Mateo Balmelli durante la presentación de 'La Pasión de Lucrecia' en la Librería Sur. (Foto: Difusión)

Mateo Balmelli durante la presentación de 'La Pasión de Lucrecia' en la Librería Sur. (Foto: Difusión)

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José Miguel Silva @jomisilvamerino

Carlos Mateo Balmelli (Asunción 1961) estuvo en Lima para presentar su primera y elogiada novela titulada La pasión de Lucrecia. Conversamos brevemente con él no solo sobre su libro, sino también sobre la situación de Lationamérica.

Venezuela, Perú, Paraguay, pobreza, instituciones y desarrollo son algunos de los temas que el expresidente de la Cámara de Senadores y del Congreso guaraní menciona en este diálogo.

¿Hay muchas similitudes entre Paraguay y el Perú?
No. Creo que el Perú es un país mucho más complejo en lo social. Creo que esta es una sociedad un poco más fracturada. La sociedad paraguaya es mucho más homogénea. Por ejemplo, el idioma guaraní, que es de origen nativo, todo el mundo lo habla en Paraguay. Desde las clases altas hasta las bajas. Y esto no supone ningún conflicto. En mi país creo que no existe ningún problema de tipo lingüístico, de tipo racial. Ese es el elemento que más nos diferencia del resto de países andinos. Y en la región, creo que junto a Brasil somos los países más homogéneos socialmente hablando. Esto independientemente de que sí tenemos fracturas en el tema de la distribución de la riqueza. La estratificación social lastima, se sigue dando el mismo esquema de gente con mucho dinero y gente muy pobre. Es correcto que, tal cual ocurre en Perú, hay síntomas que revelan que se ha ensanchado la clase media, aún es insuficiente para reducir los problemas de extrema pobreza y diferenciación social.

¿Tiene que ir la economía alejada de la política?
Esa es una falacia histórica. En el sentido de que una buena política debe impulsar y direccionar el crecimiento económico con metas de desarrollo social. No existe en la historia del mundo cambios sociales que se hayan hecho por sí mismos. Hegel introdujo el concepto de que, dialécticamente hablando, la historia tiene su propio motor. No es así. La historia no es unidireccional. Puede tomar muchos rumbos. Y para enrumbar el horizonte de la historia se necesita un liderazgo político. Las grandes transformaciones de la sociedad se hicieron en un juego dialéctico entre la política y las demandas sociales. El problema es que últimamente hemos visto una gran degradación de la política, que ha perdido grandes liderazgos, perdió discursos. Se mutilaron muchos aspectos desde el punto de vista ético. Además, hay un nuevo fenómeno: los medios de comunicación. Muchas veces los políticos tradicionales no se acostumbran a ejercer el poder y saber que están siendo escrutados las 24 horas del día por los medios de comunicación. Entonces, ese misterio que hace 50 años rodeaba al poder ya no existe más. Hoy el poder se ha vuelto más transparente. Creo que el fenómeno de la prensa, de la libertad de expresión y de las comunicaciones es un fenómeno nuevo al cual los políticos deben acostumbrarse. La mejor manera de vivir con esta idea es entender que hay un mandato ético en la política. Y ese mandato debe respetarse.

¿Retrasa el desarrollo de la región el hecho de que haya varios bloques, como por ejemplo el ligado al ‘chavismo’ y el de la Alianza del Pacífico?
De alguna manera hay dos ‘sudaméricas’, la del Pacífico y la del Atlántico. La primera de ellas con una economía más abierta, más dinámica. Ha logrado pasos importantísimos en su integración comercial. Sus países tienen un modelo de economía abierta, con aranceles bajos. Es cierto que tienen problemas sociales pero, obviamente, un elemento central para resolverlos es que haya crecimiento económico. En segundo lugar está la América del Sur pegada al Atlántico, y ahora Atlántico caribeño porque ahí está Venezuela en el esquema del Mercosur, no funciona. Y creo que esto demuestra las deficiencias del liderazgo brasileño. Esto se ve en lo que ocurre en Venezuela. Brasil es un líder que no quiere ejercer su liderazgo. El Mercosur es un bloque amurallado, con aranceles altos. La industria brasileña ha decaído, creo que del 25% ha pasado al 15% de su PBI. Además, Brasil exporta ‘commodities’. El costo de ese país es muy elevado. Producir allí se puede hacer a precio competitivo, pero en el trayecto fábrica – puerto – exportación se le impone el costo de Brasil y entonces el producto ya no es competitivo a nivel internacional.

Entonces, asumo que usted no cree en la Unasur.
Creo que los países de la región deben tener foros de consultas, de deliberaciones. Pero creo que mientras que los foros ya existentes no funcionen, no se deben crear nuevos. Porque así serán concebidos bajo el mismo ‘pecado original’. No es que sean obsoletos, sino que no sirven. El diálogo ahí es inconducente. Hay que sincerar ahí la ingeniería política e institucional de la región. ¿Para qué crear Unasur si el Mercosur no funciona? Además, me parece un absurdo dejar a México fuera de Unasur. México es Hispanoamérica, Iberoamérica, es América Latina, es Indoamérica. Debió estar adentro. No puedes crear Unasur con la idea de potenciar un difuso liderazgo brasileño, por otro lado arrinconar a Chile y a Colombia y finalmente dejar a México afuera.

