Día de los Muertos: México festeja entre alegría del recuerdo y dolor del adiós
Con escobas, cubos de agua, comida, bebida y muchas, muchas flores, familias mexicanas al completo acuden hoy al cementerio para engalanar la sepultura de sus seres queridos, en un Día de los Muertos marcado por la felicidad del recuerdo y la tristeza de la ausencia.
María de Lourdes Lícona se despide de su padre, enterrado en el capitalino Panteón de Dolores, con un ligero y tierno adiós con la mano.
Antes ha estado rezando un padrenuestro y un avemaría, luego de encenderle un incienso y colmar la tumba de pétalos de cempasúchil, la flor amarilla típica del festejo.
“Le dije adiós, papi”, explicó a Efe María de Lourdes, quien perdió a su padre de niña, en 1953, y desde entonces sigue con esta tradición de raíces prehispánicas y católicas.
De pequeña le contaron “una leyenda”, según la cual cuando los muertos se van a retirar, se les debe poner “agüita y pancito”, así como rezarles y colocarles flores para evitar que se vayan “muy tristes”, relató.
En esta horas que pasan junto a sus difuntos – en algunos lugares de de México incluso la noche entera – los sentimientos se entremezclan.
Frente a la tumba de su primo, muerto hace solo un mes y con 45 años en un asalto, Nancy Huerta comenta: “Es triste porque ya no están con nosotros, pero mientras ellos vivan en nuestro corazón y no nos olvidemos de ellos, toda la vida van a vivir para nosotros”.
Acompañada de la esposa del fallecido y de sus hijas, llevan horas arreglando el sepulcro. Lo han cubierto de flores, dibujando con pétalos rojos una cruz en su centro y con varios ramos rodeándolo.
En este ritual, que el 1 de noviembre recuerda a los niños fallecidos y el 2 de noviembre a los adultos, existe la convicción de que, a unos pies bajo tierra y del otro lado de la vida, los difuntos escuchan, aconsejan y reconfortan.
“Hablamos con él y le pedimos que nos ayude en lo que tenemos que hacer (nosotros) desde fuera, para que nos apoye. Supuestamente así lo dijo Dios”, contó Miguel Félix acompañado de su mujer, Josefina Reyes, en el lugar donde descansa su hijo, que murió atropellado hace 22 años.
Junto a él permanecerán unas dos o tres horas, guardando el recuerdo de este suceso que Josefina rememora todavía con mucha tristeza.
Este año lo hacen junto a sus nietas y la hija de una de ellas, que no levanta un palmo del suelo y va disfrazada y maquillada de catrina, calaveras vestidas de forma elegante y típicas de México .
En unos minutos estará “pidiendo calaveritas” como dulces y moneditas a los adultos que se crucen en su camino.
Esta costumbre, adaptada de la fiesta de Halloween anglosajona, es una prueba más de que el Día de los Muertos mexicano es una explosión de sincretismo y alegría.
En el inmenso Panteón de Dolores, de finales del siglo XIX, hoy se pudo ver de todo: niños disfrazados de momias, payasos o brujas acompañaban a padres y abuelos que, con esmero, limpiaban las tumbas con o sin la ayuda de trabajadores de mantenimiento, que se movían de un lado a otro con escoba en mano.
“Piden mis servicios, mantenimiento, agua, jarrones… echarles la limpia, barrerles y quitarles la hierba (a los sepulcros). Es cuando nos va mejor”, explicó el trabajador del cementerio Fernando Medina.
En este caótico panteón de 200 hectáreas, donde tumbas ilustres como las del muralista Diego Rivera se rodean de mausoleos familiares y millares de sepulturas mucho más humildes, incluso abandonadas, Ángel Magallán se pasea junto a su banda de música folclórica.
El Grupo Norteño Sabotaje, conformado de tres chicos de apenas 20 años, cobra entre 50 y 70 pesos (entre 3 y 4,20 dólares) por canción.
“Nos dedicamos a trasladarles algo que les recuerde a las personas sus seres queridos, que ya se han ido, en este día tan especial para todo México”, destacó el joven apoyado a su contrabajo.
Fuera del panteón, con una entrada decorada para la ocasión con llamativos motivos florales, un grupo de muchachas grita: “¿Va a llevar amarillitas, jefe?”, invitando así a comprar ramos de cempasúchil que venden a 10 pesos (60 céntimos de dólar).
Una vez dentro, el Panteón de Dolores recibe a los visitantes con un imponente altar repleto de ofrendas como pan, sal, fruta, estampas de vírgenes e incluso un paquete de cigarrillos.
Es similar a los que, aunque de menor tamaño, se pudieron ver hoy en algunas tumbas y en donde, entre flores, se agasajó a los muertos con todo tipo de alimentos.
(Fuente: EFE)
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