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Manuel Munive Maco se dio el trabajo de recoger algunos de los mejores dibujos de Ricardo Fujita Kokubun (Lima, 1932) y presentarlos en la más reciente publicación del Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa (APJ).
Se trata de un libro de colección que, sin duda, podría servirle mucho a los jóvenes amantes del lápiz y los bocetos. Compartimos aquí una charla con Ricardo Fujita, personaje que inspiró esta interesante publicación.
LOS INICIOS
Una mala jugada de un familiar de su padre haría que la familia de Ricardo Fujita no la pase bien desde sus inicios. Casi forzado a trabajar como ayudante en un taller de herrería, nuestro entrevistado se enfrentó a un empleo que – para su juventud – era a todas luces injusto.
No obstante, Fujita (como le llamaremos en adelante) nunca perdió la esperanza. A pesar de las dificultades y haciendo uso de aquella paciencia oriental de sus ancestros, empezó dibujando sobre la tierra húmeda. Su pulso se pulió allí.
“Tenía tres años o algo así. Más fue por aburrimiento, porque yo era el único niño en el hogar de mis tíos, porque mi papá y mi mamá se mudaron para poner una tienda en Sáenz Peña. Era un niño solitario junto a dos personas adultas. El aburrimiento crecía con la edad, pero la imaginación también. Mi tío era fumador y cigarro que prendía, lanzaba el palito de fósforo”, relata.
Fujita recogía los palitos y empezaba a trazar líneas. “Era un mundo de entretenimiento que me gustó mucho. Círculos, rayas, curvas e incluso paisajes”, recuerda con una sonrisa en el rostro.
-¿Vio algún tipo de modelo en una revista o libro?
-“Mis tíos, como eran japoneses, compraban revistas japonesas. Había una revista que incluso hoy existe Kingu. Eran como novelas, pero a mí me llamaban la atención los dibujos. Ah, los libros empecé a verlos recién a los seis años”.
El pequeño Ricardo notó rápidamente que la tierra húmeda ayudaba a mantener sus iniciales creaciones. No obstante, nunca solía compartir su arte con el resto.
“Nunca, porque yo tenía muy pocos amigos. Había una familia japonesa con un hijo nacido en Perú, pero venían muy de vez en cuando a jugar conmigo. Además, eso ya fue a mis ocho o nueve años”, explica.
A los ocho años, aproximadamente, confirmaría que dibujar era lo que más felicidad le daba. Dejaría la tierra húmeda y buscaría papeles para ensayar sus creaciones.
Le pregunto si en algún momento dibujó sobre las peripecias que pasaron los descendientes de japoneses en nuestro país a causa de la Segunda Guerra Mundial y me dice que no.
“No lo hice. Parece que yo siempre estuve compenetrado con la idea de que nací acá. Por supuesto que me gustaba mirar las revistas japonesas, pero nada más”.
SU INGRESO A LA PRENSA
Ya en la juventud, Fujita Kokubun buscó entrar a los medios de comunicación. Allí conocería a grandes personalidades de dicho oficio, que incluso hoy recuerda con mucho aprecio.
“Trataba de entrar a los medios y La Crónica estaba en la esquina de Carabaya con Plaza San Martín. Para el lado de Carabaya había un portón grande y era una especie de casa de drácula porque todo era oscuridad. Vi unos rollos enormes de papel. Ahí estaba la imprenta”, recuerda.
Los recuerdos de Fujita no están relacionados únicamente a sus dibujos o historias gráficas impresas, sino también a las amistades. Pese a su evidente timidez, el dibujante lograría compenetrarse con periodistas como Alfonso Delboy y Ney Barrionuevo, entre otros.
-¿Usted fue el primer dibujante a tiempo completo del diario La Prensa?
-Así es.
-¿La Prensa es el lugar que más gratos recuerdos que le dejó?
-Claro que sí. Lo más grato fue que casi inmediatamente me dieron el trabajo. Me dijeron “Ricardo, tú te harás cargo de esto”.
-¿Le costó mucho hacer sus dibujos? ¿Solía romper y botar varios papeles?
-Mira, te digo una cosa y sin tratar de halagarme, creo que conmigo no pasó eso. Yo sí tuve algo más de paciencia. Hacía mis bocetos con lápiz y cuando veía que el dibujo me satisfacía, empezaba a pasarle pluma o lapicero de palo.
Ricardo Fujita no solo dibujó para periódicos. También lo hizo para revistas y decenas de publicaciones privadas. Su producción no fluyó únicamente por la magia de la creatividad, sino también por el esfuerzo y la investigación. Quizás algo poco usual en la actualidad.
