Xavier Velasco se ganó al público en Feria del Libro de Fráncfort

(Foto: Rodrigo Fernández Vargas/Deutsche Welle)

Xavier Velasco (Ciudad de México, 1964) se transformó en un showman ante un jubiloso público que se echó al bolsillo al hablar sobre su obra, en particular sobre la protagonista de su novela, Diablo Guardián, que obtuvo el VI Premio Alfaguara en 2003 y es actualmente una de sus obras más vendidas. Velasco, un apasionado de la música que empezó a escribir como un juego a los nueve años, se comporta como un adolescente rebelde. Es la primera vez que llega a la Feria del Libro de Fráncfort, en donde dice sentirse raro y muy chiquito. Velasco dice necesitar siempre vivir sus propias historias de lo contrario no podría dotarlas de humanidad.

“Dice Javier Marías que hay escritores que escriben con mapa y hay quienes escriben con brújula. Como yo no tengo brújula, lo hago mirando a las estrellas, luego me pierdo en la narración y suelo llegar al final por puro impulso de las vísceras. Escribo con el estómago y no lo pienso mucho“, dice.

El autor de La edad de la punzada, como en México se suele aludir a la adolescencia, dice que piensa mucho cada obra, pero no le sirve de nada, porque a pesar de que investiga sobre la historia y los personajes, al final termina contradiciendo todo lo que al principio pensaba y planeó.

“De hecho escribo la historia para enterarme en qué termina. Tengo más fe en los instintos que en el raciocinio“. Velasco dice sentirse afortunado de vivir en México, uno de los países más libres del mundo.

“Es uno de los pocos lugares en donde la vida está poco reglamentada. Es un país loco, me gusta y no sé si sabría vivir en otra parte“.

¿Cómo llegó al mundo de las letras?

Empecé a escribir a los nueve años, como un juego. Nunca dejé de jugar. Sigo creyendo que juego ese juego, y no le hago mucho caso al mundo de las letras. En ese mundo se sueña cuando tiene uno veinte años, pero yo no pienso en eso. Tuve la gran suerte de ganar el premio Alfaguara, que fue lo que me presentó en ese mundo, pero yo, francamente, cuando pienso en el mundo de las letras, pienso en mi jardín, que es el lugar en donde me siento a escribir. Ése es mi mundo de las letras.

Es usted una persona muy versátil, que tiene también algo de actor. ¿Disfruta ese papel frente a su público?

Siempre quise ser actor. Sí, me gusta mucho el escenario, incluso la tensión que se crea cuando uno siente miedo de subir a él. Hasta que empieza uno a entrar en complicidad con la gente presente. Para mí es como una performance más que una presentación. Nunca sabe uno qué va a suceder, pero siempre sucede algo. Si no me divierto yo, tampoco se divierte el público.

¿Es la caleidoscópica realidad mexicana fuente de inspiración?

Vivo en dos diferentes avenidas. Una es el periodismo. Tengo una columna en el periódico Milenio y ahí lo que hago es desahogarme como ciudadano. Es como una exigencia inmediata. Uno tiene que decir lo que está sintiendo y lo que está pensando. Y el otro camino es el literario. Yo no creo en la inspiración. Creo en la transpiración. Es decir, el tiempo que uno se sienta y realmente se pone a tratar de escribir. No sé si en ese momento se me vendrá a la mente algo que sucedió hace diez años o algo que sucedió hace cuarenta, o algo que me imaginé hace cinco minutos. Eso no lo sé. Ignoro de antemano de qué zona de la realidad voy a tomar lo que necesito para mi novela porque no sé qué pasa con ella. La novela es una gran aventura, no sé de dónde la voy a sacar, seguramente de donde pueda, desesperadamente, como casi siempre.

El cineasta alemán Werner Herzog dijo en una ocasión que sus películas eran como sus hijos, uno es bizco, el otro cojea y el otro es manco, algo siempre les falta, pero nunca pensaría en corregirles esos defectos. ¿Qué relación tiene con una obra que termina?

Usas una referencia muy querida por mí, porque Herzog es uno de mis grandes favoritos. He leído muchas entrevistas que le han hecho y he visto muchos documentales suyos. Él habla de la selva, dice que es un lugar de muerte. Es un lugar espantoso. Cuando le preguntan por qué filma en la selva, él responde que lo hace porque la ama, pero la ama contra su buen juicio. Con esta cita quisiera contestar a tu pregunta, porque yo de mis historias sí me enamoro, y lo hago completamente, contra mi buen juicio. Pero una vez terminadas ya no vuelvo a leerlas. Si algo quedó mal, si algo quedó raro, prefiero no saberlo. En el momento en el que la termino se desprende de mí, ya no me necesita. Se independiza y dejo de estar ahí para controlarla. Siempre en una novela la mitad la escribe uno y la otra mitad la escriben los lectores. Yo ya hice mi mitad. La otra les corresponde a los lectores y ya no es mía. Le tengo algún cariño y gratitud, me siento muy tranquilo sobre todo porque logré acabarla. Pero una vez que está terminada la veo con una cierta extrañeza que va creciendo hasta el grado que dejo de sentir que es mía. Ya es de otra gente.

La Feria refleja la preocupación por temas de actualidad como el ébola y el Estado Islámico. ¿Le preocupan a usted estas cuestiones?

Me preocupa especialmente el Estado Islámico. Estamos viendo una guerra y una mundial, me parece que la gente no se da cuenta. El auge del islamismo y de los fanatismos y la intolerancia en pleno siglo XXI no deja de ser una locura. Del virus sé menos. Sé que los políticos españoles tienen más prisa por matar al perro que por resolver los problemas sanitarios. Estas emergencias siempre toman fuera de lugar a los gobiernos. No saben qué hacer. Están ahí. Por eso me ayuda mucho tener una columna porque es donde me desahogo como ciudadano y puedo soltar mi coraje. Así puedo dejar la literatura aparte.

¿Qué le molesta como ciudadano?

Me molesta que la izquierda se comporte como derecha. La izquierda está hace mucho en el poder en la ciudad de México. Estamos un poco mejor con el último gobernador (Miguel Mancera). Me molesta que la gente que se supone que tendría que defendernos del abuso del poder, esté hambrienta de poder y sea igual o peor que los otros.

(Fuente: Eva Usi/Deutsche Welle )

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