Van más de 20 muertos a causa de las protestas en Venezuela. ¿Hay algo de apatía, desinterés o miedo de los países de la región al no pronunciarte rotundamente sobre lo que ocurre allá?
En Paraguay hubo un cambio constitucional de presidente y nos dejaron aislados de todo. En Venezuela nadie dice nada. Me parece que ese es el resultado de un modelo que se está agotando. Creo que debería haber una injerencia humanitaria. No para decidir qué van a hacer los venezolanos. Todos deseamos que Maduro culmine su mandato y que entregue el poder a su sucesor. Que haya elecciones limpias y transparentes. Eso es fundamental. No puede haber más cuestionamientos a los procesos electorales. Es más, el próximo presidente heredará una situación bastante frágil desde en lo institucional y quizás al borde del colapso económico. Es importante ponerle ‘paño frío’ a la situación. Esto significa que los países de la región deben de hablar. La gente no puede ser asesinada en las calles venezolanas. Eso no. Cuando decimos “no maten venezolanos en la calle” no estamos pidiendo que se vaya Maduro, estamos defendiendo la vida humana. Este continente debe seguir defendiendo la vida humana. Hay que entender que la época de violaciones a los derechos humanos pasó. No lleguemos a la triste conclusión de que los regímenes elegidos con voto popular también violan los derechos humanos, practican torturas y matan a sus ciudadanos en la calle. Este no es un cuestionamiento político sino ético. Que Maduro termine su mandato, que ordene al país, que convoque a un diálogo constructivo, conducente y efectivo. Pedir que no mueran más venezolanos en las calles es estar a favor de la vida.

Con las instituciones tan copadas como están en Venezuela hace 13 años, ¿no es una utopía hablar de transferencia de poder a otro gobernante?
El problema en Venezuela se agrava porque Chávez no pudo lograr hacer un sistema, entonces su régimen fue personalista y el talón de Aquiles de estos regímenes es siempre la sucesión. Maduro no tiene el carisma ni el nivel político de Chávez. Ese esquema ‘cesarista’ que se instaló en Venezuela debe ser desarticulado, pero hay que tener la paciencia y la pulcritud de hacerlo como trabaja un relojero suizo. O sino, habrá un costo social muy superior. Yo creo que debe instalarse un diálogo y la región debe hacerlo. La región no puede estar mirando de brazos cruzados. No puede ser que para referirse sobre lo que pasa en la política de un país hay que tener en cuenta cuánto se le vende o cuánto se le compra. Hay que dejar de lado esa visión economicista de los derechos humanos.

Usualmente la izquierda latinoamericana se indigna cuando muere un ciudadano en una protesta contra un régimen de derecha, pero cuando ocurren tantas muertes en Venezuela, la historia es otra…
Ocurre una suerte de lealtad equivocada. Creo que los demócratas tenemos que estar a favor de la vida, de los derechos humanos, de la libertad de expresión. Acá no hay nada que negociar y mucho menos hacer concesiones a favor de la muerte. Una chica de 22 años que caminaba por la calle no puede ser terrorista.

Las noticias que llegaban de Paraguay giraban en torno a la salida de Lugo y su reemplazo. ¿Hoy cómo está su país?
Paraguay está estable. Hubo elecciones. El señor Lugo es senador de la República. Obviamente, como todo país, tenemos problemas, pero el país está estable. Buena tasa de crecimiento económico. Nuestros problemas (políticos) se deben a una baja o mala calidad de la política.

La pasión de Lucrecia es su primera novela. ¿Cómo así nació su interés por insertarse en la literatura?
Tenía mucha actividad política, ocupé una serie de cargos importantes en mi país y luego de ello sentí un vacío existencial muy grande, porque la política absorbió mucho de mi tiempo. Uno siente una agonía interior muy fuerte. Eso sentí yo al abandonar esa hiperactividad de la política. Pensé en llenar ese vacío con algo. Me animé, hablé con mi amigo Fernando Carvallo. Le comenté mi primera idea de novela y me animó a escribirla. Me salió rápido. Creo que es una novela con mucha inspiración y está inmersa en un periodo histórico que yo viví muy de cerca. A los 17 o 18 yo era secretario de los derechos humanos en Paraguay. Siempre creí en eso, para mí no era un invento de Jimmy Carter. Viví el debate, las guerrillas de izquierda, etc. Nunca tuve la vocación de ser un santo guerrillero, pero tampoco creí en estas utopías. Estoy en una posición de izquierda más liberal. Creo que la economía y los asuntos públicos se tienen que manejar con mucho sentido común. Luego me fui a estudiar a Alemania por seis años. Siempre estuve vinculado a actividades a académicas. Algunas cosas más vendrían después y terminé en esto, con una novela del género ficción histórica. Algunos pensaban que se podía inscribir dentro de la literatura del dictador, pero creo que no es esperpéntico, como es La fiesta del chivo y otras más.

