(Foto: Getty Images for Sony)

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Ante Brasil, el anfitrión del Mundial, Colombia jugará el partido más importante de su historia futbolística. La posibilidad de llegar a la semifinal del evento es el fruto de un radical cambio de mentalidad en el país.

Aún sigue presente en la memoria una década no muy remota en la que Colombia estaba en camino de convertirse en uno de los grandes y regulares protagonistas de las Copas del Mundo. Italia 1990, Estados Unidos 1994, Francia 1998. Todo indicaba que en Sudamérica había surgido una nueva potencia del fútbol.

Pero la “Edad de Oro” tuvo un final. Los Mundiales de Japón y Corea del 2002, de Alemania del 2006 y Sudáfrica del 2010 extrañaron a los futbolistas colombianos, que internacionalmente regresaron a su tamaño normal, para de pronto, casi de la nada, aparecer nuevamente en el grupo de élite en este 2014.

La prioridad no es el espectáculo

Colombia regresó al Mundial luego de 16 años de ausencia, dispuesta a no darse por satisfecha solo con asomarse al escenario de los mejores. Muy por el contrario, llegó pisando fuerte el tablado, levantando la voz, exigiendo que las luces de los reflectores se posen en sus jugadores, y acaparando la atención de un público al que ha satisfecho con su puesta en escena.

La selección Colombia que está en Brasil, la que se enfrenta este viernes al anfitrión del Mundial con la meta de ser el huésped que le va a dañar la fiesta eliminándola de la competición en el partido de cuartos de final, solo tiene en común con la de la “Edad de Oro” el gusto por el fútbol bien jugado. Eso es todo.

Por lo demás, la Colombia actual tiene otra actitud, otra forma de enfrentar los partidos, otra percepción de sí misma. Mientras que para la selección que comandó en su momento Carlos “El Pibe” Valderrama, ya era un triunfo estar en un Mundial, lo que ha conseguido el actual equipo en torno a José Pekerman hubiera sido para ellos lo más cercano a un milagro. Desde su perspectiva, ya los octavos de final eran una cumbre inmensa.

Las selecciones colombianas que fueron a Italia, a Estados Unidos, y a Francia, no midieron su éxito en puntos sino en aplausos. El espectáculo era más importante que los resultados. Un 1-1, un 1-0, o un 0-1… De esos “números” no hablaba nadie, pero de los túneles, las chalacas, y las jugadas vistosas y elegantes se ocupaba todo el país.

“Si de todas formas se va a perder, por lo menos que sea jugando bonito”, parecía ser la consigna.

Encadenados al pasado

Eran otras épocas. Eran los tiempos de una generación de geniales futbolistas, reunidos en un equipo pequeño que limitado para soñar en grande, se enorgullecía de ofrecer belleza y circo. Camino al cuarto Mundial consecutivo, el del 2002, con los artistas del balón ya retirados o poniéndose cada vez más viejos, los colombianos se dieron cuenta que eso que tanto les gustó, no era suficiente para mantenerlos en el selecto grupo de los mejores.

Uno de los primeros en intentar tomar medidas para corregir el rumbo de Colombia fue el entrenador Luis García. Su temeridad, faltando poco para clasificarse a la Copa del Mundo de Corea y Japón, le costó caro. El público y la crítica le pasaron la cuenta de cobro por formar un equipo que jugaba de forma pragmática, “solo para sumar puntos”. La nostalgia por el “Toque-Toque”, la versión colombiana del estilo que España luego haría famoso como el “Tiki-Taka”, suscitó el regreso como seleccionador del padre de esta idea futbolística: Francisco Maturana.

Con él volvió la vistosidad y la estética. Colombia ganó la Copa América del 2001, fue quinto en el escalafón de selecciones de la FIFA, pero quedó fuera del Mundial del 2002. Sus sucesores (Reynaldo Rueda, Jorge Luis Pinto, Eduardo Lara, Hernán Gómez y Leonel Álvarez) tampoco lograrían la clasificación a las Copas del Mundo de Alemania 2006 o Sudáfrica 2010. Todos sucumbieron en el intento de liberarse del pasado y cimentar el futuro.

Hasta el 5 de enero del 2012 Colombia fue una selección sin identidad. En esa fecha José Pekerman aceptó la oferta de la Federación Colombiana de Fútbol de dirigir al equipo nacional y llevarlo al Mundial del 2014. Su única condición: jugar un balompié del presente, uno de “aquí y ahora”, y dejar de arrastrar la carga de los años noventa.

El reformador

La ruptura fue valiente y en ella participaron todos. Jugadores, directivos, cuerpo técnico, analistas y aficionados reorientaron su comprensión del fútbol. Los colombianos empezaron a apreciar los resultados y a aceptar que a veces con menos arte se obtienen más beneficios, que el espectáculo es más bello cuando se gana, cuando acerca a la meta. Y la meta era volver a una Copa del Mundo, y destacar en ella.

Los 16 años fuera de los mundiales fueron decisivos para el cambio de actitud. La generación joven de futbolistas y aficionados vivía de la gloria de recuerdos que no eran suyos.

Con el deseo de tener sus propias experiencias de éxito, las modificaciones fueron aceptadas sin rechistar. Especialmente favorables fueron las condiciones para realizarlas cuando en medio de las eliminatorias a Brasil 2014 la selección lucía como un buque de guerra bien armado al que le faltaba la brújula.

El entrenador del Barcelona en la temporada pasada, Gerardo “Tata“ Martino, fue el primer candidato a marcar el rumbo norte. Su declinación a la oferta de los colombianos vino acompañada del susurro de un nombre a manera de recomendación: José Pekerman.

El argentino, sin embargo, había prometido que no dirigiría una selección que no fuera la de su país. A esa promesa se aferró hasta que su hija Vanesa se le acercó un día para decirle al oído: “Papá, por favor, llévanos al mundial”. Con el “llévanos” la hija de Pekerman no se refería a Argentina, sino a Colombia, el país donde nació cuando su padre era aún futbolista activo en el Deportivo Independiente Medellín

José Pekerman, para fortuna del fútbol colombiano, complació a su hija Vanesa, reformó desde la base el entendimiento que tenía el país de su fútbol, lo llenó de confianza en sí mismo, equilibró su afán ofensivo con la responsabilidad defensiva, le enseñó a sus jugadores que solo los obreros se pueden dar el lujo de ser artistas, ofreció espectáculo cuando éste garantizaba el resultado.

Y hoy Colombia está tan lejos como nunca antes en su historia futbolística. Gustando y ganando, una combinación que pocos creyeron posible en el pasado.

(Fuente: Deutsche Welle )