenas volantes amenazantes y bombarderos de la Luftwaffe -, otras veces Dios y al final, esperanza. Dunkirk es la mejor película de Christopher Nolan. Es una experiencia sobrecogedora, diabólica y angelicalmente diseñada por el mejor director comercial y de culto de la actualidad. Dunkirk duele. Causa angustia. No hay ningún momento de paz. Si no estás atrapado en la bodega de un buque, estás siendo perseguido por las balas, por el frío y el hambre, por el silencio y por tu patria, ubicada apenas a 41 kilómetros. Casi puedes verla desde tu infierno. Solo el Canal de la Mancha está entre tú y casa.
Las Fuerza Expedicionarias Británicas llegaron a Francia en 1940 con el propósito de detener el avance nazi y apoyar a las fuerzas locales y belgas, pero muy pronto fueron superadas por los alemanes y obligadas a retroceder hasta Dunkirk, donde una expedición cualquiera puede terminar con un blanco en tu espalda, con la nariz rota contra el asfalto. No vale la pena recoger colillas de cigarro cuando el enemigo está al acecho, nunca mostrando su cara ni sus armas, pero sí representando lo peor de la humanidad, lo peor del hombre. No hay otra forma de describir la guerra, sobre todo cuando ves que no hay barcos que puedan recoger a las filas interminables de soldados, unos más cansados y abatidos que otros. Las bombas caen una vez más y Dunkirk es una ruleta de la fortuna. ¿Todavía estoy vivo?
Dunkirk también es una odisea narrativa. Es radical y peligrosa, pero Nolan es un tipo de riesgos. La película está dividida en tres partes: tierra, mar y aire. En tierra hay siete días. En el mar, uno. Y en el aire, apenas una hora, pero tal es la sincronía, tal es la estructura, que cada parte es superpuesta y desde el inicio todo parece ocurrir al mismo tiempo, como para precisar que no importa el día que sea. Después de todo, estamos en guerra. Solo puede ser el mismo día de intentar seguir con vida.
Fionn Whitehead debuta en el cine en Dunkirk (Foto: Warner Bros.)Dunkirk sigue en tierra el drama de Tommy (Fionn Whitehead), un recluta inglés que busca una salida de la prisión en la que se ha convertido Dunkirk y que en el camino conoce al callado Gibson (Aneurin Barnard) y después a Alex, interpretado por Harry Styles, tan impecable que te hace olvidar que es un chico de boybands. Todos son jóvenes. Todos tienen las mismas posibilidades de morir en el próximo bombardeo. Ninguno tiene lugar para la reflexión. Solo viven con prisa y con miedo. Solo viven como el resto de 400.00 soldados que aguardan un rescate o la llegada de Dios.
En mar, el ganador del Óscar Mark Rylance es el capitán de un pequeño barco civil que junto a su hijo y a un joven ayudante salen a cumplir su parte en la guerra. Salen a rescatar a los soldados que puedan caber en su navío en el marco de la Operación Dinamo. Como la costa de Dunkirk es de aguas poco profundas, no pueden enviarse muchos barcos grandes para el rescate, por lo que el gobierno británico dispone la captación de pequeños buques – turísticos, de pesca, de relax – y la llegada de estas naves a las playas plagadas de soldados como hormigas sucias y lastimeras, es recibida con locura. Como para gritar que sobrevivir realmente es una victoria. La supervivencia es posible.
Mientras eso pasa, en el aire, tres Spitfires británicos se abren paso en el lapso de una hora sobre Dunkirk, con Tom Hardy como uno de sus pilotos. Apenas habla, apenas se mueve y al igual que Bane, su personaje en The Dark Knight Rises (2012), otra joya de Nolan, todo el tiempo tiene una mascarilla encima y todo el tiempo revisa cuánto combustible le queda. Y no por algún sentido de seguridad, sino porque de eso depende el milagro. Hardy es el ángel de la guarda y sobre sus alas lleva las nacientes esperanzas de británicos, franceses y de cuanto ser todavía respire abajo en la playa. Es el único héroe de la película, aunque solo cumple su trabajo y quizá por eso no expresa emoción alguna. De hecho, los personajes en tierra también han perdido sus emociones. El único instinto de sobrevivir los convierte en fantasmas. Quizá por eso tampoco hablan. Quizá por eso no lloran.
Dunkirk es un filme que prueba que el drama es personal y que la guerra es mucho más abrumadora desde un solo punto de vista, como cuando un piloto británico desconoce qué está pasando a sus espaldas y qué ha ocurrido con sus compañeros. En la vida real, no hay forma de saberlo. En el cine convencional es fácil averiguarlo, pero Nolan no quiere dejarte todo masticado. Quiere poner a prueba tu resistencia tanto como pone a prueba a los soldados que siguen muriendo ahogados o baleados. Intenta confundirte y sacarte de tus casillas, pero no como en Inception o en Interstellar. Dunkirk simplemente es realista. Oscuramente realista. Y a veces, el realismo puede ser difícil de tragar, más aún cuando estás a varios metros sobre el suelo y tienes un caza nazi detrás de tuyo o cuando te das cuenta que puedes morir ahorita mismo sobre la arena y que a nadie va a importarle. No es una película de guerra más. No es un rescate como el de Saving Private Ryan. Es estremecedora sin la necesidad de mostrarte un rostro apagado y desfigurado por la muerte. Es locuaz sin la necesidad de buscar líneas perspicaces, sin la necesidad de diálogos memorables. Las imágenes lo dicen todo. La música del compositor Hans Zimmer lo dice todo. La edición de Lee Smith lo dice todo. Christopher Nolan lo cuenta todo una vez más. Es arte. Es un golpe.
“Todo lo que hicimos fue sobrevivir”. “Eso es suficiente”.
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