No es un acercamiento suyo hacia esa gran novela de Mario Vargas Llosa.
No lo es. Y no solo porque las dictaduras eran diferentes, sino también porque (en mi novela) hay una historia de amor muy fuerte. Es una historia de amor muy romántica que incluye circunstancias históricas que vivió mi país y la región. No es solo una radiografía de Stroessner, sino una radiografía de lo que era el poder autoritario en América Latina. Es una fotografía del punto de vista de las ideas de la época.

¿Podrían compararse las ideas de entonces con las actuales?
Creo que en ese sentido el mundo ha cambiado. Hoy en día tenemos un mundo global, diferente al bipolar, que aislaba al mundo en bloques, donde la integración – a través de los mercados – estaba bloqueada. Había fronteras más rígidas. Hoy el mundo ha cambiado, no quiero decir que hayan desaparecido los conflictos tampoco. Eso sí, un mundo sin conflictos sí es la utopía. El conflicto es lo que le da razón de ser al poder, a un elemento que tenga capacidad de coaccionar la a la sociedad para imponer un orden. El día que desaparezca el conflicto, obviamente podemos lograr la anarquía. Pero eso será siempre una utopía. No hay que plantearlo como algo, históricamente, viable. O sea, siempre habrá un poder que coaccione, ordene y dirija. De lo contrario, estamos aboliendo la dominación política y ésta no se puede abolir. Hay que buscar mejorarla, racionalizarla, no mutilarle los elementos morales y éticos. La ética es un elemento de contención muy grande para el poder político.

Cuénteme sobre Lucrecia, la protagonista de la historia. ¿Es un personaje completamente de ficción?
Es una mujer muy bella que, al principio de la novela, parece frágil, pero después demuestra que el vientre tiene mucha fuerza. Es una mujer que lucha por ser mujer y lucha por su maternidad. Es la historia de una mujer que no quiso contrariar sus pasiones. Ella entendía que los seres humanos que se oponen a sus pasiones terminan siendo unos mediocres. Es una mujer que se dejó llevar por la pasión del amor. Su pasión era el amor, su pasión era un hijo. Entonces, Lucrecia se ve envuelta en procesos históricos que destruye la vida de la gente. Hay gente que solo quiere amar y ser feliz. Esa felicidad le es negada por diversas circunstancias políticas.

Si la pasión de Lucrecia es el amor, ¿la pasión suya es la política?
Te mencioné hace un rato el vacío existencial que me dejó la política. Creo que La pasión de Lucrecia es un dolor en búsqueda de la belleza. Un hombre que deja la política y que siente un dolor, porque para mí la política siempre fue compromiso, convicción. Tuve muchos cuestionamientos en mi país por parte de mis amigos, que entendía que falta de pragmatismo es no prestarse al robo. Te dicen dogmático porque tienes convicciones, entonces, ellos dicen que las convicciones son enemigos de una verdad histórica que (ellos) inventan. La verdad histórica se inventa para legitimar los privilegios que ellos quieren ejercer. Entonces, yo creo que la política es servicio y vocación. Como decía Max Webber, un político de vocación vive de y para la política. Yo entiendo que se viva de la política, pero esto no quiere decir que se deba establecer una sociedad de privilegios. La actividad política no puede devenir en una nueva estratificación social en donde los que estamos en el poder tengamos privilegios y los que están abajo tienen obligaciones. Entonces sentí ese dolor y me puse a buscar la belleza y creo que en mi novela lo logré. Además, como decía Camus, no hay que escribir la historia en quienes la hacen sino pensando en quienes la padecen. Yo siempre hice política pensando en quién padece. Me fue mal.

¿Cree que eso lo aisló mucho?
Claro que sí. Ahora estoy en la literatura, aunque siempre hay mucha gente que confía en mí para regresar a la política, pero estoy un poco escéptico. Quisiera entrar en un proyecto político que tenga una vocación de cambio. No quiero hacer más política testimonial, que la gente diga “es bueno, es honrado y es capaz”. A mí no me satisface eso. Yo quisiera ser un triunfador que diga “hemos participado un proyecto político que verdaderamente aportó algo a la sociedad”. Y hacer una revolución y las revoluciones tienen un sentido. No me refiero a una revolución armada, sino a poder cambiar las expectativas de la sociedad, mejorar la calidad de la dirigencia política, reforzar los arreglos institucionales. Eso es clave. Necesitamos instituciones para que el progreso tenga contenido social. Si queremos inclusión social, hagamos instituciones; si queremos ciudadanía, hagamos instituciones. No podemos hacer política menoscabando las instituciones. No puede ser que la actividad política socave la vigencia de nuestras instituciones. Hoy somos repúblicas incumplidas, los paraguayos por lo menos. Hablamos de un Estado fallido y lo único que queremos es robarle. ¿Cómo no va a ser un Estado fallido si lo vemos como un botín? Estoy dispuesto a un proyecto que eleve a mi país y que me eleve a mí como persona.