Precisamente, uno de los trabajos que más le exigió investigar externamente fue el que le encargaron en la década del 50. Fujita debió trazar las gráficas de la colección La campaña libertadora del General San Martín.
“En ese caso, robaba algo de tiempo para ir a la Biblioteca Nacional y documentarme. Buscaba la historia del libertador San Martín. También, recuerdo que por entonces solía hacer algo que aprendí desde muy niño: comprar revistas. Si vieras la cantidad de revistas antiguas que tengo. Eso me sirvió siempre para consultar y hojear”, señala.
VERSATILIDAD Y TALENTO
– Usted solía dibujar a sus compañeros de trabajo. ¿Alguna vez se molestó alguno de ellos?
-No (risas). Nadie protestó porque los haya dibujado.
-¿Por qué el dibujo policial fue el que más le llamó la atención?
-Porque era variado. Un crimen no solo era matar, sino que incluía choques, policías, revólveres. Ahí mi imaginación despertaba como si fueran cuadros de historietas.
-¿Se acercaron a usted algunos jóvenes dibujantes a pedirle consejos? – Sí, siempre pasaba eso y yo hablaba con ellos sin problemas. Primero les decía que necesitaban la suficiente fuerza de voluntad para dedicarse a esto, aún a pesar de las dificultades que puedan presentarse.
Otra faceta del dibujante Ricardo Fujita es la relacionada a la página femenina. Llama la atención en sus creaciones la fidelidad a las formas y, principalmente, a los rostros de las damas. Le pregunto si buscaba modelos en la calle.
“No tanto. Más que todo era imaginación. Y esto es algo que me elogiaban mucho: la imaginación. Los rostros, los accesorios, etc”, manifiesta.
-¿En qué momento salió de La Prensa?
-Yo salí justo cuando los llamados periodistas de ‘La escuelita’ ya estaban trabajando.
-¿Luego se fue a Backus? ¿Qué tipo de dibujos hacía allí?
-Algunos que me gustaban y otros que no tanto. Yo hacía un periódico mural para cuatro vitrinas, o sea, cuatro diarios. Al principio me pusieron a alguien que daba las pautas, pero luego ya yo fui el que hizo todo eso.
-¿Solía recibir muchas críticas por su trabajo?
-“Jamás tuve una crítica relacionada a que mis historietas estaban mal hechas en La Prensa”.
Le pido que califique a sus colegas, pero Fujita afirma que en Perú no había muchos dibujantes con su estilo. Según dice, la mayoría se dedicaban al humor.
El dibujante, ya en el retiro pero lúcido como en sus mejores momentos, recuerda un pasaje de su vida de forma muy especial: la primera vez que vio a Mario Vargas Llosa, por entonces un completo desconocido que – dentro de sus varios trabajos – se encargaba de entregar la programación de una radio local.
“Él era una especie de conserje de lujo de Panamericana. Era un muchachito buenmozón que dejaba un papel. Un día me acerqué, por curiosidad, para ver el sobre y era la programación del día. Esa es una imagen que nunca olvidaré. Ahora lo veo como el gran escritor y recuerdo al Mario de entonces”, señala.
UNA HISTORIA CON FINAL FELIZ
-¿Ve usted dibujos como los suyos en los medios de hoy?
-No. La verdad es que después que he salido, no he visto a muchos que hagan historietas para periódicos.
Ricardo coincide cuando le menciono que la Internet brinda casi todos los elementos necesarios para alejarnos de las historias contadas a través de dibujos.
-¿Sigue dibujando?
-Ya no.
-¿Por qué?
-Quizás hice algún boceto, pero nada serio hace ya casi 30 años.
-¿Al menos para disfrutar el momento?
-No. Ya me dio flojera, además, tengo los problemas internos de pareja que me distraen. No tendría tiempo para sentarme y dibujar.
-Veo múltiples fotos familiares en esta sala. ¿A alguien de su familia le gusta el dibujo como a usted?
-Sí, a la mayor de mis nietas, Carolina. Dibuja muy bien.
-¿Y le gustaría incursionar profesionalmente en eso?
-No, ella es doctora.
La conversación va llegando a su fin y, sin embargo, Ricardo Fujita parece dispuesto a seguir hablándome de sus recuerdos. Me genera curiosidad el simple hecho de que no dibuje más, pero respeto su silencio y concluyo la entrevista con una pregunta habitual pero no por ello prescindible.
-¿Cómo sería la historieta de su vida?
-Será una feliz, pero en alguna parte habría que poner dibujos de un joven de 16 o años golpeando los fierros con una comba, sudando la gota gorda. Yo lloraba mucho por las noches y me preguntaba ¿y ahora qué será de mi pulso? Felizmente no lo perdí.