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La seducción que ejercen Cenicienta, Blancanieves, Caperucita o Alicia, que ahora cumple 150 años, es incombustible, y un filón para el cine, la literatura y las artes escénicas. Un fenómeno estudiado por el psicoanalista Bruno Bettelheim, fallecido hace un cuarto de siglo.
En “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, Bettelheim defendía la labor formativa y terapéutica de estos relatos protagonizados por personajes fascinantes que sirven de modelos a los más pequeños.
“Hoy en día los niños no crecen ya dentro de los límites de seguridad que ofrece una extensa familia o comunidad perfectamente integrada. Por ello es importante, incluso más que en la época en que se inventaron los cuentos de hadas, proporcionar al niño actual imágenes de héroes que deben surgir al mundo real por sí mismos (…) con una profunda confianza interior”, escribía Bettelheim.
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Y es que “los cuentos de hadas suelen plantear, de modo breve y conciso, un problema existencial”, continua en su célebre ensayo este austríaco naturalizado estadounidense tras ser liberado de los campos de concentración de los nazis, tras pasar por Buchenwald y Dachau, experiencia que narró en “Sobrevivir”.
Otras características destacadas por este experto en psicología infantil de estos antiquísimos relatos es que los personajes están “muy bien definidos”, “el mal está omnipresente, al igual que la bondad”, los malos ostentan el poder “temporalmente”, pero siempre lo pierden, lo que “imprime” en los niños, decía, “la huella de la moralidad” y el ensalzamiento de “la virtud”.
Superar las frustraciones narcisistas, los conflictos edípicos, las rivalidades fraternas; renunciar a las dependencias de la infancia; obtener un sentimiento de identidad y valoración, y un sentido de obligación moral son efectos benéficos de los cuentos para madurar, según Betterlheim, quien tras suicidarse en marzo de 1990 tras tres años de apoplejía y depresión fue objeto de críticas.
Sus detractores, especialmente antiguos alumnos, trataron de socavar su prestigio internacional en la psiquiatría infantil al cuestionar sus trabajos al frente de la Escuela Ortogénica de la Universidad de Chicago (1947-1973), donde trató a cientos de niños con serias perturbaciones emocionales, y al denunciar la atmósfera de terror que supuestamente reinaba en su afamada escuela.
Betterlheim pasaba así, como en los cuentos, de ser el rey bueno al malvado ogro, al menos para unos cuantos.
Pero lo cierto es que su aportación en cuanto a la importancia del entorno educativo familiar en el equilibrio psicológico del niño creó escuela, así como su análisis del simbolismo de los cuentos de hadas en la liberación de las emociones infantiles.
Pero los cuentos de hadas clásicos han llegado hasta nuestros días muy edulcorados, pues muchos de los originales serían clasificados actualmente en la categoría de “gore”.
La denominación tiene el cuño de Madame de Aulnoy (1651-1705), famosa por “Les Contes des Fées” (cuentos de hadas), historias destinadas a adultos, pero fue Charles Perrault (1628-1703) el primero en recopilar y dar forma literaria a los clásicos infantiles, como “Caperucita Roja”, “El gato con botas”, “Cenicienta” o “La bella durmiente” en “Cuentos de mamá ganso”.
Perrault atemperó parte de la crudeza de las versiones orales, pero fueron los hermanos Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859) Grimm quienes los adaptaron a la moral de su época y contribuyeron de forma decisiva a la divulgación de “Blancanieves”, “Barba Azul”, “Hänsel y Gretel”, “Juan sin miedo”, “Pulgarcito” y muchos más.
Muy populares desde sus orígenes, los cuentos de los Grimm acrecentaron su fama en el siglo XX por la generalización de la lectura infantil, y la llegada de un gran invento: el cine.
La primera película producida por Walt Disney fue “Blancanieves y los siete enanitos” (1937), y la última, “Cenicienta”, dirigida por Kenneth Branagh, que se estrena a finales de este mes.
“No quería una Cenicienta demasiado azucarada y sentimental”, decía en una reciente entrevista con Efe Branagh, para quien su protagonista “representa un tipo de resistencia pacífica que hemos podido ver en Mandela o Gandhi”.
Y es que esa es otra de las características de estos personajes icónicos e intemporales: su ilimitada capacidad de adaptación a cualquier época y circunstancia.
(Fuente: EFE)